Dato muta en relato
El PSOE quiere que el PP tenga que pactar con un Vox que exija lo más grande, para así poder demonizar al Núñez Feijóo
Últimamente, el CIS y los periódicos más liberales y los más socialdemócratas reconocen un día sí y otro también o subidas de intención de voto a Vox o que lidera algún nuevo sector social (jóvenes, trabajadores…) o que ha encontrado un nuevo nicho de votos afrontando algún viejo problema que había pasado desapercibido a los grandes partidos, ya sea el de la vivienda, el del campo, el de los sueldos jóvenes, el de la inseguridad, etc. Salimos a tres o cuatro arreones a Vox a la semana, como siempre, pero ahora claramente hacia arriba. Resulta curioso, porque hasta hace dos meses todo eran palos, negros augurios y crisis internas.
Ante este cambio de marea, hay tres explicaciones. La de la navaja de Ockham es que digan la verdad. Entre los voxeros se explica el aluvión de artículos y reportajes como la imposibilidad desesperada de ocultar más un fenómeno que también se puede palpar a pie de calle. No soy un ockhamista furibundo, pero la calle ahí está, afilada como una faca.
La segunda explicación es maquiavélica. La he visto defendida por algunos analistas cercanos al PP. Sospecha que desde las terminales mediáticas del Gobierno se alienta a Vox para favorecer la división de la derecha. Yo no tengo datos, pero tengo un reparo y reparo en otra conclusión. El reparo es que la suma del PP y de Vox da en todas las encuestas y que ninguna encuesta da la mayoría absoluta al PP. Si estos artículos fuesen profecías que se autorrealizan, no cambiarían gran cosa. Y sin embargo, mi conclusión alternativa sí podría explicar el supuesto interés socialista en que Vox crezca. El PSOE no quiere pactar con el PP. Sus bases no se lo perdonarían y, en las primarias, primero, y en las urnas generales, después, se tendrían que enfrentar al reproche indignado de los suyos y al crecimiento instantáneo de Podemos. El PSOE quiere que el PP tenga que pactar con un Vox que exija lo más grande, para así poder demonizar al Núñez Feijóo, que, como no deja de mostrar su desagrado con Vox, les ha roturado gratis el terreno. El PSOE, a los dos días, ya estaría haciendo campaña contra la derecha rancia y, a los seis meses, montando manifestaciones y paros generales, y a los cuatro años ganando elecciones.
Queda la tercera lectura. El PSOE, si –empujado desde Europa– fuese a pactar con el PP, necesita un Vox tan fuerte que meta miedo a sus votantes. Si no, éstos no le perdonarían jamás el pacto con la odiada derecha. Pero si Vox es potentísimo, entonces y sólo entonces, cabe una posibilidad. Todavía el PSOE tendría mejor cobertura si Vox rozase la segunda plaza, porque entonces ya no sería algo tan raro, tan bipartidista como el primer partido y el segundo pactando el gobierno de la nación, sino el primero y el casi tercero, que es numérica y democráticamente más aseado.
¿Y yo qué creo? Que no son tres explicaciones sino un pack. Que el asombro por la resistencia y el crecimiento de Vox es verdadero. No hay engaño por ahí. Vox ha conectado con preocupaciones muy vivas de la sociedad española. Pero, partiendo de ese dato, que no se inventan, los progresistas preparan un relato bífido. Un Vox fuerte obligaría al PP a gobernar de verdad como un partido de derechas y facilitaría la oposición de la izquierda. Un Vox fortísimo permitiría una gran coalición con la excusa del heroísmo de papel del «No pasarán», versión merchandising. Vamos a vivir un final de legislatura de Sánchez apasionante. En el mismísimo El País ya lo dan por amortizado y están tomando posiciones y alentándolas. La izquierda lo va teniendo claro. No vemos tan nítidos los movimientos que harán el PP, por su lado, y Vox, por el otro. Arrebatar la iniciativa a los estrategas de la izquierda sería un buen arranque.