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Enrique García-Máiquez

Marcarse un Montaigne

Hay una sobreproducción (overproduction) de contenido de opinión que produce una saturación del mercado (market saturation)

Act. 14 jul. 2025 - 11:40

Se avecinan, qué bien, o ya están aquí, vaya, las cenas de verano. Vistas de lejos, son deliciosas y deseables. De cerca, no se oye nada. Los amigos se empeñan en contar cada uno lo suyo todos a la vez. Y lo peor es que, en cuanto te descuidas, entras en la subasta, alzando la puja, quiero decir, la voz. Si por un casual logras hacerte con la palabra, recuerdas, ipso facto, a d. José Ortega y Gasset, que decía que en las conversaciones los otros no te escuchan, sino que aprovechan tus intervenciones para pensar lo que van a contar en cuanto puedan. El columnista añora entonces la paz del folio en blanco y el lector solícito, como aquí, donde voy a poder desarrollar sin interrupciones mis argumentos, jugando con mis espacios en blanco, mis pausas, mis digresiones y todo lo demás. Ea, me voy a marcar ahora, para celebrarlo, un punto y aparte, con la tranquilidad de que nadie aprovechará el hueco del párrafo para quitarme la vez.

Luego me acuerdo del señor Michel de Montaigne, que dio un consejo admirable. Dijo que lo inteligente es pasar de decir lo tuyo en una reunión. ¿Para qué, si lo tuyo te lo sabes? El protoensayista francés sostenía que lo verdaderamente brillante es dejar que la conversación fluya por los cauces de lo que cada uno de tus interlocutores conozca bien, ya sea por su oficio o por su afición. Ella o él disfrutarán hablando y tú, además de disfrutar, aprenderás algo nuevo. Era un cuco Montaigne.

Alguien dispuesto a escuchar a alguien en las cenas de verano es un milagro. Pasa en las pandillas de amigos como en el parnaso español contemporáneo. No hay falta de poetas, qué va, sino muchísima necesidad de algún lector de poesía, aunque sea uno. En las mesas falta alguien que escuche y diga, si acaso, a intervalos amplios: «Qué interesante, tú».

Encima, podemos hacer más con una escucha grácil que con una perorata competitiva. En las redes sociales es igual. A menudo, mejor que contar tú lo tuyo que es repetir lo de todos, contribuyes más a la claridad difundiendo el texto atinado de otro o la columna de un colega que la clavó. En mi caso, además, que tengo este folio ya no tan en blanco para decir lo mío, sería imperdonable que no les diese su oportunidad a los amigos. Si han querido, me han podido leer antes de la cena, y ya está. «Si dices la verdad, no la repitas. / Sólo el que miente insiste», advirtió Aquilino Duque.

Además, la atención es el nuevo petróleo. Las grandes tecnológicas compiten con fiereza por ella. Y nosotros somos los dueños del nuevo tesoro del siglo XXI y, a veces, lo malbaratamos tontamente, cambiándonos al lado de la oferta de discursos, que es donde se produce lo que los técnicos llaman un excess supply. Hay una sobreproducción (overproduction) de contenido de opinión que produce una saturación del mercado (market saturation). En cambio, si atendemos, como seremos los únicos, ascenderemos a pieza más deseada de la mesa. El que atiende acapara toda la atención de los que desean acaparar toda la atención.

Si ni Ortega y Gasset ni Aquilino Duque ni el mismísimo Montaigne ni tan siquiera los teóricos de la economía de la atención (attention economy theorists) le han convencido, quizá la vanidad le dé el último empujón. Cuando los amigos, afónicos, desgañitados y desvencijados, se retiren a sus casas tras la cena de verano, dirán a sus mujeres: «Qué bien nos lo hemos pasado esta noche», pero, sobre todo, exclamarán con veneración: «Y qué inteligente es Fulano [o sea, usted], está a otro nivel, salta a la vista, ¡con cuantísimo interés me ha escuchado!».

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