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Enrique García-Máiquez

Sánchez, como Midas

La desastrosa selección de los colaboradores de Sánchez no es casualidad. El presidente va de la sartén al cazo, de Guatemala a Guatepeor. Escogió a Ábalos y, cuando no lo pudo sostener, a Cerdán, que tiznaba lo mismo

Actualizada 01:30

Una de las primeras misiones del columnista es distinguir entre la anécdota y la categoría. Generalmente, cuando algo se repite con machacona insistencia, es categoría. La segunda misión –entonces– es mostrar por qué estamos ante una categoría.

La desastrosa selección de los colaboradores de Sánchez no es casualidad. El presidente va de la sartén al cazo, de Guatemala a Guatepeor. Escogió a Ábalos y, cuando no lo pudo sostener, a Cerdán, que tiznaba lo mismo. Paco Salazar, hasta ayer secretario de Coordinación Institucional de Presidencia del Gobierno, mano derecha de Sánchez, iba a ser nombrado adjunto a la Secretaría de Organización del PSOE, pero era tal elemento (según sus propias compañeras y subordinadas del PSOE) que ha tenido que dimitir a los cinco minutos. En cuanto Sánchez nombra a Rebeca Torró secretaria de Organización del partido para sustituir a Cerdán, nos enteramos de que su jefe de Gabinete estuvo en nómina de un constructor acusado de pagar mordidas. Se cierran los círculos y no salimos del vicioso.

¿Tiene muy mala suerte el presidente? Claro que no. Estamos ante un rey Midas de lo suyo, que no es oro, o sí. Todo lo que tocaba aquel mitológico rey de Frigia se convertía en el precioso metal, como una paradójica maldición merecida. Todo lo que toca o nombra Sánchez se convierte en birria. No lo puede evitar. O le pasa como a lady Macbeth, que ni con toda el agua de los océanos podía lavarse sus manos. La limpieza a Sánchez se le escurre.

No porque él sea como esos personajes mitológicos y literarios, sino al revés: porque esos personajes se escribieron para explicar figuras como la suya. Pasa que uno siempre actúa como lo que es. En latín se dice: «Agere sequitur esse», que queda siempre más sentencioso. Existe una inercia existencial y el que puso en marcha el bólido no puede pilotar ni el cambio de rumbo ni el frenazo. No le sale.

La maldición también tiene una causa racional. Rige una inexorable selección inversa que hace que quien mienta, cambie de criterio continuamente, traicione sus promesas y se aferre al poder a toda costa necesite colaboradores predispuestos a pasar por los sucesivos aros. Y, si encima es narcisista, requiere de aduladores y agradaores. Éstos, por su parte, tienen que cobrarse los servicios y las sevicias prestadas, porque, si no, de qué. Y ya tenemos delante la necesidad férrea de una selección inversa en el gobierno, pero también en cualquier partido, empresa, organización o grupo de amigos que no tenga claros los valores y los principios.

Y, remachando el nudo de seguridad, en paralelo a la selección inversa, el rechazo directo. Éste refuerza el proceso. Hay quien se pregunta por qué no llaman a algunos a determinadas responsabilidades cuando son muy buenos; y no los llaman justo por eso, alma de cántaro. Alguien que vaya con su conciencia por delante, capaz de dimitir a la primera indignidad, resuelto a soltar la verdad en toda circunstancia, incapacitado para adular la incompetencia, alérgico a la corrupción y decidido a aplaudir el bien incluso si lo hace el rival, es alguien que no sirve en la mayoría de las organizaciones contemporáneas. «Piénsenlo», les iba a conminar yo, pero no hace falta porque seguro que lo han experimentado varias veces. Recuérdenlo.

El recipiente del PSOE de Pedro Sánchez no puede recibir más que gente a la imagen y semejanza de su líder, aunque no tan guapos, claro. Si uno no ha venido amoldándose, no les ha valido. ¿Y dónde van a encontrar ahora a otros de recambio? Iremos de sorpresa en sorpresa (la sorpresa rutinaria) con los nombramientos de Sánchez.

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