La roca
Sólo el descenso que han traído los tiempos y las mareas nos permiten ver descollar a ciertas cabezas. Y la marea tiene que subir más pronto que tarde
Celebramos mucho que los viejos socialistas renieguen del sanchismo. Javier Lambán ha sido muy crítico con la amnistía que el Tribunal Constitucional ha regalado (o pagado) a los nacionalistas. De Page no esperábamos otra cosa, literalmente. Y Felipe González ha dicho que ya no votará a este PSOE, autor de «barrabasadas». Nuestra alegría está bien, porque, mangas verdes, más vale tarde que nunca. Pero hay varias cosas que precisar, sin ánimo de ser impertinentes, sino sólo pertinentes.
Lo primero: se echa en falta un mínimo golpe de pecho. Es evidente que, sin los asaltos del dúo González-Guerra a la separación de poderes, no habríamos llegado a estos extremos de confusión de poderes. Se ha venido realizando una meticulosa labor de socavamiento del edificio institucional. Se derrumba del todo ahora, sí, pero se venían horadando los cimientos desde hace mucho. El PP, que tanta mano izquierda tuvo en la configuración del actual Tribunal Constitucional, también tendría algún mea culpa que entonar. Y aquí con los nacionalistas han trapicheado todos, cambiando votos por transferencias. Ya sé que ellos aseguran que no habrían llegado a estos extremos de desmadre jurídico, vale, pero podrían arrancar de un examen de conciencia, que ayudaría mucho para el propósito de enmienda.
Para lo segundo, es oportuno citar a Ernst Jünger. El gran escritor alemán comentaba de un amigo suyo que, siendo muy progresista, había acabado en conservador como la roca que la marea alta cubre pero que, cuando desciende la marea, queda al descubierto y se eleva como un promontorio. El amigo no había cambiado un milímetro: solamente tuvo el mérito –no menor– de mantenerse firme en lo suyo. Había superado el reto que propuso Antonio Machado: «Qué difícil es / cuando todo baja / no bajar también».
Esto es lo que les pasa a los socialistas roqueños que ahora aplaude tanto la derecha sociológica. Ellos no han cambiado demasiado, aunque un poco sí se habían agachado con el correr de los tiempos, y habían seguido apoyando a un PSOE a la deriva en discursos y con sus votos; pero, al final, por fortuna, no han podido erosionarse más. En fin. O al fin. La dicha es buena porque todo está muy mal.
Pero nosotros no podemos olvidar las cotas de altura. Ir nadando a la roca que la bajamar descubre y tirarse de ella de cabeza, aprovechando el momento, es pinturero y divertido. Lo que no nos exime de aspirar a una pleamar en que el agua vuelva a cubrir a los enemigos de la independencia judicial, a los que aprobaron el aborto, a los que nos metieron en la OTAN sin proteger ni Ceuta ni Melilla, a los del GAL y a los de Filesa y los ERES, a los que apoyaron a Zapatero hasta el zapateado y el taconeo, etc.
Por supuesto, lo cortés no quita lo valiente; y aplaudimos que ahora hayan decidido enrocarse. Hay que agradecerlo y glosarlo. Más aún, cuando tantos todavía siguen arrastrándose por el fango del fondo o porque todavía no se han jubilado o porque las siglas les son más importantes que la justicia, el país o la dignidad. Pero, junto al aplauso, no hay que descocarse con desmemorias y admiraciones bobaliconas. Éstas esconden unos complejos frente a la superioridad moral de la izquierda que también han contribuido una barbaridad a traernos hasta aquí.
Es el momento, pues, de poner pie en pared o pie en roca, sin olvidar lo que el perspicaz entomólogo que era Jünger observó en su amigo. Sólo el descenso que han traído los tiempos y las mareas nos permiten ver descollar a ciertas cabezas. Y la marea tiene que subir más pronto que tarde.