Al rojo vivo
Lo impertinente también vale como recordatorio al PP de que, si no quiere pactar con el PSOE o viceversa, tiene que rechazar esa parte importante de su historia inmediata en la que Montoro fue un ministro estrella
Como lo he defendido en mis columnas, muchos saben que yo querría para el Gobierno de España un acuerdo entre PP y Vox. No uno de legislatura, eh, sino de gobierno, con su número de ministros proporcionales a los votos de cada formación. Las razones ya las he explicado, y las volveré a exponer, pero hoy no. El tema de hoy es que esos lectores que comparten mi deseo me escriben para confesarme sus temores.
Yo del PP sé lo que ha dicho el PP. Están dispuestos a repetir elecciones antes que permitir que Vox se haga con ningún ministerio. Teniendo en cuenta que no hay convocadas elecciones y que, por supuesto, no sabemos nada del resultado, hay que reconocer que el PP es audaz en la confesión de sus intenciones.
A los de Vox les he preguntado en cada ocasión que he tenido, y algunas he tenido. No dicen ni mu, porque ni están convocadas las elecciones ni, mucho menos, sabemos los resultados.
Pero ahora mis interlocutores están preocupados porque Vox se ha presentado como acusación particular en el caso de Cristóbal Montoro, y no saben si esto conlleva un portazo a cualquier posibilidad de negociación. Ni lo es ni puede serlo. Resultaría incomprensible y escandaloso que Vox, que persigue casos de corrupción del PSOE, no hiciese lo mismo con los del PP.
Ya, ya, me responden; pero el comunicado de Abascal, hablando de mafias conchabadas del PP y del PSOE pone la cosa al rojo vivo.
Sí y, sin embargo, eso no significa que el pacto se aleje. Al revés. ¿Cómo? Pues como cuando se forja un hierro. Hay que golpear lo suyo y sólo después de haberlo puesto al rojo vivo.
El PP tiene la tentación (lógica, porque a nadie le amarga un dulce) de hacerle una envolvente a Vox para que los de Abascal le regalen sus votos gratis o casi, con unos pactos legislativos a los que luego habría que echar un galgo. Así que es lógico también que Vox les recuerde que pueden pactar, si prefieren, con el PSOE, porque cabe la posibilidad de que sean, en el fondo, la misma moneda. ¿Les guiña o no les guiña Moreno Bonilla? ¿Coinciden o no coinciden en multitud de políticas: «atraco fiscal a las clases medias, la promoción de la inmigración masiva como recurso para maquillar los macroeconómicos, la imposición de políticas verdes criminales contra el campo y contra la industria, el alineamiento con las políticas woke…»? La pregunta es impertinente, pero pertinente.
Lo impertinente también vale como recordatorio al PP de que, si no quiere pactar con el PSOE o viceversa, tiene que rechazar esa parte importante de su historia inmediata en la que Montoro fue un ministro estrella y en la que Rajoy le dejó hacer y deshacer. En el último congreso parece que reivindicaban aquellos momentos. Momentos que fueron —no lo olvidemos— los que precipitaron la creación de Vox. La imputación de Montoro, si va seguida de un repudio del PP de aquellos tiempos, terminará, por muy crispado que parezca el momento, favoreciendo un acuerdo sobre bases comunes.
La misma dureza es la señal de que se van tomando posiciones para una negociación que no lleve a engaños ni a trampas. Se están abriendo (a machetazos) senderos en la selva oscura. El hecho de que a ratos parezca que la controversia es mayor entre el PP y Vox no debe engañarnos. Donde se termina abriendo el sendero es donde más maleza hay que cortar y pisotear las hierbas.
No digo que el pacto se vaya a dar, no lo sé. Sólo advierto a mis interlocutores deseosos y deseantes. Les sugiero que no ha llegado el tiempo de perder toda esperanza, ni mucho menos.