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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Pepe Rodríguez

Se trata de un restaurante sin cursilerías ni chorradas que ha situado el prestigio culinario manchego en lo más alto de los placeres gastronómicos de nuestra España

He leído en El Debate la extensa referencia dedicada a Pepe Rodríguez, al que no tengo el gusto de conocer personalmente, y del que admiro su consistencia en sus opiniones. Para el gran cocinero toledano, comer es un rito y no un intento de pasarela o una demostración de la mala educación que tienen muchos clientes. Aborrece que en su restaurante los comensales dejen de hablar, se dediquen a mirar, a ver quién está, se pasen el sagrado tiempo grabando o mirando tonterías en los móviles y toda esa retahíla de groserías que hoy usan los millonarios para distinguirse del resto de la humanidad. Se da por hecho que el restaurante de Pepe Rodríguez no es barato. Se sirve el talento de uno de los mejores cocineros de España y Europa, y eso hay que pagarlo. El que va, y así me lo han contado algunos amigos, siempre vuelve. Se trata de un restaurante sin cursilerías ni chorradas que ha situado el prestigio culinario manchego en lo más alto de los placeres gastronómicos de nuestra España.

He contado que un amigo muy generoso nos invitó a un grupo de diez personas a cenar a un restaurante de los que tanto disfruta Rafa Ansón y muchos críticos de gastronomía. «Cocina de autor» ¡Pues claro, si no hay autor no puede salir un plato de la cocina ¡Al llegar al restaurante, sito en un pueblo cercano a Santander, nos recibió un maître muy distante y una brigada de camareros vestida de separatistas catalanes, todos de negro. Y sin solicitarlo, con las copas nos trajeron dos bandejas de jamón. En la carta había varias opciones de huevos, y como tengo por costumbre comer bien y cenar con medida, al llegar mi turno le pedí al maître una tortilla francesa con jamón. «Imposible, señor. Aquí se ofrece cocina de autor y pedir lo que usted desea puede ofender al jefe de cocina». Semejante cursilería tan repetida entre las estrellas Michelin, tantas veces estrelladas como los huevos de Lucio, otro grande. Con mi mejor tono me expliqué: «No tengo intención de despreciar al cocinero de autor. Pero usted, nos ha endilgado dos bandejas de jamón y compruebo que tienen varios platos de huevos. Le estoy pidiendo que un cocinero tan excepcional escoja un par de ellos y ofrezca su capacidad de creación con una tortilla francesa enjamonada». El maître acudió confuso a la cocina y volvió con gestos de consternación. «El jefe me ha dicho que lo siente mucho, pero que para eso están las gasolineras»; «Pues dígale al jefe de mi parte que me voy a una gasolinera». Y nos fuimos todos, dejando lelos al maître y los camareros disfrazados de locutores de la SER.

Ni Clodoaldo Cortés, ni Jesús Oyarbide, ni José Luis Solaguren, ni Eli Horcher, se hubieran negado a servir la tortilla de jamón. Eran y son genios de la gastronomía, como Pepe Rodríguez, y en Jockey, Zalacain, el Príncipe de Viana, Horcher o José Luis, por mera educación, siempre hicieron que los comensales y los viejos y nuevos clientes comieran bien, a gusto, sin pedorras en pos de novio rico y sin perder el tiempo usando el móvil en lugares que merecen más respeto y armonía.

Me han dicho que el restaurante de por aquí, va bastante mal. Cenamos en Cofiño, como siempre bien y en su ambiente único.

Y a otra cosa, mariposa. Bien por Pepe Rodríguez.

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