Fundado en 1910
Enrique García-Máiquez

Love’s Labours Lost

Ninguna universidad, como ironizó magistralmente el profeta Shakespeare en su 'Love’s Labour’s Lost', puede vivir ni estanca a su tiempo, ni ajena al amor ni de espaldas, ni –peor– de perfil a las problemáticas no buscadas

Act. 03 nov. 2025 - 17:00

Si digo que estudié en la Universidad de Navarra, me quedo corto, aunque algún compañero de colegio mayor o –luego– de piso diría que me quedo largo, porque no fue estudiar lo principal que hice allí. Pero me quedo corto: Navarra es mi alma mater en toda la extensión de las palabras «alma» y «madre». Tanto que no me parece exagerado estar seguro de que William Shakespeare profetizó con 355 años de antelación aquel campus. Como recordarán, en la comedia Love’s Labours Lost (Afanes de amor asolados), fundan una universidad allí con tal entusiasmo que exclaman: «Navarre shall be the wonder of the world». Siempre he considerado un exceso de humildad corporativa que esa cita shakespeariana no fulja en letras de bronce en ningún muro del Edificio Central.

Por estas razones, he seguido con enorme interés las noticias. Ya saben: Vito Quiles se propuso hacer en Navarra una parada en su tour por España. En principio, la Universidad le negó la autorización. Eso me parece bien. No tanto porque fuese un acto de contenido político, que la Universidad los ha tenido, como es lógico en una institución atenta a lo que pasa en el mundo. Me parece bien porque cada cual invita a quien quiere a su casa. Vito Quiles no es un académico ni un intelectual y puede ser que una universidad no tenga especial interés en oírle.

Quiles, sin embargo, dijo que iba a ir, no obstante, al espacio público de la Universidad a ejercer su derecho a decir lo que le parezca desde la calle. Vuelvo a entender que a la Universidad no le hiciese gracia, que alguien se pusiera a su puerta a montar su show. Si Vito quería debate público, hay cerca una universidad pública… Pero en la calle había poco margen para la prohibición; y la Universidad de Navarra se encogió de hombros. Bien hecho de nuevo.

Entonces intervienen las juventudes socialistas, abertzales y proetarras y se compinchan para reventar el acto o performance callejera. El centro académico suspende sus clases y hace comunicados protestando a la par de Vito y de los abertzales por ver perturbada su paz académica y estudiosa. Aparece una pancarta que dice: «Ni unos ni otros: dejadnos estudiar». Y aquí yo empiezo a sentirme incómodo, aunque hasta el momento había entendido la incomodidad de mi universidad. No hay talmente «unos y otros», sino que unos son unos violentos salvajes que, aunque el acto estaba suspendido, la liaron en el campus y luego en la ciudad de Pamplona, apalearon al periodista de El Español José Ismael y amedrentaron a los estudiantes que pasaban por allí.

Sin equidad no cabe equidistancia. Andrés Trapiello gusta de citar la hipótesis de que, cuando ves que una multitud está linchando a un hombre, caben tres actitudes: pasar de largo, tratar de ayudar a la víctima o sumarte a la multitud. Por supuesto, mi alma mater no se ha sumado a la paliza, pero ha tratado de pasar de largo. Vale que Vito no era su invitado, sino un intruso, y que, al final, él también pasó de largo y no se presentó, pero la diferencia entre los violentos y el charlatán pedía un gesto quijotesco, creo yo, o una gallarda matización teórica, analítica, universitaria.

Con irónica sutileza, la Universidad podría haber invitado a los antifascistas a hablar, que no es lo suyo, como Quiles, al día siguiente, en cualquier esquina del campus. No vamos a ser nosotros menos que los ingleses con su Speakers' Corner de Hyde Park. Convendría habilitar un rincón en el campus para que cualquiera pueda contar sus ocurrencias allí.

Pero sobre todo la universidad, para hacerse fuerte y coherente en la opción estudiantil que ha enarbolado, tendría que no haber interrumpido de ninguna de las maneras las clases. Habría que haber ejercido de modo heroico y desafiante el «dejadnos estudiar». Qué magnífico desdén de la aristocracia de la inteligencia hubiese sido eso. La suspensión de las clases conlleva una prudente (sí) rendición (ay) preventiva (encima).

Espero que («dejadnos estudiar») ahora se estudie bien lo ocurrido y la desproporción entre quien quiere soltar su rollo y quien quiere aplicar su rodillo. Me parece digno de reflexión académica y bochorno moral la impunidad de la invasión del campus. ¿Cuántos detenidos y cuántas multas han derivado de la interrupción de una tarde de clases y de la profanación del otrora sacro espacio del campus? ¿Cuál es la actitud propiamente universitaria cuando uno ve cosas como estas? ¿Qué resistencia se ha ejercido?

Ninguna universidad, como ironizó magistralmente el profeta Shakespeare en su Love’s Labours Lost, puede vivir ni estanca a su tiempo, ni ajena al amor, ni de espaldas, ni –peor– de perfil a las problemáticas no buscadas. El escudo de la Universidad de Navarra, bellísimo, es un san Miguel que no está, precisamente, empollando. Lo sé bien porque lo llevo, más de treinta años después, en mi llavero. Sostiene un escudo con las cadenas del reino foral y con la mano derecha alancea a un dragón. Un modelo, desde luego.

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