El gobierno de los peores
Cuesta creer que Pedro Sánchez no supiera nada de las andanzas de la banda del Peugeot cuando, pocos días antes de que conociéramos el primer y demoledor informe de la UCO, que estaba anunciado en los medios de comunicación, Santos Cerdán y Paqui compartieron mesa y mantel con él en La Moncloa
Quizá les cegó la soberbia. O la avaricia. O ambas. El poder puede llegar a nublar los sentidos, provoca en gentes con poca inteligencia y ayunos de referencias éticas y morales una falsa sensación de impunidad. Me pregunto si valió la pena: unos cuantos años de falsos oropeles y reverencias, desenfreno, vicios y lujuria a cambio de una más que probable condena a décadas de ostracismo, silencios, soledad y privación de libertad. El mismo guardia civil que ayer se cuadró al abrir la puerta del ministerio, mañana podría echar la llave de la celda en la que, si el tribunal acepta las penas solicitadas por Anticorrupción, transcurrirá el final de sus vidas.
Solo a ellos les atañe este dilema. Los demás, que observamos boquiabiertos los escabrosos y vergonzantes detalles de cada capítulo servido por los informes de la UCO, nos preguntamos (al menos, yo me lo pregunto) cómo es posible que gentes de semejante calaña llegaran nada menos que a ostentar el honor de formar parte del Gobierno de España. Porque era o tendría que ser un honor, así nos lo enseñaron nuestros abuelos y padres, los que hace medio siglo nos regalaron la democracia. Cincuenta años después, para nuestra desgracia, el servicio público ha transmutado en la oportunidad de sacar tajada, a ser posible sin dar palo al agua y da la impresión de que, desde las instituciones, son más los que trabajan para sabotear las leyes y consensos en vez de en favor de los ciudadanos.
No habrá más progreso si al frente de la mayor empresa que tenemos entre manos, que es el país, está dirigida por chupatintas, pelotas, ineptos, ignorantes o ladrones. Y tanta responsabilidad tienen ellos como el que les ha convocado. Cuesta creer que Pedro Sánchez no supiera nada de las andanzas de la banda del Peugeot cuando, pocos días antes de que conociéramos el primer y demoledor informe de la UCO, que estaba anunciado en los medios de comunicación, Santos Cerdán y Paqui compartieron mesa y mantel con él en la Moncloa. Si no fue a rendir cuentas y le engañó, que es harto difícil de creer, cabe exigir al presidente al menos dos responsabilidades, una por elegirle, otra invigilando. Sincero o no, ha pedido perdón por su error, pero jamás ha explicado el porqué. Y, dado que hemos pagado la fiesta, merecemos al menos una rendición de cuentas. ¿Por qué Ábalos o Cerdán y no López o Hernando, por ejemplo? ¿Qué méritos, a su juicio, les adornaban?
Durará lo que dure, pero todo apunta a que el tiempo de Pedro Sánchez ha pasado. Al próximo parlamento que salga de las urnas le corresponderá dignificar la vida pública. Y revisar de arriba a abajo todos los procesos. Es difícil de creer que a estas alturas no dispongamos de los resortes para detectar a tiempo mordidas, corruptelas y robos a gran escala en contratos públicos. Resulta complicado aceptar que no existan los mecanismos para evitar que el Estado y sus instituciones, desde el INE a la Fiscalía, pasando por el CIS o la Policía, estén a salvo de injerencias partidistas. Eso, por no mencionar a las empresas privadas. El imperio de la ley ha degenerado en el chiringuito de los partidos y, si no se revierte, será la soga al cuello de nuestra democracia.