Ingeniería social
En un país meridianamente normal, democráticamente aburrido, nos estaríamos planteando si hay que subir las cuotas a la Seguridad Social para poder pagar las pensiones como pretende Elma Saiz o si sería más conveniente estimular a nuevas industrias que generen riqueza para sostener nuestro Estado del bienestar
Los precios vuelven a subir, un tres por ciento en el último mes. La inflación no da tregua al bolsillo de las depauperadas familias. En un país medianamente normal, las causas de la inflación y el deterioro del poder adquisitivo de los ciudadanos coparían buena parte del debate público. En la España de Sánchez, mejor no mentarlo, porque lo único que puede salir de ese gabinete es la idea de un nuevo subsidio avalado por Yolanda Díaz, la misma que apeló a todos los supermercados para hacer una cesta básica de la compra de precio tasado de la que ya nadie se acuerda. Si cobrara por cada una de las paguitas que se imagina, no tendríamos para pagarla.
En un país meridianamente normal, democráticamente aburrido, nos estaríamos planteando si hay que subir las cuotas a la Seguridad Social para poder pagar las pensiones como pretende Elma Saiz o si sería acaso más conveniente estimular y atraer a nuevas industrias que generen la riqueza necesaria para sostener nuestro apreciado Estado del bienestar. Tendríamos que preocuparnos por la escasez de médicos en los centros de atención primaria y preguntarnos si estamos seguros frente a las cada vez más visibles amenazas externas o haríamos bien en ceder ante Donald Trump. Pero, si fuera así, caeríamos en la cuenta de que, en abierta rebelión frente a la Constitución, el Gobierno ha abdicado de su deber de llevar los presupuestos al parlamento y Hacienda se dedica a trampear con créditos y trasiegos de partidas de un capítulo a otro.
El único mandato que en Moncloa cumplen a rajatabla es el de huir de una cotidianeidad que a día que pasa se les presenta más adversa. Si no llevan al parlamento los presupuestos que prometieron, se organiza un boicot a Israel convenientemente jaleado por todas sus terminales mediáticas. Cuando el juez llama a declarar a Begoña, se arma una flotilla con destino a Gaza y se convoca una huelga general. Lo de menos es que haya resultado ser otro fiasco que vuelve a retratar a los grandes sindicatos de clase. Si aparecen bolsas de billetes en el despacho de José Luís Ábalos, se organiza una macro rueda de prensa en Moncloa en defensa del aborto. Insistirán en ello, aunque no parece que les esté dando el resultado que buscan, que no es otro que la bronca. Habida cuenta de que a Franco ya le han sacado todo el jugo que podían extraer, es prácticamente imposible adivinar cuál será el próximo asunto que abra los telediarios. Hay que admitir que de imaginación andan sobrados y tienen por delante asuntos feos que tapar, como el informe de la UCO sobre Ángel Víctor Torres o el inminente juicio al que se enfrenta el fiscal general del Estado.
Acabe cuando acabe, que será cuando a Pedro Sánchez mejor le convenga, esta legislatura será digna de pasar a los libros de historia como el mayor experimento de ingeniería social de la democracia. Todos los gobiernos han usado a su conveniencia la publicidad y la propaganda, pero este ha dado un salto cualitativo de consecuencias difíciles de advertir. Frente a los desafectos que apagan el televisor hastiado de tanto inútil ruido, frente a los que reniegan y se rebelan en las redes sociales, los hay que si no se adhieren a una causa, tienen otra a la que agarrarse para seguir jaleando a su líder. Si persisten en los ardides es porque observan resultados. Y decían que el brujo era Pablo Iglesias. Es solo un aprendiz a la vera de los consejeros de Sánchez.