Los violentos del puño
La feria de Mula estaba dominada por las dos familias más afortunadas. Llevaban varios siglos enfadados pero, hasta ese momento, ninguno quiso pisar el acelerador
Nada le divertía más a Jaime Campmany que contar anécdotas y sucesos de su tierra. En este caso de la rica ciudad de Mula, cuyo nombre ya no aventura nada afortunado. Sucede lo que en tantos rincones de España, que se aborrecen por el simple hecho de la proximidad. La feria de Mula estaba dominada por las dos familias más afortunadas. Llevaban varios siglos enfadados pero, hasta ese momento, ninguno quiso pisar el acelerador.
Aquella noche fue diferente. Los adeptos a una familia se convirtieron inesperadamente en enemigos. Teniendo en cuenta que nadie había provocado hasta ese momento, a nadie le chocó la enemistad.
Ya entradita la noche pasó la señora principal de una de las familias irreconciliables, con la mala suerte que en la barra del chiringuito se soplaba su última botella el jefe de la banda contraria. Hay que reconocer que no hizo bien cuando, superado el espacio, el jefe de la banda provocadora le deseó las buenas noches de una manera que no entra en los límites de la corrección: «Adiós, hipopótamo». Y se armó la gorda.
Fueron detenidos la mujer calificada de paquidérmica y fue puesta en libertad inmediatamente y el juez no necesitó ayuda de la prisa para meterle una sanción económica y dos días de trena. No obstante, se celebró el juicio y no tuvo ni pies ni cabeza. Le preguntó al autor de los pamporros:
–¿Reconoce usted que ha llamado hipopótamo a esa señora?
–Lo reconozco.
–¿Algún motivo especial?
–Estamos así desde el siglo XVIII.
–¿Y por qué usó el término hipopótamo?
–Hombre señoría. Usted lo está comprobando.
–Señora. ¿Perdona el insulto?
–Lo perdono.
El juez impuso una sanción económica para la familia del que la llamó hipopótamo y lo soltó.
Al día siguiente Mula apareció luminosa, trabajadora y fértil. Despidió a los detenidos de esta manera:
«En Mula no tienen cabida las pijotadas. De haber salido con armas contundentes esto no estaría en juicio».
Firmada el acta, el agresor le preguntó a su señoría:
–Señor juez, ¿en el código penal español está castigado llamar a una señora hipopótamo?
–No, no…
Pues me va a permitir que antes de abandonar la sala pueda convencer este falso veredicto. Y dirigiéndose a la agraviada le despidió de esta manera:
«Adiós hipopótamo».