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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Memoria de aquella muerte

Creo que Franco –y por mi parte el primero– no ha querido ser comprendido por sus detractores. Nació la Seguridad Social, las vacaciones de verano, la construcción de decenas de hospitales, la utilización –gracias a las grandes obras hidráulicas– que calmaron la sed a la España seca

La figura desvencijada de Franco fue visitada por más de un millón de personas en el salón del Palacio Real. Aquel día, el Rey se erigió como Rey de España por herencia franquista. Pero pronto, en una operación diplomática brillantísima, demostró que él quería estar rodeado de los mejores para encabezar una –casi imposible– continuidad o el exilio.

Muchos no lo saben, pero él tuvo en la trastienda una influencia –Don Juan de Borbón– al que el Generalísimo arrinconó durante casi 40 años.

Se puede o no se puede ser franquista, pero nadie discute, en esas cuatro decenas de años, que España había cambiado completamente.

El Rey le pidió a su padre que invitara a los líderes más importantes de Europa, y Don Juan organizó una cacería de perdices muy cerca de Las Cabezas para hablar sobre ello, y Giscard, que fue un cabrón con pintas, ofreciendo refugio en Francia a los asesinos de la ETA, le respondió que acudiría a la proclamación de Don Juan Carlos. Lo mismo Scheel, alemán, y sobre todo que asistiera el duque de Edimburgo, el marido de la Reina Isabel. Al ver la multitud reunida –y en este caso festivo para muchos– se abría un horizonte muy diferente en las relaciones de España y el Reino Unido.

Cuando Felipe de Edimburgo, con la Familia Real, se asomó al balcón principal del Palacio Real, exclamó: «Joder. Hay más gente que con nosotros y los aplausos suenan a aprobación».

Creo sinceramente que, al cabo de los años, si no es por la villanía rencorosa de Zapatero y de Sánchez, el marido de 'Manos largas', que alterara de forma inconsciente un enfrentamiento político, se habría iniciado el proceso definitivo de superación de los rencores.

Creo que Franco –y por mi parte el primero– no quiso ser comprendido por sus detractores. Nació la Seguridad Social, las vacaciones de verano, la construcción de decenas de hospitales y, gracias a las grandes obras hidráulicas, el agua calmó la sed de la España seca. Creó la paga extraordinaria del 18 de julio, a la que no renunció ni pública ni privadamente ningún socialista. Errores personales, aparte, la gran manifestación de duelo, se produjo en El Escorial, donde Don Juan, por orden de Felipe González, fue enterrado, pasando por el pudridero, en el penúltimo sarcófago disponible.

Fue un noviembre frío, brumoso y desagradable. No respetaron los socialistas ni comunistas la grieta que abrió el padre de «Las Góticas».

El Rey cometió errores personales, pero no públicos. Y sorprendentemente, habiendo sido el piloto de la reconciliación, hoy está exiliado y con el horizonte de sus ojos aguardando lo que todos tenemos que aguardar, porque llega. ¡Vaya si llega!

Hoy nos encontramos ante unas elecciones generales en las que no compiten los partidos. Si la culminación del abrazo común es derrotada, los terroristas y los tontos consiguen doblegar con pactos vergonzosos la auténtica voluntad de los españoles.

Aquel día de noviembre se abrió una nueva guerra civil soterrada. Y las guerras hay que ganarlas. Sobre todo, si lo que busca el Gobierno es el odio. Pero con esta gentuza, no hay manera.

Al final venceremos.

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