Algunos hombres y mujeres buenos
Nuestro sistema de derechos y libertades ha aguantado porque muchísimos profesionales han estado en su sitio, cumpliendo con su deber
El anterior tesorero del PP resultó que escondía un botín en Suiza y acabó en la cárcel, al igual que dos consejeros de Aguirre, o el exministro Matas, o el conseguidor de la Gürtel…
El anterior Rey de España se vio forzado a lo que de hecho supone una –injusta– pena de destierro, debido a varios desarreglos en su vida privada. El yerno del Rey también acabó en prisión por negocios improcedentes esgrimiendo la tarjeta de la realeza.
Dos expresidentes de la Junta de Andalucía fueron condenados por el caso de los ERE, el mayor robo de dinero público de nuestra democracia (y luego Pumpido culminó la ofensa borrando sus penas y las de otros al servicio del partido al que se debe).
Los dos últimos jefes del PSOE en las calderas de Ferraz han pernoctado en la cárcel. La mujer y el hermano del presidente del Gobierno están encausados. El fiscal general ha perdido su cargo, condenado por un gravísimo caso de guerra sucia política. Un expresidente de la SEPI está siendo investigado por enriquecerse con comisiones. Vox investiga un caso de trinques en una asociación juvenil vinculada al partido. Los acosos sexuales afloran de repente por todas partes. El F. C. Barcelona pagó durante más de tres lustros a los árbitros (imagínense para qué). El expresidente Zapatero empieza a oler a chamusquina y se va viendo la punta de un inquietante iceberg. El honorable Jordi Pujol era tan poco honorable que ya nonagenario lo están juzgando –muy tardíamente– por contumaz comisionista. La presidenta del Parlamento Catalán fue condenada e inhabilitada por detraer fondos de una asociación cultural para dárselos a un amiguete. Y no me voy a detener ya en los chanchullos de alcaldes y consejeros autonómicos, porque agotaría la batería del ordenador…
Las personas que ocupan las instituciones no son alienígenas. Son españoles como nosotros, que reflejan el estado ético de nuestra sociedad. Así que ante la retahíla de golfadas que he enunciado cabría concluir que España está podrida moralmente, que aquí hay más chorizos en los despachos que en las carnicerías y los asadores. Pero sería una conclusión injusta. Existe una mayoría silenciosa de gente que con su trabajo serio y su honradez mantiene firmes las cuadernas de la nación en medio de la marejada.
Nuestro sistema de derechos y libertades ha aguantado porque muchas personas han resistido la embestida de un ególatra sin principios, un personaje tan esquinado que ha desbordado las protecciones de la democracia establecidas por los padres constituyentes (nadie podía imaginar, por ejemplo, que un presidente del Gobierno osaría a negociar la gobernación de España con un fugitivo golpista escondido en el extranjero, o con el partido sucesor de una banda terrorista, o que mentiría como quien silba).
La inmensa mayoría de los jueces y fiscales no han hecho el Pumpido. No han contorsionado las leyes al servicio de una ideología y de sus gratas prebendas. Han estado en su sitio, incluso soportando presiones rudas y públicas del presidente y sus ministros. La Guardia Civil ha continuado con sus investigaciones, pese a que su responsable último, el multi reprobado Marlaska, fue condenado en su día precisamente por degradar ilegalmente a un distinguido miembro de ese cuerpo. Muchos periodistas han ejercido su labor de conciencia crítica del poder y han logrado que aflorasen las miserias del sanchismo (mientras algunos compañeros se mofaban de su esfuerzo, porque las canonjías de Pedro eran golosas y porque siempre es más cómodo remar a favor del régimen que a contracorriente, donde además no hay entrevistas con los jerarcas, ni publicidad institucional alguna).
Si se mira al resto de la sociedad sucede otro tanto. Desde los barrenderos que estos días recogen las hojas en las calles, a los servidores sociales que cuidan a los ancianos desamparados y a los vagabundos que duermen al raso, pasando por médicos, dependientes de comercios, obreros, oficinistas, camareros, clérigos, ingenieros, militares… Hay una España cumplidora ahí fuera, que explica que vivamos todavía en un país extraordinario, a pesar de siete años de un maligno experimento político que nos ha lastrado.
Hay muchos chorizos, sí. Pero España no es un país de chorizos. Aunque muchas mañanas te despiertas, escuchas las noticias y te dan ganas de volver a la cama y no salir.