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HorizonteRamón Pérez-Maura

La infamia sexual con los muertos

De lo que se trata aquí es de que otros caigamos en la trampa –yo el primero– de hablar de Adolfo Suárez para que parezca que todos somos iguales. Que por mucho que haya tropecientos cargos de medio pelo del PSOE y otros partidos acusados de acoso sexual, ninguno era presidente del Gobierno

Quede claro que cuando hablo de «infamia» no lo hago empleando el adjetivo en la primera acepción del diccionario de la Real Academia Española: «Descrédito, deshonra». Yo me refiero, sin dudarlo, a la segunda acepción: «maldad o vileza en cualquier línea». De lo que estamos hablando ahora es de una vileza mayor porque se difama a un muerto.

Supongo que conocen las acusaciones. Una mujer amparada tras el pseudónimo de Ariadna –qué valiente forma de lanzar difamaciones a un muerto– dice ahora que hace medio siglo, cuando ella era menor de edad –17 años– Adolfo Suárez abusó sexualmente de ella. A ver si con esta infamia conseguimos acabar con la retahíla de demandas contra miembros de casi todos los partidos representados en las Cortes Españolas. Y muy especialmente de la actual ultraizquierda que pretende borrar a Suárez de la Historia. Claro, según sus parámetros, habría que borrar también a Íñigo Errejón. El problema es que a él no hay de dónde borrarlo porque no es más que la bazofia irrelevante de la historia.

Yo soy el primero que quiere decir que el acoso sexual es intolerable. Y cuando se produce hay que denunciarlo de inmediato. Para ser acoso, es imprescindible que sea reiterado. No es lo mismo que una persona intente ligar con otra, sea rechazada y ahí termine la cosa a que se persevere un día y otro y otro. No digamos ya a que se haga cualquier práctica sin consentimiento. Y que uno tenga superioridad laboral sobre el otro. Cuando encima se acusa de esas prácticas a un hombre que lleva muerto once años y medio, no parece improcedente decir que qué fácil es lanzar esta infamia ahora. Y cuando esa hipotética Ariadna nos cuenta que lo denuncia hogaño porque la idealización de la figura de Suárez que se hace en la serie Anatomía de un instante le ha movido a contar quién fue, me da la risa.

Tengo dicho en esta columna que la mentada serie me pareció entre muy mala y una bazofia. Pero todo se supera. Las honras fúnebres de Adolfo Suárez González en marzo de 2014, con la presencia del Rey y el reconocimiento con partidos de todo el espectro político, no indignaron a esta mujer. Lo que le ha hecho romper 44 años de silencio ha sido una serie de televisión que es infumable. Me daría la risa si no fuese por lo patético del caso.

Ya no se trata de analizar lo inverosímil que era que Suárez metiera a este ser en su despacho en la calle Antonio Maura de Madrid, donde había unas medidas de seguridad extremas. La introducía y nunca se enteró nadie. Y también en su domicilio, con mujer, cinco hijos y personal de servicio. Ni James Bond tenía ese valor ni esa capacidad.

De lo que se trata aquí es de que otros caigamos en la trampa –yo el primero– de hablar de Adolfo Suárez para que parezca que todos somos iguales. Que por mucho que haya tropecientos cargos de medio pelo del PSOE y otros partidos acusados de acoso sexual, ninguno era presidente del Gobierno ni tiene un aeropuerto a su nombre. No. No es así.

Adolfo Suárez está muerto y no puede defenderse de esta infamia. Los demás acusados de esta hora sí pueden hacerlo. Y aunque para otras personas eso no tenga ningún valor, para mí, que no lo soy, el que Adolfo Suárez fuese miembro del Opus Dei me da la certeza de que jamás podría hacer un acoso como el que esta mujer denuncia.

Qué degeneración de país.

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