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Cartas al director

Trenes

Imaginen que un viajero ha comprado un billete de Renfe para ir desde Cádiz a Pamplona con un trasbordo en Sevilla y otro en Madrid. Imaginen que –dado el actual caos ferroviario– se cumple la hipótesis más probable y ya el primer tren –Cádiz-Sevilla– no sale por avería, de manera que el viajero debe para ir por carretera a Sevilla y comprar otro billete —el primero ya no le vale— para continuar a Pamplona, con enlace en Madrid, donde dispondrá de 37 minutos para cambiar de tren. Imaginen que –dado el habitual incumplimiento de horarios– el tren sale de Sevilla con un retraso que prácticamente le deja sin margen para el enlace. Aun así entra en Atocha cuando el tren Madrid-Pamplona aún no ha salido. Imaginen que un pasajero de este último tren contacta con la interventora para informarle que el viajero, que es una mujer embarazada de siete meses, está entrando en la misma vía y le ruega que se la espere apenas un minuto. Pero la interventora, en actitud displicente, sin la más mínima empatía, le contesta que el tren no espera, así que la mujer, ya en el andén, ve cómo el tren Madrid-Pamplona se marcha porque no han querido esperarla.

Imaginen su rabia e impotencia, y los epítetos que le dedica a los responsables de la red ferroviaria en general y a esa interventora y su progenitora en particular. Esto ha ocurrido el último fin de semana, hay miles de historias similares, y es una muestra más del lamentable estado de un servicio público que pagamos a precio de primer mundo para unas prestaciones tercermundistas, y además con mala uva.

Manuel Sierra Martín

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