Cartas al director
Tierra quemada
Expresión que tiene su origen en la jerga militar y que describe la táctica de destruir recursos útiles para el enemigo durante una retirada. A lo largo de la Historia, muchas civilizaciones la han puesto en práctica, pero sin duda, el mejor ejemplo es el de Rusia: primero contra Napoleón y más tarde durante la Segunda Guerra Mundial. Los rusos llegaron a quemar cosechas, incendiaron ciudades e incluso dejaron morir a sus ciudadanos, sin importarles lo que dejaban atrás. Así lo reflejaron primero Tolstoi en Guerra y Paz y, posteriormente, Winston Churchill en La Segunda Guerra Mundial.
Esta táctica, sin embargo, no se limita a los campos de batalla. Es un comportamiento que se repite en la vida personal y profesional y refleja cómo el ser humano intenta preservar poder o control incluso cuando su etapa llega a su fin. Y en política, esta expresión adquiere toda su dimensión. Un gobierno, un partido o un líder pueden tomar decisiones que dañan deliberadamente el terreno político, institucional o económico, dificultando la futura gestión de su rival, aunque ello implique un coste terrible para el propio país y sus ciudadanos.
Esto es precisamente lo que ha ocurrido con Pedro Sánchez y lo que queda del Partido Socialista. Durante los últimos dos años han acelerado su política de tierra quemada, sabedores de que su final está próximo: se aprueban leyes o presupuestos (los que les permiten los independentistas) diseñados para complicar la gestión del próximo Ejecutivo, colonizan instituciones, polarizan deliberadamente la sociedad para dejar un clima difícil de gobernar y endeudan al país, comprometiendo recursos a largo plazo de forma intencionada. Sin olvidar las heridas difíciles de reparar y los problemas sin resolver que dejan en su huida hacia ninguna parte.
Que se vayan es buena noticia, pero quien llegue se va a encontrar una nación devastada, enfrentada y muy difícil de reconstruir.