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29 de marzo de 2024

En primera líneaJesús Banegas

Pedagogía democrática

El fiasco de nuestra democracia republicana comenzó con su Constitución; inspirada en la de la URSS, la República de Weimar, la Revolución de 1918 de México, la de Bulgaria y alejada de las prácticas anglosajonas

Actualizada 02:28

El reciente incidente interpretativo sobre la destitución por la Justicia de un diputado del Congreso de Diputados ha puesto de manifiesto el sempiterno y muy serio problema de la interpretación de la democracia que tiene la izquierda española.
Habiéndose apropiado de la palabra democracia como antónimo de dictadura, en tiempos de Franco, la izquierda hispana –no las demás europeas– la interpreta a su gusto, que no es otro que el de la fracasada Revolución francesa y la volonté générale totalitaria acuñada por Rousseau en su Contrato social.
Para Rousseau la democracia consiste en la elección asamblearia de Gobiernos con un poder omnímodo que no tienen por qué respetar las leyes del pasado –solo existen las leyes que se dan los vivos, sostenía junto a Voltaire– mientras que la separación de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial carecía de sentido alguno. Un Gobierno elegido –mediante el contrato social de la votación– al gusto de Rousseau, además de negar las instituciones de la sociedad civil, tiene las manos libres para «construir el hombre nuevo» –como en la URSS– y sustituir la libertad y la responsabilidad personal por las decisiones del Estado democrático. En este sistema el votante vende –por «un plato de lentejas»– su primogenitura ciudadana, desapareciendo como tal para ser absorbido por un estado omnipresente en todos los órdenes de la vida humana. La premio Nobel Svetlana Aleksiévich dedicó las casi setecientas páginas de su libro El fin del «Homo sovieticus» a ilustrar las miserias de esta democracia totalitaria.
Frente a este modelo democrático totalitario, que ni siquiera en Francia tuvo éxito, y terminó recluido en los regímenes comunistas y sucedáneos, amén de algunas penosas repúblicas hispanoamericanas de nuestros días, renació y evolucionó en Inglaterra la antigua y verdadera democracia griega, que, junto con las leyes y tradiciones existentes y el respeto irrestricto de la libertad individual, consagró tácitamente la democracia liberal. Este proceso evolutivo que duró varios siglos, alcanzó su zénit con la independencia de EE.UU., al consagrarse como constitución escrita y obra maestra del orden político verdaderamente democrático.
Entre la democracia tácita inglesa sujeta a reglas consuetudinarias, fruto de la libre evolución natural de las instituciones sociales y la explícita norteamericana, emergió un personaje histórico crucial que recientemente fue biografiado políticamente por Pedro Schwartz en su imprescindible ensayo En busca de Montesquieu.
pedagogía democratica 29-10-21

Lu Tolstova

Montesquieu, buen conocedor de la democracia inglesa, había descubierto algo que a su juicio era el quid del éxito del sistema: la separación de poderes, no sólo la muy tradicional –por su sistema electoral– del legislativo y el ejecutivo, sino, y sobre todo, del judicial basado en su independencia. La Constitución americana se benefició de El espíritu de las leyes, ensayo en el que Montesquieu descubrió los porqués de la solidez de la democracia inglesa.
No deja de ser paradójico que el muy consolidado éxito de la democracia inglesa y de la Revolución americana, que antecedieron a la Revolución Francesa, no sirvieran para encauzar el cambio de régimen en Francia, que consecuentemente resultó institucionalmente fallido. De hecho, el actual sistema democrático francés es una buena copia del norteamericano y está en las antípodas del rousseauniano.
Dicho todo lo anterior, la cultura democrática progresista española está dominada –como ya lo estuvo en tiempos de la 2ª República– por los fracasados antecedentes franceses, que ni siquiera en Francia fueron asumidos. El fiasco de nuestra democracia republicana comenzó con su Constitución; inspirada en la de la URSS, la República de Weimar, la Revolución de 1918 de México, la de Bulgaria y alejada de las prácticas anglosajonas.
Con nuestra Constitución de 1978, España se incorporó plenamente a la senda constitucional de referencia: un estado democrático de derecho liberal. Ya en 1985 el PSOE sintiéndose incómodo con la independencia judicial llevó adelante una ley que, en contra del espíritu y sobre todo la letra de la Constitución, politizaba la elección de todos los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Ahora el actual Gobierno de «frente popular» no solo se niega a enmendar el citado desacato –que para nuestra vergüenza, hasta la UE exige–, sino que no cesa de hacer todo lo posible para someter la justicia a su libre albedrío totalitario: incumpliendo la ley de transparencia, indultando a confesos culpables de un golpe de Estado fallido, negándose a ejecutar sentencias judiciales –especialmente en Cataluña– y un largo etcétera de insumisiones, cuyo último episodio encierra una gravedad añadida: la intervención de funcionarios letrados de Las Cortes asesorando a los partidos anticonstitucionales acerca del incumplimiento de una sentencia judicial de nuestro más alto tribunal.
Pero no conformes con la sumisión política de la cúpula del poder judicial, el Gobierno ya anda anunciando su deseo de democratizar las bases de la justicia sustituyendo las oposiciones –que discriminan, como es natural, a los buenos estudiantes de los malos– con no se sabe bien qué nuevo sistema, que en todo caso garantizará una administración de la justicia al margen de la meritocracia asociada a un profundo conocimiento de las leyes y los procedimientos legales y a favor de la pura militancia política de quienes –como sucede habitualmente– no valen para otra cosa. En la educación, los socialistas ya consiguieron que los profesores de enseñanza media fueran –y siguen siendo– quienes presentan los peores expedientes académicos; con el consabido desastre ya cosechado. Hicieron realidad la estúpida leyenda del «maestro ciruela» que «no sabía leer y puso una escuela».
Como la Constitución de 1978 le viene estrecha a la coalición de Gobierno en su camino de regreso a la democracia totalitaria tercermundista a la que aspiran, el PSOE ya ha anunciado su reforma: ¿se atreverá a plantearla frontalmente? Siendo una grave responsabilidad tal desafío, quizás sería útil zanjar de una vez el dilema: democracia liberal frente a democracia totalitaria; o lo que es lo mismo, ser un país del primer o del tercer mundo.
Jesús Banegas es presidente del Foro de la Sociedad Civil
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