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26 de abril de 2024

En primera líneaJosé Antonio García-Albi

Una paradoja de Franco en la Transición

Lo que Franco hizo para acumular y centralizar el poder, sirvió para ayudar a desmontar el franquismo en la Transición

Actualizada 21:06

Hace unas semanas pude ver en este periódico digital un interesante documental sobre el Decreto de Unificación de 1937, mediante el cual quedaron fusionadas la Falange Española y de las JONS y la Comunión Tradicionalista en la organización política denominada FET y de las JONS. El decreto, que produjo algún desasosiego en las filas carlistas y falangistas, fue una de las primeras piedras en la estructura del futuro Estado que saldrá de la Guerra Civil. La persona al frente del nuevo partido era el secretario general del Movimiento, a quien se le otorgó categoría de ministro al concluir la contienda.
Todo eso tuvo mucha mayor relevancia de lo que a primera vista pudiera parecer. Lo que hizo Franco con esa jugada fue evitar que un partido político tomase, como ocurre en las dictaduras socialistas y comunistas, el control de las estructuras del estado y lo sometiese a sus intereses. En Cuba, Venezuela, la URSS o China, por ejemplo, el partido copa con su nomenklatura todos los niveles de la administración pública. Por eso son estados muy difíciles de desmontar. Franco actuó al revés; nacionalizó el partido político. Se establecía que el ministerio era el cauce para que la FET y de las JONS participase en las decisiones públicas, pero, de facto, era la forma por la que el Estado (Franco) controlaba al partido y no al revés.
Como a la función pública se accedía mediante concurso, las administraciones gozaban de un perfil profesional y no político en sus recursos humanos; incluso los puestos de alto nivel con capacidad de decisión, como letrados o técnicos, se cubrían por oposición. El Estado no estaba trufado de falangistas. Es evidente, sobre todo en la primera mitad del franquismo, que falangistas y carlistas ocuparon puestos de relevancia como gobernadores, presidentes de diputaciones o ministerios, pero en términos generales, el Estado no estuvo tomado por el partido político. Eso permitió una movilidad interna que se puede ejemplificar con la llegada de los conocidos tecnócratas a distintos ámbitos del Gobierno.
Resulta ilustrativo saber que con Navarro Rubio trabajaron Fuentes Quintana, Carlos Solchaga y Miguel Boyer. Con Ullastres colaboró Ramón Tamames y Fabian Estapé lo hizo con López Rodó. Por poner solo algunos ejemplos. Y también lo es el saber que dos figuras tan importantes en el proceso de desmontar el franquismo ocuparon el puesto de ministro secretario general del Movimiento; me refiero a Torcuato Fernández Miranda y a Adolfo Suárez.
Esta despolitización del régimen, o esta profesionalización, como se quiera, tal vez explicase la frase que el propio Franco le espetó en una ocasión al periodista Sabino Alonso Fueyo (director de Arriba): «Haga como yo, no se meta en política».
ilustración una paradoja de franco

Lu Tolstova

El franquismo establecía que la participación política se llevaba a cabo por tres canales u instituciones: la familia, el municipio y el sindicato. Veamos como funcionaron esos tercios en los últimos años del régimen.
En 1967 se produjeron elecciones por sufragio directo para renovar el tercio familiar de procuradores en Cortes. Esto ya supuso un cierto relevo en las Cortes con la incorporación de personas con un perfil distinto al preexistente, más jóvenes y con una formación más internacional. En 1969 y, ante esas Cortes, se nombra a Don Juan Carlos sucesor de Franco a título de Rey. Y esas Cortes aprobaron la ley para la Reforma Política. 
En 1970 se renovaron los ayuntamientos cambiando el perfil de los corporativos. El tercio familiar mediante sufragio directo y los otros dos tercios mediante la presentación de candidatos ajenos a las anteriores corporaciones. ¿Cómo se obtuvieron esos nuevos candidatos para los tres tercios? ¿Por qué se produjo esa afición a ocuparse de los problemas municipales por parte de una nueva generación? Estaban entonces los que se conocieron como los hombres del Príncipe. Personas cercanas a su alteza que se movilizaron para ir impulsando un cambio en los cimientos del estado en donde aposentar el futuro. En el caso de Vizcaya, que conozco personalmente, el hombre del Príncipe era Fernando Ybarra. Todo esto no era baladí; como se vio cuando en esos ayuntamientos comenzaron a ondear pacíficamente banderas como la vasca o la catalana.
En relación al sindicato, al sindicato vertical, poco hay que decir, ya en los años finales del franquismo se encontraban plagados de elementos de Comisiones Obreras. No, no iban a ser los sindicatos verticales las bases para prorrogar el régimen.
En resumen; se dio la paradoja de que lo que Franco hizo para acumular y centralizar el poder, sirvió para ayudar a desmontar el franquismo en la Transición. Podemos apreciar que gracias a que el Estado no estuvo secuestrado por un partido (como en Cuba, China etc.) las resistencias al cambio no solo fueron reducidas, sino que se pudo impulsar el cambio desde dentro. Se puede afirmar que los riesgos para el éxito de la transición fueron más exógenos, como el terrorismo de ETA y FRAP o la posición que tomase la izquierda, que endógenos y que el proceso de cambio no comenzó de manera sobrevenida en el último momento. Se fueron estableciendo bases con anterioridad aprovechando unas características concretas de la estructura del Estado. 
  • José Antonio García-Albi Gil de Biedma es empresario
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