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Andrés Muñoz Machado

Sobre China

La China que heredó Mao tenía un 80 % de analfabetos, esperanza de vida de 36 años y la mitad de la población en situación de pobreza extrema. Su «Revolución Cultural» y el «Gran Salto Adelante» fueron fracasos que costaron millones de vidas. Mao consiguió, sin embargo, la consolidación del Estado y la del Partido

Las decisiones de la Administración Norteamericana sobre comercio internacional han hecho que aumente el interés por el papel que China está jugando en la política y en la economía actuales. Las publicaciones sobre China son muy abundantes, soliendo recoger una recomendación poco frecuente: la prudencia ante unos datos oficiales poco confiables.

China tiene unos cuatro mil años de historia. Siglo arriba, siglo abajo, comenzó su andadura cuando Moisés cruzó el Mar Rojo. En el siglo XVIII era el país más avanzado del Mundo. Estaba controlado y vigilado por una burocracia imperial a la que se accedía mediante oposición. Parece que las disidencias internas de esta burocracia y la corrupción estuvieron entre las causas de su decadencia.

El dragón chino

El Debate (asistido por IA)

Las debilidades del Gobierno imperial y su distancia de Occidente se hicieron patentes a principios de siglo XIX. Sufrió las dos guerras del opio, el levantamiento de los Taiping y de los boxers, la película «55 días en Pekín» se sitúa en este último, las actuaciones de las potencias occidentales, entre ellas Inglaterra, que no hicieron precisamente honor a su civilización cristiana. Los chinos actuales, cuando se refieren a estos acontecimientos, los denominan el «siglo de la humillación». Los pueblos suelen tardar mucho en olvidar.

Vendría después la guerra civil (1927-1949), la fundación del Partido Comunista (PCCh) (1921) y la división del país en la República Popular China (RPC) y la República Democrática China (Taiwán)(RDC). La primera tomó una forma comunista de gobierno, la segunda de democracia liberal.

Las décadas veinte y treinta del siglo XX verían un enorme interés en los dirigentes chinos por conocer las fórmula políticas empleadas en Occidente y su saber científico y tecnológico. Se difundió la creencia de que, las prácticas tradicionales de gobierno empleadas hasta entonces, no eran capaces de asegurar la supervivencia de China en el nuevo mundo que las revoluciones industriales estaban haciendo aflorar.

La China que heredó Mao Zedong (1949) tenía un 80 por ciento de analfabetos, una esperanza de vida de 36 años y la mitad de la población en situación de pobreza extrema. Su «Revolución Cultural» y el «Gran Salto Adelante» fueron fracasos que costaron millones de vidas. Mao consiguió, sin embargo, la consolidación del Estado y la del Partido Comunista Chino (PCCh). Primero Francia (1964) y después Estados Unidos (1979) establecerían relaciones diplomáticas con la República Popular.

El modelo político económico actual se debe a Deng Xiaoping, un comunista pragmático, del que se conocen algunos juicios que explican muy bien su concepción de la nueva China. Son «lo mismo da gato blanco que negro siempre que cace ratones» o «poner jaula al pájaro». Ambos aluden a una economía de mercado controlada por el Partido Comunista. Se aceptó el beneficio empresarial, la creación de empresas, la propiedad privada. A lo que resultó se le denominó «capitalismo de Estado» o «socialismo con rasgos chinos»

Este «capitalismo de Estado», junto con la laboriosidad del pueblo chino, ha llevado al país a adoptar el mandarín como lengua oficial única; crecimientos del PIB del 7-10 por ciento anual; tener el mayor PIB del mundo; sacar de la pobreza extrema a unos 700 millones de chinos; ocupar el lugar 93 en renta per cápita del Mundo; reducir el analfabetismo al 10 por ciento; subir la escolarización al 99 por ciento; ser el país con más supermillonarios (568 contra 535 de los EE.UU.); contar en el PCCh con ingenieros expertos en planificación formados en las más prestigiosas universidades; conseguir que 100 millones de chinos viajen como turistas fuera del país; competir en tecnología del automóvil con Occidente; monopolizar muchos de los suministros de metales críticos; ser líder mundial en producción de energía renovable ; tener 30 centrales nucleares en construcción y 58 en funcionamiento ; abrir Bolsas en Shangai, Shenzen y Hong Kong; tener desigualdades de renta y de servicios sociales importantes; abrir para su comercio e inversiones la «Nueva Ruta de la Seda», con resultados dispares.

Hay críticas importantes, a pesar de sus éxitos, a las prácticas del gobierno chino. Así:

-China entró a formar parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC) (2001), comprometiéndose a sus reglas, entre ellas el libre cambio. Su ingreso encerraba una condición implícita: la formación de los precios en China tenía que seguir los mismos mecanismos que en los demás miembros de la OMC, que eran democracias liberales. La condición ha sido muy difícil de cumplir, al estar el mercado chino intervenido por el PCCh.

-El «socialismo de rasgos chinos» actúa de acuerdo con los objetivos políticos del PCCh, y dirige la economía controlando variables tan importantes como el tipo de interés, los salarios y subsidios y el tipo de cambio del yuan, lo que le permite manipular los precios de sus productos en el comercio internacional. A ello se añade su incumplimiento frecuente de las reglas de la OMC. Sus ventas a bajo precio a otros países, el caso más notorio es Estados Unidos, han provocado muchas quejas en los demás socios de la OMC, que estiman incorrecto y desleal el modo en el que se establecen sus precios.

- Los intentos de crear una situación de dependencia a Occidente ocupando las actividades más beneficiosas de alguna cadenas de valor, como es el caso de la placas solares o el refino del litio.

-La práctica del «tecno socialismo» o «autoritarismo de alta tecnología» que instala todo tipo de controles, entre ellos millones de cámaras, para conocer el comportamiento de cada ciudadano y su conformidad con las reglas establecidas por el PCCh. Lo que se va conociendo hace recordar la novela de Orwell, «1986», tan notable literariamente como de tan espantoso contenido.

Es natural que la situación preocupe en Occidente pero que, a la vez, no parezca que una subida generalizada de aranceles sea la solución.

  • Andrés Muñoz Machado es doctor Ingeniero Industrial
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