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20 de abril de 2024

tribunaGustavo Morales

La hegemonía cultural de la izquierda

La izquierda indefinida, la de las pequeñas causas de los derechos de quinta generación, ha relevado a la izquierda definida de la gran causa, la dictadura del proletariado

Actualizada 04:13

La nueva izquierda cambió la defensa de las mayorías por la de las minorías más militantes. Ahora defiende ciertos privilegios políticos de un pequeño sector minoritario relegando las aspiraciones cotidianas de reforma de la mayoría del pueblo. Pasa de la emancipación al nihilismo. Destruyen la comunidad para convertirnos en individuos sin arraigo.
Su batalla es contra los símbolos, porque un símbolo representa algo. Las naciones, para serlo, necesitan un personaje o un símbolo, en torno al cual poder aglutinarse, alrededor del relato nacional. Un símbolo que dé al pueblo, compuesto por gente variada, una comunidad de destino, una unidad que trascienda la historia y la proyecte al porvenir. Sin un símbolo unificador, la gente se pierde en luchas intestinas. Por eso, quienes quieren destruir una nación empiezan por destruir sus símbolos: quitarle la letra al himno, abuchearlo, arrasar con cualquier distintivo, bandera, persona o imagen que sea eficaz en la construcción y el mantenimiento de la nación.
Este es el secreto: «Tomen la educación y la cultura, y el resto se dará por añadidura», enseñó Antonio Gramsci. La acción del colectivismo desde entonces se transforma. Ya no es el cambio de infraestructuras marxista sino el de superestructuras gramsciano. Siguiendo esa orientación, desde el último tercio del siglo XX, la izquierda conquistó la hegemonía en la enseñanza, los medios de comunicación, la música, el cine y la televisión. Los representantes públicos de la cultura se redujeron a los actores, los cantantes y los periodistas que aprovechaban su fama para extender opiniones políticas y modelos de comportamiento social. Buscan establecer una nueva hegemonía. Parra Celaya lo señala: «A veces nos llaman la atención los manifiestos firmados por intelectuales, artistas y personajes del mundo de la cultura que se difunden sobre mil y un temas. Que nadie cometa la ingenuidad de creer en su carácter espontáneo: responden a una estrategia bien calculada, tanto por la inspiración de la misma como por sus posibles efectos sociales; no son más que un reflejo de la estrategia que diseñó Antonio Gramsci en su momento, basada en la hegemonía ideológica». Destaca tras Gramsci la Escuela de Frankfurt y, en ella, Marcuse quien planteó que toda realidad es una construcción social, la verdad y la realidad no tienen un contenido estable y objetivo y llamó a desalienarse de todo marco normativo: semántico, sexual, ontológico, filosófico, político, moral, social, cultural, religioso…
Tras la renuncia a la lucha de clases, lucha horizontal, buscan la formación de bloques heterogéneos, lucha trasversal, que se articulan en torno a identificaciones políticas, porque, dicen, las identidades no están dadas, están en permanente construcción, son una cuestión social. La izquierda indefinida es antiesencialista y, por tanto, antiplatónica. Para ella todo son construcciones culturales, niegan incluso la biología. Ser madre o mujer, por ejemplo, no es un hecho biológico sino una construcción social, dicen sus pensadores. Para ellos, la identidad tiene su origen en lo social, es algo cultural. Argumenta su teórica, Chantal Mouffe: «Según la perspectiva antiesencialista, la identidad nunca está dada naturalmente, es siempre una forma de identificación». Por eso buscan deconstruir. El término lo inició Martin Heidegger aunque su desarrollo corresponde al filósofo postestructuralista Jacques Derrida. Según Cristina de Peretti, deconstruir consiste en deshacer, desmontar algo elaborado para identificar los estratos ocultos que lo constituyen, pero también cuáles son las fuerzas no controladas que ahí obran. En política es similar a desmontar para volver a construir y ese es el objetivo de la izquierda indefinida: desmontar las identidades para construirlas de nuevo con otros parámetros difusos y contraculturales.
La izquierda indefinida, la de las pequeñas causas de los derechos de quinta generación (género, emigración, raza, multiculturalidad) ha relevado a la izquierda definida de la gran causa, la dictadura del proletariado. Mouffe señala que la izquierda marxista no supo entender «la especifidad de los nuevos movimientos que se habían desarrollado después del 68». Esas luchas (feminismo radical, LGTB…) no se entendían en términos de clase dado que muchos de sus componentes son burgueses e, incluso, ricos. Esa nueva izquierda busca establecer una forma de articulación de esas nuevas batallas, abandonando la lucha de clases. Sigue Mouffe escribiendo: «La lucha contrahegemónica es un proceso que implica una multiplicidad de rupturas para desarticular los varios puntos nodales alrededor de los cuáles está asegurada la hegemonía existente». Construir un populismo que articula demandas heterogéneas porque Mouffe niega, de forma explícita, la existencia del bien común. Esa disolvente nueva escuela de la sospecha atomiza la comunidad, hace perder la fe de las personas en sus comunidades, en sus creencias, en la genética y en sí mismas. Legisla hasta la alcoba. Para ello necesita entrar en las escuelas y controlar los medios de comunicación. Mediante la ingeniería social esa izquierda canta a la diversidad aparente cuando lo que hace es uniformar.
Evola llama a lo fácil «la metafísica del deslizamiento». Desde Mayo del 68 llega la revolución como farsa. Transformaron la crisis de la adolescencia en un ritual de transición, un modo de vida hedonista. De Lenin a Lennon y de Marx a Groucho. Nueva ideología, nuevos mitos.
  • Gustavo Morales es director del Club de Periodismo del CEU
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