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29 de marzo de 2024

tribunaJosé Ignacio Palacios Zuasti

Una placa en recuerdo de José Calvo Sotelo

El 1 de julio, fue el diputado socialista Ángel Galarza quien le amenazó: «La violencia puede ser legítima en algún momento. Pensando en Su Señoría encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive la vida», a lo que Dolores Ibárruri gritó hacia los escaños de la derecha: «Hay que arrastrarlos»

Actualizada 01:30

Ahora, cuando las elecciones municipales y autonómicas están ya próximas y los vientos de las encuestas no le son favorables, la dirección socialista va a pedir a sus candidatos que utilicen el comodín de la Guerra Civil y que en sus programas electorales introduzcan, como lugares de memoria democrática, los espacios en los que se desarrollaron hechos de singular relevancia, por su significación histórica, vinculados con la guerra de 1936. Por eso, y como hay que ser rigurosos, conviene empezar por el principio, y el primer hecho singular de aquella contienda fue el asesinato de José Calvo Sotelo, acaecido en Madrid el 13 de julio de 1936.
Don José, el «protomártir de la Cruzada», el último ministro de Hacienda con Primo de Rivera, el que renovó el Concierto Económico de las tres diputaciones vascas en el año 1926, era en el momento de su asesinato el líder de la minoría monárquica y uno de los oradores más brillantes y combativos en el Congreso de los Diputados frente a la anarquía del Frente Popular, en donde denunciaba lo mucho que de denunciable tenía ese régimen. Por eso, ya el 16 de abril de 1936, el secretario general del PCE, José Díez, le dio el primer «aviso» y le dijo que moriría con los zapatos o las botas puestas. Dos meses más tarde, 16 de junio, el «aviso» lo recibió del mismísimo presidente del Consejo de Ministros, Casares Quiroga: «Después de lo que ha dicho hoy aquí Su Señoría, si algo ocurre, el responsable será Su Señoría». Y, el 1 de julio, fue el diputado socialista Ángel Galarza quien le amenazó: «La violencia puede ser legítima en algún momento. Pensando en Su Señoría encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive la vida», a lo que Dolores Ibárruri, gritando hacia los escaños de la derecha, añadió: «Hay que arrastrarlos».
Unos días más tarde, el capitán Condés, al mando de una cuadrilla de guardias de asalto y pistoleros a sueldo, entre los que había miembros de la guardia personal de Indalecio Prieto, un escolta de Margarita Nelken y cuatro afiliados a las Juventudes Socialistas, de los que dos eran dirigentes de esa organización, en una camioneta oficial, se presentaron, de noche, en su domicilio de la calle Velázquez 89. Por lo que el secuestro se perpetró en condiciones casi oficiales, con papeles en regla y disponiendo de coches de la policía. Calvo Sotelo, que se percató de la situación, se despidió de su esposa Enriqueta: «Te llamaré en cuanto pueda si es que estos señores no me van a pegar cuatro tiros». Inmediatamente le ordenaron subir a la camioneta número 17 y tras él se colocó el pistolero Cuenca que poco después apuntó su pistola contra la nuca del líder monárquico y le disparó dos veces, matándole en el acto.
Cuando se conoció la noticia, Julián Zugazagoitia Mendieta, diputado socialista por Bilbao, amigo de Indalecio Prieto y redactor del periódico de éste, El Liberal, manifestó: «Ese atentado es la guerra». Alejandro Lerroux manifestó: «Sucesos como el de Calvo Sotelo en la historia moderna no se recuerda ninguno». Gregorio Marañón, fundador de la Agrupación al Servicio de la República, le escribió al ministro de Instrucción Pública, Marcelino Domingo: «El vil, el infame asesinato de Calvo Sotelo por los guardias de la República, a los que todavía no se ha condenado, por lo que el Gobierno da la sensación de una lenidad increíble, nos sonroja y nos indigna a los que luchamos contra la Monarquía … España está avergonzada e indignada … Esto no puede ser. Todos los que estuvimos frente a aquellos tenemos que estar frente a lo de hoy … No somos los enemigos del Régimen, sino los que luchamos por traerlo, ni los fascistas, sino los liberales de siempre, y por eso hablamos así ahora.» Mientras que el periódico Solidaridad Obrera decretó la inmediata ejecución del líder de la CEDA, Gil Robles: «No debía permanecer Gil Robles ni un minuto más con vida.»
Este fue el primer hecho de singular relevancia de la Guerra Civil y el lugar en donde sucedió está perfectamente definido, porque uno de los guardias de Asalto que iban en esa trágica camioneta nº 17, Aniceto Castro Piñeiro, lo contó, (Diario Vasco de 16.11.1938): «La camioneta partió veloz... Se dirigió calle de Velázquez abajo. No había aún recorrido unos quinientos metros –o sea, llegábamos al cruce de Ayala– cuando se oyó un ruido seco, extraño. Entonces, el señor Calvo Sotelo, sin exhalar ni un ¡ay!, sin una sola queja de dolor, cayó sobre el asiento delantero del departamento e inmediatamente sobre el guardia que iba a la derecha. Finalmente, se desplomó sobre el piso de la camioneta. Dos individuos apretaron sobre el cuerpo para que cupiera entre los dos asientos. Instantes después, «el pistolero», que iba detrás del señor Calvo Sotelo, se incorporó y, arrodillándose sobre el asiento, disparó otro tiro a la cabeza de su víctima».
Por eso, tal y como quieren los dirigentes socialistas, animo al alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, a que en el cruce de la calle Velázquez con Ayala coloque de inmediato una placa en recuerdo y homenaje de ese asesinato que precipitó el comienzo de la Guerra Civil y, después, que siga colocando placas en aquellos otros lugares donde estuvieron situadas las siniestras checas.
  • José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra
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