Heidegger, hedonismo y redes sociales
Vivimos en una era acelerada, dominada por la búsqueda del placer inmediato, la sobreinformación y la conectividad constante
La filosofía busca explicar el mundo para vivirlo de forma más humana y racional, y cuando esto no es posible, al menos entender por qué nuestra sociedad muestra fenómenos sorprendentes, aunque normalizados. Aquí intentaremos explorar cómo los conceptos de Martin Heidegger nos ayudan a comprender la sociedad contemporánea, marcada por una homogeneidad global sin precedentes.
Vivimos en una era acelerada, dominada por la búsqueda del placer inmediato, la sobreinformación y la conectividad constante. Queremos todo al instante: compras que lleguen al día siguiente, información inmediata, noticias de nuestra calle compartidas en redes sociales. Esta vida, como señala Byung-Chul Han, es agotadora: los temas políticos pierden relevancia rápidamente, y la próxima crisis apocalíptica siempre está al acecho. ¿Qué nos dice Heidegger sobre estas dinámicas?
Martin Heidegger (1889-1976), figura clave del siglo XX, anticipó muchos problemas actuales en su obra Ser y tiempo (1927). Su pregunta central es el sentido del ser, explorado a través del Dasein, el ser humano en su existencia, siempre en relación con el mundo. El Dasein no es un individuo aislado, sino un «ser-en-el-mundo», inmerso en contextos sociales, culturales y tecnológicos. Heidegger analiza cómo nuestras vidas pueden perderse en la superficialidad de lo que «se dice» o «se hace», un fenómeno que llama «caída» (Verfallen). Esta idea es crucial para entender una sociedad atrapada en el hedonismo, el ocio y la comunicación de masas, donde la tecnología y el consumo nos sumen en distracción y conformismo. Sus conceptos de habladuría, curiosidad y ambigüedad nos ofrecen herramientas para cuestionar nuestra relación con el mundo digital y buscar un existir más auténtico.
La caída no es un juicio moral, sino una condición existencial del Dasein. El ser humano tiende a disolverse en el «uno» (das Man), adoptando opiniones y prácticas sociales por comodidad, en lugar de forjar las propias. Es más fácil ser inauténtico que auténtico. La búsqueda de placer inmediato, el consumo de ocio y la dependencia de los medios nos alejan de la autenticidad. Por ejemplo, la adicción a las redes sociales, el scroll infinito, el entretenimiento pasivo o las compras compulsivas son formas de «huir» de la pregunta por nuestro ser. Nos dejamos llevar por lo que «se hace» o «se dice», justificando acciones con frases como «todo el mundo lo dice», sin reflexión crítica.
Esta caída se sustenta en tres pilares: habladuría, curiosidad y ambigüedad.
La habladuría (Gerede) es una comunicación superficial que repite lo que «se dice» sin reflexión, priorizando el impacto sobre la verdad. En la era digital, internet y redes como X amplifican esta dinámica. Titulares sensacionalistas, bulos virales y memes compartidos sin verificar son ejemplos claros: un rumor sobre una celebridad o una teoría conspirativa se difunde rápidamente, sin cuestionar su veracidad. La habladuría llena el espacio público con ruido, fomentando una comprensión superficial y alejándonos del diálogo auténtico. Nos convierte en ecos de lo que «se dice», erosionando nuestra capacidad de conectar con lo esencial.
La curiosidad (Neugier) es el impulso de buscar lo nuevo por puro placer, sin interés en comprenderlo profundamente. En la sociedad del hedonismo, se manifiesta en el consumo compulsivo de contenido en plataformas como TikTok o Netflix. Los vídeos cortos, las tendencias virales y los algoritmos que ofrecen novedades constantes nos mantienen en un estado de excitación. El cambio rápido de temas en redes –hoy una polémica, mañana un reto viral– refleja esta búsqueda de estímulos. Este consumo vacío sustituye la reflexión por el entretenimiento efímero, dispersándonos y alejándonos de preguntarnos quiénes somos o qué queremos.
La ambigüedad (Zweideutigkeit) surge cuando todo parece comprensible, pero nada es claramente verdadero o relevante. En un mundo saturado de información, plataformas como X mezclan hechos, opiniones y rumores, creando confusión. Durante debates sobre cambio climático o elecciones, las noticias contradictorias y narrativas polarizadas generan desconfianza y polarización. La ambigüedad diluye la verdad, y lo auténtico se pierde en el ruido. La sociedad lucha por construir un sentido compartido de la realidad, atrapada en un caos de interpretaciones.
Estos tres elementos –habladuría, curiosidad y ambigüedad– impulsan un existir inauténtico. El hedonismo y el ocio, como los atracones de series o la obsesión por la viralidad, nos sumergen en la «caída» heideggeriana. Los algoritmos alimentan la curiosidad, la habladuría propaga bulos y la ambigüedad difumina la verdad. Heidegger no condena estas prácticas, pero nos invita a cuestionarlas: ¿vivimos conforme a nuestro ser, o nos disolvemos en la masa? Pasar horas en redes persiguiendo tendencias puede alejarnos de preguntarnos por el sentido de nuestra vida.
Heidegger propone que la autenticidad surge al enfrentar nuestra finitud y asumir la responsabilidad de nuestro ser, resistiendo la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad. En la era digital, esto implica limitar el consumo pasivo de redes, verificar fuentes y priorizar el diálogo profundo. Apagar el teléfono para leer o conversar cara a cara es un acto de resistencia contra la distracción. Heidegger nos anima a practicar el silencio y la reflexión, reconectando con preguntas fundamentales: ¿quién soy? ¿Qué quiero? Esta llamada invita a cuestionar nuestra relación con el ocio y la comunicación de masas: ¿vivimos para nosotros o para lo que «se espera»?
En resumen, la sociedad del hedonismo y la comunicación de masas refleja la «caída» heideggeriana: la habladuría nos atrapa en el ruido, la curiosidad nos dispersa en la novedad, y la ambigüedad nos sume en la confusión. Amplificadas por internet, estas dinámicas nos alejan de un existir auténtico. Sin embargo, Heidegger nos ofrece una herramienta: cuestionar nuestra forma de vivir y buscar el sentido de nuestro ser. En un mundo de pantallas, su filosofía nos invita a detenernos, reflexionar y reconectar con lo esencial. Como escribió en su Carta sobre el humanismo, «el ser humano no es el señor del ente, sino el pastor del ser». Ser «pastores» de nuestro ser implica asumir la responsabilidad de nuestra existencia, resistiendo el torbellino del hedonismo y la comunicación de masas para redescubrir quiénes somos más allá del ruido digital.
Álvaro Berrocal Sarnelli es profesor de Metafísica en el Seminario Diocesano de Cartagena-Murcia