
La salesiana misionera Clara Medina
Ganadora del I Premio Cristianismo y Cultura Contemporánea
Hermana Clara: «Tras la dana de Valencia, muchos jóvenes se han acercado a Dios»
Su labor y la de las religiosas de su comunidad de salesianas misioneras acaba de ser reconocida por la Fundación Impactun
Es religiosa, misionera, vive en Alcira, a seis kilómetros de Algemesí, una de las poblaciones más afectadas por las riadas que el otoño pasado anegaron gran parte de la provincia de Valencia. Se la conoce como Hermana Clara. Su labor y la de las monjas de su comunidad ha sido reconocida con el I Premio Cristianismo y Cultura Contemporánea, creado por la Fundación Impactun y que se ha entregado en la sede madrileña de la Universidad de Navarra.
Durante la concesión de este premio, se ha proyectado el reportaje La esperanza que nació del barrio, donde se puede ver la ayuda que, desde entonces, muchos jóvenes cercanos al Opus Dei han prestado en las localidades castigadas por las lluvias torrenciales. La Hermana Clara ve con ojos intensos las imágenes. Es joven, con una mirada decidida y magnética. Va vestida con un colorido pantalón de amebas y una chaqueta verde claro de encaje fino. Agradece la compañía de su madre, de quien dice que ha recibido la fe.
Cita a San Juan de la Cruz: «El alma que anda en Amor, ni cansa, ni se cansa». Dice que la fuerza de todos los que colaboraron durante las riadas proviene de «una dinámica de donación constante; en el Amor recargamos energías, nos nutrimos y nos alimentamos». Habla de la cantidad de calzado que se ha necesitado para patear distancias y para trabajar en mitad del lodo. Habla de parroquias que han servido como «centro logístico», de la ayuda que han recibido de la Universidad CEU Cardenal Herrera (Valencia) y de la Universidad Católica de Valencia. De la «eucaristía diaria al comienzo de la mañana» y del abandono en Dios. Porque «el ser humano es impresionante cuando se deja hacer en manos de Dios». Al terminar el acto de entrega del Premio pide a los presentes acordarse de los fallecidos y de todas las víctimas. No es un minuto de silencio; es un avemaría. Charlamos con ella.

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– Usted recibe un premio por una labor solidaria. Sé que es una pregunta muy tópica, pero ¿acaso ser solidario no es ya el premio?
– Efectivamente, creo que el premio ya viene como un don de Dios, que nos regala la fuerza, la gracia, el impulso para poder amar. El premio no es mío. El premio viene de lo alto y desde adentro. Viene desde la fuerza que tiene el ser humano cuando se deja y confía en Dios. Y eso es el mayor premio que podemos tener.
– ¿Qué es lo primero que se le pasó por la cabeza, cuando vio que las lluvias eran más torrenciales que durante la «gota fría» habitual?
– Pensé: «Algo va a pasar, no sé el qué», y en seguida, en mí y en mi comunidad brotó un «vamos a rezar, porque algo sabemos que está pasando, no sabemos a quién ni en qué». A nosotras seguramente no nos iba a pasar nada, porque vivimos en una zona alta. Pero nos pusimos a rezar por lo que estuviera pasando. Ese fue el primer impulso.
– ¿Qué ayudas concretas se fueron realizando a lo largo de los días y semanas?
– Las necesidades han ido variando. La primera etapa fue un «vamos a limpiar para que la gente pueda salir de sus casas», porque había muchas atrapadas por el lodo y para que pudieran transitar de un lugar a otro. Al mismo tiempo, en esta primera etapa, aparte de «ayudarte a limpiar», era un «voy a revisar o detectar cuáles son las necesidades básicas» para poder recurrir a medios de todas partes. Una segunda etapa es: «Las calles ya están limpias, tu casa medianamente limpia, pero no tienes dónde dormir, no tienes cama, no tienes electrodomésticos, no tienes dónde cocinarte». Por lo tanto, vamos a hacer posible que te alcance comida mediante voluntarios que están llegando de todas partes para que tú puedas comer y puedas por lo menos tener un lugar donde descansar esta noche. Junto con esta segunda etapa, también un «vamos a darte los electrodomésticos básicos para que puedas dignamente estar en una casa».
Y la tercera etapa, que ya vino desde diciembre más o menos, consiste en: «Ya es insostenible vivir en esta casa por la cantidad de humedad que respiramos». ¿Qué hay que hacer? Hay que picar las paredes, hay que cambiar el suelo. Yo notaba un cambio desde nuestra casa; al llegar a Algemesí, me ponía la chaqueta, y había una humedad impresionante en las calles y en las casas, y costaba respirar.
Primero, abrazar; después, limpiar
– ¿Qué viene primero: el abrazo o limpiar la calle?
– Siempre el abrazo, siempre. Con el abrazo somos capaces después ponernos a limpiar. Al llegar, lo que se dice es: «¿cómo estás?». «Cómo estás tú», mirando a los ojos. Un llorar juntos, un decir: «Oye, estamos aquí, quizá vamos a estar una semana o dos limpiando la calle, dependiendo de la gente que llegue, pero tú no te sientas sola, no te sientas solo; estamos aquí para abrazarnos, para que tú sientas que hay corazones solidarios, corazones humanos que quieren ayudar a limpiar, y también quieren ayudar a que tú estés de pie en estos momentos».
– Además de la humedad, se respiraba el ruido político mediático. ¿Era posible abstraerse de eso?
– Sí, la verdad que sí. De hecho, yo desconocía quién estaba gobernando las poblaciones a las que acudíamos para prestar ayuda. Tampoco lo quise ni preguntar, ni creo que pueda ayudar a la gente a mucho. Sí es verdad que tenemos que ser profetas y denunciar lo denunciable, y tenemos que ser voces proféticas. Pero en nuestro caso comunitario no ha sido el foco. Hemos podido escuchar y estar atentos a eso, pero no ha sido el foco.
– ¿Hasta qué punto la espiritualidad de su comunidad va conectada con la tarea solidaria?
– La espiritualidad de nuestra comunidad de Salesianas Misioneras y la comunidad de Misioneros de Cristo Pastor, que es la parte de los varones de mi comunidad, consiste en —desde la propia vida y en comunidad— generar experiencias en el otro para que se encuentre con Dios. Esto ¿dónde se hace? En el día a día, en lo que somos, desde lo pequeño, desde tu estar ahí, desde tu invitar a rezar juntos, desde tu presencia continuada en la confianza de saber que hay un Dios que está obrando, aunque nos cueste verlo en ciertos momentos.
Una palanca
– A raíz de la tragedia y la solidaridad, ¿se ha removido la conciencia o la búsqueda de Dios?
– Sí, totalmente. Me he encontrado con personas que se han acercado a Dios. He sentido un acercamiento de muchos jóvenes y gente mayor que se ha reconectado con una experiencia trascendental a partir de todo lo vivido y aun inmersos en la pobreza en la que están. Lo he escuchado de muchas personas y es por lo que yo digo gracias y entiendo que eso también viene acompañado de la oración de tantas personas.
– Aunque el dolor es un mal, ¿la cruz es la palanca que nos lleva a cambiar?
– Es una de las palancas. Creemos en un Dios que se ha hecho carne por nosotros y su mayor signo de amor ha sido en la cruz. Para que nosotros, dentro de nuestros sufrimientos, nos podamos sentir abrazados por el Padre. Es uno de los modos en los que Jesús se hace presente en nuestra vida y donde nosotros nos podamos sentir acogidos, abrazados en su infinita misericordia.