La Encarnación y el cinco de enero en la visión de Miguel Hernández
Hay en estos versos iniciales un cierto barroquismo -del que poco a poco se irá despojando el poeta-; y se vislumbra ya esa maestría en el uso del soneto, que adquirirá cotas de extraordinaria perfección técnica en la colección de El rayo que no cesa
Francesco Bassano: «Adoración de los Reyes Magos». Segunda mitad del siglo XVI. Óleo sobre tela
Los tres sonetos «A María Santísima» («En el misterio de la Encarnación», «En el día de la Asunción» y «En toda su hermosura») se publicaron en el número 2 de la revista El Gallo Crisis, dirigida por Ramón Sijé -seudónimo de José Marín, que no es sino el anagrama de su nombre-, el «compañero del alma» de Miguel Hernández; revista de inspiración católica cuyo primer número apareció en la festividad del Corpus de 1934.
La atención del poeta se centra en el tema del vientre femenino y de la preñez -focalizado ahora en la Virgen María-, que tendrá una cierta trascendencia en su poesía posterior. Hay en estos versos iniciales un cierto barroquismo -del que poco a poco se irá despojando el poeta-; y se vislumbra ya esa maestría en el uso del soneto, que adquirirá cotas de extraordinaria perfección técnica en la colección de El rayo que no cesa.
Por otra parte, el poderoso sentimiento de la Naturaleza -y de las realidades del mundo del campo, tan cercanas a su sensibilidad- se convierten -también aquí- en su más fiel aliado poético, en unos momentos en que Miguel Hernández -sin duda por el influjo que en él ejercen Sijé y su entorno afectivo- traslada a la lírica una preocupación religiosa que abandonará posteriormente, y que, no obstante, recuperarán los poetas posteriores a la Generación del 27, entre los que habría que incluir a Hernández por una simple cuestión de edad.
Reproducimos a continuación el primero de estos tres sonetos. [Seguimos la edición crítica de Agustín Sánchez Vidal y Juan Carlos Rovira Soler: «Poemas publicados en El Gallo Crisis». Obra completa. Madrid, editorial Espasa-Calpe, 1992. Clásicos castellanos. Nueva serie. I (núm. 27), págs. 368-369].
A María Santísima
[En el misterio de la Encarnación]
Hecho de palma, soledad de huerta
afirmada por tapia y cerradura,
amaneció la Flor de la criatura
¡qué mucho! virginal, ¡qué nada! Tuerta.
Ventana para el Sol ¡qué solo! abierta:
sin alterar la vidriera pura,
la Luz pasó el umbral de la clausura
y no forzó ni el sello ni la puerta.
Justo anillo su vientre de Lo Justo,
quedó, como antes, virgen retraimiento,
abultándole Dios seno y ombligo.
No se abrió para abrirse: dio en un susto
(nueve meses sustento del Sustento),
Honor al barro y a la paja Trigo.
La amarga visión de la noche de Reyes
Un brusco cambio de estilo -y de postura religiosa- se aprecia en el poema «Las abarcas desiertas» -Poemas sueltos, IV, 1 (1937-1938); págs. 620-622 del tomo I de la edición citada-, formado por 44 versos heptasílabos repartidos en 11 cuartetas de rimas consonantes cruzadas que, sin duda, acrecientan la sonoridad. Adviértase la repetición de la palabra «abarcas», desde el título, hasta el último verso del poema (versos 7-8: «mis abarcas vacías, / mis abarcas desiertas»; versos 23-24: «mis abarcas, sin nada, / mis abarcas, desiertas»; verso 32: «mis abarcas rotas»; versos 43-44: «mis abarcas heladas, / mis abarcas desiertas». [La abarca es un calzado de cuero que cubre solo la planta de los pies y se asegura con cuerdas sobre el empeine y el tobillo]. Este «calzado cabrero» (verso 3) lo opone el poeta al que emplea la «gente de botas» (verso 30).
El poeta-pastor, sumido en la miseria (versos 9-10, 13: «Nunca tuve zapatos, / ni trajes». «Me vistió la pobreza»), no ha tenido otro horizonte personal que el cuidado de cabras (verso 12: «siempre penas y cabras»), día y noche (versos 11 y 16: «siempre tuve regatos» [arroyos pequeños], «pasto fui del rocío», verso con un hipérbaton distensivo provocado por la ubicación de la forma verbal). Y aunque ponía cada cinco de enero en su «fría» y «pobre» ventana su calzado cabrero -«a la escarcha [rocío de la noche congelado] salía»- (estrofas primera y décima), ningún «rey coronado» -mago- se acordó de él (estrofa séptima), y sus ilusiones (versos 19-20: «que fuera el mundo entero / una juguetería») se veían siempre defraudadas, al encontrar en la alborada de cada seis de enero sus abarcas «vacías» (verso 7), «sin nada» (verso 23), «rotas» (verso 32), «heladas» (verso 43) y «desiertas» (versos 8, 24, 44).
El llanto rabioso de impotencia de quien andaba siempre entre «penas y cabras», de quien «del pie a la cabeza» fue «pasto de rocío», se concentra en esta expresiva estrofa novena, que sintetiza unos anhelos condenados a la frustración: «Rabié de llanto, hasta / cubrir de sal mi piel, / por un mundo de pasta / y unos hombres de miel» (versos 33-36); un llanto tanto más sobrecogedor si se reflexiona sobre la estrofa anterior, la octava (versos 29-32), en el que la gente se ríe «con encono» [es decir, «con animadversión»] de sus abarcas rotas.
El desgarrado contraste entre la realidad en que se desenvuelve el poeta- pastor y el mundo de las ilusiones infantiles -unos simples juguetes con que alegrar sus penas es todo lo que viene pidiendo año tras año a los Reyes- hace más dramática si cabe una composición que alcanza todo su patetismo cuando se lee en la mañana de cualquier seis de enero.
Y este es el poema.
Las abarcas desiertas
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraba los días, 5
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras: 10
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y, del pie a la cabeza, 15
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería. 20
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas, sin nada,
mis abarcas, desiertas. Ningún rey coronado 25
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda gente de trono,
toda gente de botas 30
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta 35
y unos hombres de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía. 40
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
[Ayuda, 36. Madrid, 2-1-1937]