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20 de abril de 2024

todavía la vidaNieves B. Jiménez

Necesidad de escapar: la realidad me abofetea

Vuelve a aparecer, ante mí, el útero materno, el lugar que permanece, el sitio de mi recreo: el Mediterráneo. Volver a ser una niña. Contemplar el mar. Estar con los míos

Actualizada 11:14

Coincido con Darío Jaramillo, «los recuerdos no son recuerdos, son respiración». Desgrano semillas esperando qué fruto darán. Siento mía la fragilidad del gorrión que picotea las migajas mientras el niño merienda sandía. Agradezco a la vida, ahora que reajustamos distancias. En la parte cerebral que tricota mi mundo ya no entran verdades absolutas. Si cayera cerca la condenada magdalena de Proust faltaría Buchinger que afinara este cuerpo. Por algo dice Miqui Otero que la nostalgia es ponerse camisetas que te gustaban mucho y ahora no te caben. No me atrae tanto la aventura como los reencuentros buscados. Nostálgica que es una. ¿Aperitivo? ¡Por los viejos tiempos! Añoro cuando parecía que no pasaba nada. Acierta García Lorca, «el más terrible de los sentimientos es el de tener la esperanza perdida». ¡Menudo desafío! Por eso sigo fiel al bar de siempre, no sólo saben qué desayuna cada cliente sin tener que preguntar, ¡además saben cómo te gusta el café! Tan fiel como a la prosa de Delibes y al piano de Rajmáninov.
Se apodera de mí la necesidad de escapar. Invento viajes a sitios extraños que enriquecerán tanto mi existencia que ya nada volverá a ser igual. India, Vietnam... Diseño itinerarios imposibles. Hago caso a Camus, «¡qué imbécil quien tenga miedo de gozar!». Reviso el plan del mes. La realidad me abofetea: ¡Tres días sólo! Rebajo expectativas. Europa no está tan mal... Roma, Lisboa... Hacia Barajas, atascazo en la M-30, 40, 50... Facturación, ¿equipaje de mano? Control de seguridad, ¿retraso? ¿Lleva usted líquidos? Ansiedad... Un momento. ¿Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa? Vuelve a aparecer, ante mí, el útero materno, el lugar que permanece, el sitio de mi recreo: el Mediterráneo. Volver a ser una niña. Contemplar el mar. Estar con los míos...
Leí que el cerebro sólo es capaz de aprender si hay emoción. Hay momentos de los que tenemos un recuerdo visual, otros son memoria táctil: la arena, el césped, la dureza del suelo… Qué ingenua, la tecnología me aseguraba que nuestra memoria estaba a buen recaudo: discos duros, ordenadores, la nube y, sin embargo, nunca la memoria fue tan frágil. Almaceno memorias que ya no puedo leer, cintas VHS para las que ya no tenemos reproductores… Guardamos todo, pero somos incapaces de recuperarlo. Me regalaron una Tablet. Nos llevamos sólo a medias. No pienso restarle mimos a lo que estaba antes de su aparición: el papel que se deja acariciar, pasear con las manos en los bolsillos... Cuando murió Shelley, sorprendido en el mar por una tormenta, reconocieron su cadáver por el libro de Keats que llevaba en el bolsillo de la levita. ¿No es maravilloso reconocer a alguien por un libro?
Hay ayeres cosidos de padres a hijos como Xoel López a Nahuel: «La primera vez que veías el mar / enseguida entendiste la importancia de todo / te acercaste a la orilla / te fundiste con la arena […] Todo reposaba erosionado / tu mirada limpia, tan nueva… / la primera vez / enseguida entendiste que estabas tocando la esencia de todo tu futuro». No fue consciente ahí de su importancia, «vi claramente que mi hijo estaba conociendo la esencia de toda mi vida». Acumulamos huellas que sobreviven generaciones, síntesis de una vida, de semanas...
Los recuerdos se atan al alma por contacto. Guarden esa escena de La reina Cristina de Suecia en la que Greta Garbo se levanta de mañana tras haber dormido con el protagonista. El director le pide que toque todos los objetos de la habitación, lo que resulta de una sensualidad exquisita, un recordar y perpetuar en la mente un momento mágico.
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