Massimo Borghesi:«La crisis de la escuela y la retirada de la Iglesia disuelven la memoria histórica»
El filósofo italiano desvela las tensiones ideológicas que afligen a la Iglesia católica y su misión evangelizadora en el mundo, a menudo confundida como mensaje político o defensa de unas costumbres
El Concilio Vaticano II, de cuyo comienzo se cumplen estos días 60 años, supuso una auténtica primavera para la Iglesia. Sus frutos se siguen recogiendo, a pesar de que, como entonces, hay todavía quienes reclaman con nostalgia una vuelta a una etapa anterior, negando esa necesidad de la Iglesia de ir con «el signo de los tiempos».
En su libro El desafío Francisco: del neoconservadurismo al hospital de campaña, el filósofo Massimo Borghesi recoge muchos de estos paralelismos, con un revisionismo que se materializa en el rechazo frontal al Papa Francisco, como ya viviera, tras el Concilio, el propio Pablo VI. Sandra Várez habla con él en el marco del Centro de Pensamiento dedicado al Papa Montini de la Fundación Pablo VI.
–¿ Qué similitudes puede encontrar entre Francisco y su admirado Pablo VI?
–La intención de Bergoglio al canonizar a Montini no era simplemente perfilar su imagen como sucesor, sino proponer la figura de su inspirador. Pablo VI representa, para el Pontífice argentino, el Papa del Concilio y de Evangelii nuntiandi, la Exhortación apostólica de 1975 sobre la evangelización en el mundo contemporáneo. Es, quizá, el documento papal más apreciado, en el que el espíritu misionero del Vaticano II, propuesto nuevamente por Francisco en la Evangelii gaudium, encuentra su síntesis perfecta. Pablo VI es un modelo para Francisco precisamente porque su ideal eclesial se corresponde con esa idea de la sinfonía de los opuestos que constituye el hilo del pensamiento bergogliano.
Bergoglio tuvo que mantener unidos a los jesuitas atraídos por la teología de la liberación, cercana al marxismo
–¿Por qué es tan importante la Evangelii nuntiandi para el Papa Francisco?
–Para entender su significado, es necesario comprender el sentido que la Exhortación apostólica asumió, a los ojos de Bergoglio, cuando fue publicada en 1975. Era la época en que el más joven de los provinciales de los jesuitas argentinos se encontraba al frente de la Compañía en un momento trágico de la historia en que la Iglesia tendía a dividirse entre dos alas extremas: la de la izquierda pro revolucionaria y la de la derecha representada por el rostro sangriento de la dictadura militar. El provincial Bergoglio tuvo que mantener unidos a los jesuitas atraídos por la teología de la liberación cercana al marxismo con los que se echaban, por miedo, en brazos de los hombres de uniforme. De ahí el valor liberador de la Evangelii nuntiandi con su idea de la Iglesia como coincidentia oppositorum, como síntesis superior, más allá de las teologías políticas progresistas o reaccionarias. La Evangelii nuntiandi se situaba más allá de la antítesis dialéctica entre fe y compromiso social que desgarraba, a derecha e izquierda, la conciencia católica de los años 70.
La misión se ha perdido en el camino al enfocar exclusivamente hacia dos o tres valores que se proclaman en la batalla de la plaza pública
–San Pablo VI era un papa quizá demasiado moderno para ser entendido en su tiempo. ¿Le ocurre hoy al Papa Francisco lo mismo con los teocon?
–La reacción contra el Papa Francisco viene de dos frentes. Por un lado, tenemos a los conservadores y tradicionalistas que ven al Papa como un peligroso progresista que transforma la doctrina y la tradición de la Iglesia, último fruto del Concilio Vaticano II. Los anticonciliares encuentran en Francisco al chivo expiatorio por todos los problemas de la Iglesia. No entienden que Bergoglio no es un «progresista», sino un papa misionero que pide abrirse al mundo para dar testimonio de la novedad cristiana. Otra parte de los críticos se pueden caracterizar como «occidentalistas», los teo–conservadores de inspiración estadounidense para quienes el cristianismo se identifica con los valores de Occidente. Desconfían de un Papa latinoamericano al que consideran un seguidor de la teología de la liberación, un peligroso peronista. No quieren entender, que el Papa no hace más que rehabilitar la doctrina social de la Iglesia, olvidada en los años de la globalización y de la exaltación de un capitalismo sin trabas. Una doctrina social que no les gusta.
La defensa de estos valores es correcta, pero no puede sustituir a la evangelización
–Montini dejó muy clara la orientación de lo que sería la Nueva Evangelización, ¿está perdiendo la Iglesia el sentido de su misión? ¿Por qué la obsesión con una suerte de batalla cultural?
–Las guerras culturales (cultural wars), las batallas éticas contra el aborto y el matrimonio homosexual han sustituido en gran parte del catolicismo estadounidense y europeo al diálogo y al testimonio ante el mundo secularizado. La misión se ha perdido en el camino al enfocar exclusivamente hacia dos o tres valores que se proclaman en la batalla de la plaza pública. La defensa de estos valores es correcta, pero no puede sustituir a la evangelización. Vivimos en un mundo secularizado en el que los símbolos y las verdades de la doctrina cristiana son ignorados, desconocidos. La Iglesia no puede quedarse en el sueño de un cristianismo perdido, debe fundarse en el encuentro cristiano y en el testimonio. Como hace 2000 años. Como ha dicho el Papa en diferentes ocasiones: la cristiandad se ha acabado, hay que reconocerlo. Es la misma visión que ya tenía Montini como arzobispo de Milán en su carta pastoral de 1957 Sul senso religioso.
Hoy, la fe se siente como un refugio psicológico mientras que el compromiso político parece ajeno
–Pablo VI ya hablaba de salir a las periferias sociales y existenciales. ¿Cuáles cree que son esas periferias hoy?
–Para la noción de «periferia», Bergoglio está en deuda con la pensadora argentina Amalia Podetti. Una Iglesia que se vuelve hacia las periferias, materiales y existenciales, es una Iglesia «descentralizada». Por el contrario, una Iglesia preocupada por ser «centro» corre el riesgo de ocultar la presencia de Cristo; una Iglesia preocupada por sobrevivir, por ocupar espacios residuales, por ofrecer carreras eclesiásticas y vocaciones protegidas. Por el contrario, las periferias la exponen al encuentro con realidades desconocidas, con ese mundo que no sabe nada de Jesucristo.
–Usted vincula la Evangeli gaudium con la Evangeli nuntiandi, ¿qué camino han abierto las dos Encíclicas en la Iglesia?
–La Evangelii gaudium, de1975, unía la evangelización con la promoción humana que, en el clima entonces monopolizado por el marxismo, estaba dividido. La fe era asunto de la conciencia personal, mientras que la promoción social estaba dictada por el método marxista. Pablo VI reclamaba la indisoluble unidad entre la fe y el compromiso social que surge de la fe. Hoy, en un contexto de ideas muy diferente, el papa Francisco también reclama la vinculación entre la fe y la promoción humana. La reclama en un horizonte cambiado respecto a los años 70. En aquel entonces, toda la pasión se ponía en la construcción social y la fe se percibía como arqueológica. Hoy, la fe se siente como un refugio psicológico mientras que el compromiso político parece ajeno, lejano. El mensaje «católico» de Francisco es el mismo que el de Pablo VI, pero los dos polos de la relación han adquirido un peso diferente debido al cambio en el espíritu de los tiempos.
–La Populorum Progressio es una de las encíclicas de Pablo VI más criticadas y aún hoy son muchos, quizá desde ese ámbito de los teocon, que la rechazan por su temática y sus planteamientos, ¿por qué?
–Populorum progressio siempre ha sido criticada como una encíclica situada demasiado a la izquierda. Para los teoconservadores católicos estadounidenses es un documento inaceptable. Los teocon están en contra del aborto, pero, al mismo tiempo, son exponentes de un neocapitalismo liberal que rechaza cualquier corrección del mercado por parte del estado. Rechazan la noción de «bien común» central en la doctrina social de la Iglesia.
–El Papa Francisco entiende la Iglesia como un hospital de campaña y le atribuyen un pensamiento comunista. ¿Qué se está haciendo mal para que los cristianos no entiendan que una cosa no puede ser sin la otra y al revés?
–Estamos ante una grave carencia del pensamiento católico, que en los años 70 sufrió la hegemonía marxista, mientras que desde los 80 ha sufrido la ola conservadora procedente de los Estados Unidos de Ronald Reagan y de la Gran Bretaña de Margaret Thatcher. El pensamiento católico es, por su propia naturaleza, «polar», mantiene unidos los dos extremos de la cadena. En este caso, la persona y la comunidad, la libertad y la justicia. Hoy, sin embargo, el contexto es maniqueo. Sigue el individualismo económico y rechaza cualquier idea de solidaridad.
–¿Está siendo la Iglesia, en determinados sectores, más política que misionera?
–La Iglesia debe ser ante todo misionera, debe anunciar al mundo entero la novedad de Cristo, muerto y resucitado. Debe comunicar la nueva humanidad de Cristo mediante un testimonio auténtico y creíble y la política forma parte de este testimonio. Conlleva el compromiso activo por la paz, la justicia y el bien del mundo. En este sentido, como decía Pablo VI: «La política es la forma más elevada de la caridad».
«El mundo se está volviendo muy peligroso y el grito del Papa por la paz no encuentra el apoyo necesario, ni siquiera en el propio mundo católico»
–La vida del joven Montini estuvo muy marcada por el fascismo. ¿Qué similitudes ve con la época de hoy?
–No veo fascismos ni totalitarismos en el horizonte actual de Occidente. Los totalitarismos responden a crisis muy graves como las que se produjeron tras el final de la Primera Guerra Mundial. Nosotros venimos después de 70 años de paz. Lo preocupante es el vacío de ideas en el que la política es fácilmente manipulable, guiada por reacciones momentáneas, emocionales y no racionales. El progresivo desvanecimiento de los partidos, la crisis de la escuela, la retirada de la Iglesia, todo contribuye a disolver la memoria histórica. Los jóvenes no tienen memoria histórica. En este vacío, el maniqueísmo se impone y las fuerzas de la disolución se imponen. La actual guerra en Ucrania nos devuelve al enfrentamiento frontal entre Este y Oeste. El mundo se está volviendo muy peligroso y el grito del Papa por la paz no encuentra el apoyo necesario, ni siquiera en el propio mundo católico.
–¿Cómo ha vivido el Papa el proceso electoral en Italia? ¿Cómo serán las relaciones con Giorgia Meloni?
–A partir de Juan Pablo II, los papas ya no siguen la política interna de Italia. Supongo que Giorgia Meloni, si consigue formar un gobierno estable, tendrá interés en mantener buenas relaciones con el Vaticano. Ya veremos.