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09 de mayo de 2024

Benedicto XVI

Benedicto XVIStefano Spaziani

Cómo se debe anunciar a Jesucristo, según el Papa Benedicto XVI

El futuro Papa Francisco alertaba de la excesiva auto-referencialidad, los planes fracasados en la catequesis o el desconocimiento del método de Dios

Joseph Ratzinger siempre expresó a lo largo de su labor intelectual y pastoral su preocupación por dinamizar el impulso misionero de la Iglesia en un tiempo marcado por profundos procesos de descristianización.
Lo hizo como Papa, pero también como cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como se puede ver en el informe para la Conferencia de Catequistas y Profesores de Religión, celebrado en Roma el 10 de diciembre del año 2000. En dicho documento aparecen para cinco notas fundamentales que caracterizan el anuncio de Jesucristo en el mundo.

Evitar la impaciencia

En contextos donde la memoria cristiana se ha extinguido Ratzinger afirma que es necesario evitar «la tentación de la impaciencia, la tentación de buscar inmediatamente grandes éxitos, de buscar grandes números». Según Ratzinger, este «no es el método de Dios». La nueva evangelización «no puede significar atraer inmediatamente con métodos nuevos y más refinados a las grandes masas que se han alejado de la Iglesia» ya que la historia de la Iglesia enseña que «las grandes cosas empiezan siempre por el grano pequeño y los movimientos de masas son siempre efímeros».

No podemos ganar nosotros a los seres humanos. Debemos ganarlos de Dios para DiosJoseph Ratzinger

El método de Dios

Para Ratzinger, el testimonio cristiano muestra que Dios «no cuenta con grandes números; el poder exterior no es el signo de su presencia.
No se trata por tanto de «ampliar los espacios» de la Iglesia en un mundo descristianizado, sino de servir a Cristo:
«No buscamos ser escuchados, no queremos aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones, sino que queremos servir al bien de las personas y de la humanidad dando espacio a Aquel que es la Vida. Esta expropiación del yo, ofreciéndolo a Cristo por la salvación de los hombres, es la condición fundamental del verdadero compromiso con el Evangelio».

Jesús no redimió al mundo con bellas palabras, sino con su sufrimiento y su muerteJoseph Ratzinger

El anticristo

Además, como el propio Papa Francisco, Ratzinger alertaba sobre el peligro de una Iglesia autorreferencial, ya que esta sería un instrumento de confusión y anti-testimonio, porque «el signo del Anticristo es hablar en su propio nombre», mientras que «el signo del Hijo es su comunión con el Padre».
«Hay que estudiar todos los métodos razonables y moralmente aceptables –decía Ratzinger en aquel entonces–. Es un deber aprovechar estas posibilidades de comunicación. Pero las palabras y todo el arte de la comunicación no pueden ganar a la persona humana hasta esa profundidad, a la que debe llegar el Evangelio. No podemos ganar nosotros a los seres humanos. Debemos ganarlos de Dios para Dios».

La falta de verificación de la fe en la vida de los cristianosJoseph Ratzinger

Martirio

Ratzinger vinculó la misión al martirio, exactamente como Jesús que en palabras del teólogo, «no redimió al mundo con bellas palabras, sino con su sufrimiento y su muerte. Esta pasión suya es la fuente inagotable de vida para el mundo; la pasión da fuerza a su palabra». Por eso, el futuro Papa bávaro afirma que «no podemos dar vida a los demás sin dar nuestra propia vida. El proceso de desposesión antes mencionado es la forma concreta (expresada de muchas formas diferentes) de dar la vida».

La experiencia de la fe

La conversión al cristianismo de los pueblos antiguos –subrayaba el Prefecto– «no fue el resultado de una planificación eclesial, sino de la verificación de la fe; la invitación a hacer una experiencia». Del mismo modo, la apostasía para Ratzinger sería «la falta de verificación de la fe en la vida de los cristianos».
La nueva evangelización para el futuro Papa Benedicto XVI «no se consigue con teorías astutamente elaboradas», sino a través de «la garantía en la vida de esta verdad» como «esa evidencia de fe esperada por el corazón humano» y que solo puede conceder el Espíritu Santo.
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