Fundado en 1910

17 de mayo de 2024

César García Magán

César García MagánDaniel Vara

César García Magán, secretario de los obispos: «Los católicos tienen que votar según su fe y su razón»

García Magán lleva una vida al servicio de la Iglesia por medio mundo. Vive con la libertad de no haber pedido nada, sólo ha cumplido la voluntad de Dios para lo que fue llamado al sacerdocio

Don Francisco César García Magán, obispo auxiliar de Toledo y secretario general de la Conferencia Episcopal concede una entrevista a El Debate en la que ofrece un recorrido por una extensa y sorprendente vida eclesial.
Nacido en Madrid el 2 de febrero de 1962, fue ordenado sacerdote el 13 de julio de 1986. Es licenciado en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Gregoriana y licenciado y doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Lateranense. Completó sus estudios en la Pontificia Academia Eclesiástica, comenzó su ministerio sacerdotal en la diócesis de Toledo. Ha estado al servicio de la Santa Sede, como oficial de la Secretaría de Estado y posteriormente como secretario y consejero de las Nunciaturas Apostólicas en Colombia, Nicaragua, Francia y Serbia.
–¿Cómo fue su infancia, su familia?
–Somos dos hermanos, mi hermana es la pequeña. Vivíamos en Madrid, aunque mis padres no eran de aquí, mi padre era sevillano y mi madre toledana. Mi abuela paterna vivió con nosotros. Una familia católica normal, pero con una devoción a María Auxiliadora. Me impresionaba mucho de niño ver a mi mi padre, que era una persona grande físicamente como soy yo, verle rezar de rodillas.
Con 7 años y después de la comunión, sin saber cómo ni por qué, dije que quería ser sacerdote. Mi padre me compró un pequeño conjunto de cáliz para hacer misa de pequeño que aún conservo.
César García Magán, con el Papa Benedicto XVI

César García Magán, con el Papa Benedicto XVI

–¿Cómo surge la llamada al sacerdocio?
–Estudié en un colegio público, y cuando tenía que empezar el BUP, aunque mis padres me quisieron llevar a un colegio de los salesianos, fui al Instituto Cervantes, ya que la mayoría de mis compañeros y del colegio iban también.
Un día me invitaron a unos ejercicios espirituales y me integré en un movimiento apostólico juvenil y al empezar tercero de BUP, redescubrí la llamada de cuando era pequeño, que había estado en penumbra. Hablé con mi director espiritual y cuando hice selectividad, me fui al seminario de Toledo, que en aquel tiempo era el mejor, y mi abuela vivía allí.
–¿Cómo son los recuerdos del seminario?
–La llamada de Dios da sentido y fuerza. Mi madre pensaba que iba a volver a casa. Recuerdo los retiros espirituales, la convivencia con los compañeros, amistades que han durado 43 años, la gran figura del cardenal don Marcelo. Él estaba muy presente en el seminario, venía con mucha frecuencia, nos hablaba, nos explicaba, éramos esponjas con él. Los profesores eran de la hermandad de sacerdotes, Operarios de Cristo, se entregaron a nuestra formación con dedicación y con cariño.
–¿Cómo se vive la ordenación sacerdotal?
–Lo viví con el vértigo y la ilusión de ver plasmados los seis años de seminario, y además está la gracia de la ordenación. Tras una entrevista personal con don Marcelo, me plateó mandarme a una parroquia rural o una parroquia urbana. Y me envió como vicario parroquial a la ciudad de Toledo. Estuve dos años allí y don Marcelo me propuso ir a Roma a estudiar. Me dio a elegir, pero me dijo que estaría fuera cinco años.
César García Magán

César García MagánArzobispado de Toledo

–¿Cómo es su etapa en Roma?
–Los caminos de Dios son los caminos de Dios, que son nuestro destino. Estando en Roma, me pidieron colaborar directamente con la Santa Sede. Don Marcelo dio su permiso aunque yo estaba contento en la diócesis, y quería volver. Me dijo: 'Cuando decimos que se nos llama a la Iglesia tiene que ver con hechos concretos, no con palabras', y también que si la Iglesia necesitaba ese servicio, no podía decir que no, porque es como se demostraba la comunión con el Santo Padre y el amor a la Iglesia.
Al final fueron 10 años en Roma. Estuve trabajando y estudiando. Vivía en el Colegio Español. Estudié Derecho Canónico y en la Escuela de Diplomática de la Santa Sede, cuatro años trabajé en el Gobierno de la Santa Sede. Como decía san Juan Pablo II, Italia es mi segunda patria.
–¿Cómo fue su etapa por las nunciaturas en diversos países?
–Primero fue en lo que llaman ahora países en vías de desarrollo. Estuve en Nicaragua en un momento muy difícil del país, luego Colombia, también en un momento muy peligroso. Luego me mandaron a Francia. En París había laicos muy preocupados por mantener la fe, como en la pastoral, en hospitales públicos, viajes, testimonios y reuniones populares. Sacerdotes muy entregados a sus parroquias, muy mayores porque no había recambio por las pocas vocaciones. Y antes de la vuelta a Toledo a mi paso por los Balcanes, en Serbia, ya no había guerra.
Monseñor Francisco César García Magán

Monseñor Francisco César García Magán

–¿Cómo fue su vuelta a Toledo?
–Fue una decisión pensada, meditada, ponderada por el obispo de entonces y también con sacerdotes de mucha confianza y por supuesto, agradeciendo a Dios toda esa etapa de experiencia vivida y el conocimiento de esos países y de esas iglesias. Quería iniciar otra etapa de mi ministerio, un servicio pastoral más directo y en mi diócesis.
Al regresar estaba el cardenal Antonio Cañizares, que me trató como un auténtico padre. Me nombró vicario episcopal, me hizo profesor. He dado clases en la Universidad San Dámaso de Derecho Canónico. Luego me nombraron canónigo. Al llegar de arzobispo don Braulio Rodríguez me confirmó como vicario episcopal y luego me nombró vicario general. Don Francisco Cerro me confirmó como Vicario general y en noviembre, hará dos años desde que recibí mi nombramiento como obispo auxiliar de Toledo.
–¿Cómo le comunican el nombramiento?
–Me llamó el nuncio, yo estaba solo en mi casa, en una tarde de sábado, preparando las clases del lunes, me llamó, no escuche la llamada y al ver que me había llamado, le devolví corriendo la llamada y me lo dijo, después de un buen rato de asimilarlo, te pasa una película de tu vida.
Me acordé mucho de mis padres, ya fallecidos, de mis amigos. Empecé a rezar, el Señor que me conocía mejor que nadie, sabe que tengo muchas deficiencias, pero me había elegido, me había llamado y sobre todo la libertad de saber que no lo había buscado. Y después de ese rato de oración y de estar pensando y de haber hablado con el nuncio, me puse a hacer la cena.
García Magán, en la sede de la CEE en Madrid

García Magán, en la sede de la CEE en Madrid

–Siendo obispo auxiliar le nombran secretario general de la Conferencia Episcopal.
–De sorpresa en sorpresa. Un año después de mi nombramiento como obispo auxiliar, a mi predecesor, monseñor Arguello, le quedaba un año como secretario. El Papa le nombró arzobispo de Valladolid, y renunció. Traté de convencerles para que no me eligieran. Es un servicio bonito a los obispos, a las Iglesias de España y también a los laicos y a la vida consagrada.
–¿Cómo tenemos los católicos o como debemos enfrentarnos a estas elecciones al domingo 23 de julio?
–Los católicos tenemos dos faros, uno que nos ilumina, el Evangelio, el otro ya concretado o puesto en lenguaje, que es la doctrina social de la Iglesia. Ahí hay unos principios confiables. Y un católico, a la luz de eso y de su conciencia, tiene que optar por quién vota. Por supuesto, participar es también un ejercicio de responsabilidad social.
Hay hechos fundamentales como es la defensa de la vida, y esa vida una vez nacido que tenga un justo derecho a la educación, a un trabajo digno. Votar pensando en la garantía de la dignidad del de los inmigrantes, de las mujeres maltratadas o de cualquier otra persona maltratada. Y recordar que la Iglesia no tiene ningún partido, ningún partido es el partido de la Iglesia.
Es muy noble tener un compromiso en el ámbito social, en el político, sindical, en el ámbito de del asociacionismo vecinal o de lo que ahora se viene llamando la sociedad civil. Los católicos deben de estar sin renunciar a sus principios. Tenemos esa obligación ética y moral de contribuir al bien común, que garantice la dignidad inviolable de la persona y el desarrollo de todos sus derechos humanos, sociales y políticos.
Comentarios
tracking