Fundado en 1910
La Virgen de la rueca - Leonardo Da Vinci

La Virgen de la rueca - Leonardo Da Vinci

Por qué mayo es el mes de la Virgen

La tradición de la Iglesia ha visto aquí la maternidad espiritual de la Virgen María sobre los discípulos de Cristo y, por tanto, la maternidad sobre la Iglesia

El primer testimonio claro de un «mayo mariano» hay que fijarlo en 1596. San Felipe Neri exhortaba a hacer obsequios (entre ellos y principalmente adornar con flores los altares a ella dedicados) a la Virgen María durante este mes. Tiene un antecedente en una de Wolfgang Seidl (1549), un monje benedictino que publicó en Múnich el «Mayo espiritual», preludio de lo que después, ya desarrollado particularmente durante la época del Barroco consagra el carácter mariano de este mes.

Entronca, desde luego, con las fiestas florales ya en época romana que festejaban la primavera, como expresión de la belleza y la fecundidad propia de la naturaleza. El intento de dar contenido espiritual y devocional a esta práctica se mostró ya durante la Edad Media. Una de las cantigas de Alfonso X el Sabio se ocupa precisamente de las fiestas marianas durante este mes.

Para nosotros, la vuelta de mayo es ocasión de expresar el amor a la Virgen María, Madre del Señor y Madre de la Iglesia. Es también –debe serlo, al menos– de reflexionar sobre la devoción mariana y su fuerte implantación en la vida del pueblo cristiano.

Las numerosas advocaciones marianas, los numerosísimos santuarios marianos que pueblan España y Europa, las múltiples devociones son sin duda signo de cómo el pueblo cristiano reconoce la presencia de la Virgen María en su historia y en su geografía. Así lo reconoce san Juan Pablo II en su encíclica mariana Redemptoris Mater.

Es ocasión de plantear en qué consiste la «verdadera devoción» a la Virgen María, en expresión de san Luis María Grignon de Monfort.

En primer lugar, se trata del reconocimiento sencillo y profundo de la misión que el Señor encomendó a la Virgen María al pie de la Cruz: «Mujer, he ahí a tu hijo». Después, Jesús dijo al discípulo: «Hijo, he ahí a tu madre». Y el discípulo la recibió como propia (Juan 19, 27). Esta traducción se justifica más que «en su casa», cuestión que no puede ser tratada aquí.

La tradición de la Iglesia ha visto aquí la maternidad espiritual de la Virgen María sobre los discípulos de Cristo y, por tanto, la maternidad sobre la Iglesia. Es, en primer lugar, un encargo, una misión que cumplir. Ella cuida como madre de los discípulos del Señor. Cabe subrayar que así cumple la voluntad del Hijo que a su vez reconoce que ha cumplido hasta el final la voluntad del Padre (Juan 19,28).

El Vaticano II subraya que la Virgen María coopera con el Señor con amor de madre en la regeneración espiritual de los hijos de Dios. Su misión maternal es fácil de entender: exhortar, acompañar, corregir, suscitar, ser ejemplo, dar ánimo, servir de consuelo... Todo aquello que experimentan los cristianos cuando acuden a la madre del Señor.

En todo esto, tal como dice el Vaticano II, la misión de la Virgen María no oscurece de ningún modo, sino más bien fomenta la unión inmediata de los fieles a Cristo, el Señor. Nótese que aquí se afirma que la unión de los cristianos al Señor es «inmediata», es decir, «sin mediación». Es importante subrayar este aspecto que, no bien entendido, ofusca el verdadero sentido de la devoción a la Virgen María. Ella es, ciertamente, mediadora de la gracia, pero no está «entre Jesús y nosotros», puesto que Jesús es el único Mediador. Ella, como madre y discípula fiel, está íntimamente unida al Señor, al Padre y al Espíritu Santo. Es él quien suscita cooperadores de su misión y de su obra. Así la Iglesia coopera con el Señor. Todos los cristianos que viven fielmente su fe cooperan con el Señor en la donación de gracia. La Virgen María de modo singular, por su íntima unión al Señor y por su dimensión maternal. Está íntimamente unida al Señor y en la Iglesia está cerca de todos y cada uno de los discípulos.

Así, su presencia en la vida de la Iglesia se mide por el influjo salvífico de su acción materna. Ella se hace presente en la vida de todos los cristianos y hombres de buena voluntad. Pensemos, por un momento, en el influjo real que tienen sobre nosotros las personas mejores y más santas cuando nos acercamos a ellas con un corazón abierto. Esto ayuda a entender el sentido de la devoción a los santos y, en particular, el sentido de la devoción a la Virgen María: nos acercamos a ella, y así su presencia influye en nosotros, enriqueciendo nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad. Su presencia enriquece nuestra oración haciéndola más firme, más humilde, más confiada. La devoción es esta cercanía interior, espiritual, claramente influyente.

La devoción mariana tiene aquí su campo más fecundo. No está alimentada por una falsa concepción según la cual ella con su oración nos defiende del juicio o nos defiende del Señor por ser mujer y madre. No. Ella sigue siempre al Señor. Lo que en ella encontramos nace del Señor, el Padre y del Espíritu Santo. Pero así, acercándose en nosotros, nos influye realmente. Por eso, la verdadera devoción mariana nos une al Señor, muestra su eficacia cuando es ocasión para los creyentes de una verdadera conversión, camino para la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, manantial del que nace el compromiso de vivir la fe y dar testimonio de ella en todos los ambientes.

  • Ángel Castaño Felix es profesor en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
comentarios
tracking