
La hermana Amada Mobergh y la hermana Karla han edificado el monasterio de San José en el remoto pueblo de Lannavaara
Las monjas que desafían el hielo y la secularización en el Círculo Polar Ártico
En 2011, las religiosas, sin dinero ni recursos, confiaron en la Providencia y llegaron al norte de Suecia, donde el frío extremo y la ausencia de católicos son una realidad: «De inmediato comprendí que este era el lugar donde debía estar»
En la gélida inmensidad de Laponia sueca, a 250 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, dos monjas han levantado un bastión de fe en medio de la nada. Mientras Europa se sumerge en la secularización y la Iglesia católica se reduce a una minoría en Suecia, la hermana Amada Mobergh y la hermana Karla han edificado el monasterio de San José en el remoto pueblo de Lannavaara. Allí, entre temperaturas de -30°C, noches interminables y caminos infestados de renos, su comunidad Marias Lamm (Corderos de María) reza, trabaja y resiste.
La historia de esta fundación, relatada en un reportaje de The Catholic World Report, está marcada por renuncias, obstáculos y, según las hermanas, auténticos milagros. Todo comenzó en 2011, cuando la hermana Amada, convertida al catolicismo en su juventud mientras vivía en Londres, sintió que su camino debía ir más allá de su labor en las Misioneras de la Caridad–donde llegó a servir en algunos de los lugares más duros del mundo, desde India hasta los Balcanes– y así decidió responder a una nueva llamada: una vida de oración y contemplación en su Suecia natal.

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Junto a otra religiosa, la hermana Karla, recorrió varios monasterios en el sur del país buscando un lugar donde asentarse. Pero el panorama no era alentador. La Iglesia en Suecia es pequeña y el entonces obispo de Estocolmo, hoy cardenal Anders Arborelius, aunque le entusiasmó la idea de su nueva vida, les dejó claro que no podría sostenerlas económicamente.
Pese a todo, las religiosas confiaron en la Providencia, y eso les llevaría a un destino impensado: encontraron una posibilidad de alojamiento en el extremo norte del país, donde el frío es implacable y la presencia católica, prácticamente inexistente. «Llegamos el 24 de diciembre de 2011, la temperatura era de -30°C. De inmediato comprendí que este era el lugar donde debía estar», relató la hermana Amada en una entrevista con la agencia SIR.
Un monasterio en la nada
Inicialmente, las monjas encontraron refugio en la vivienda prestada, pero pronto la afluencia de fieles que las visitaban las obligó a buscar un espacio más grande. Así dieron con la antigua escuela de Lannavaara, un edificio abandonado, remoto y caro. «Nos mudamos allí a pesar de no tener dinero para comprarla», explicó la hermana Amada. Pero entonces, según ellas, ocurrió un nuevo milagro: un hombre noruego, fascinado por la idea de un monasterio católico en el norte extremo de Europa, decidió comprarles la propiedad. Así nació lo que hoy se conoce como el monasterio de San José.
Desde entonces, la comunidad ha sobrevivido al límite de lo humanamente posible. Durante sus primeros años, las monjas tenían que viajar 400 kilómetros hasta Luleå para asistir a Misa, un trayecto de más de cinco horas en invierno, con carreteras cubiertas de hielo y animales cruzando el camino. «Es peligroso, pero nos acostumbramos. Solo hay que rezar y seguir adelante», afirma la hermana Amada.
Hoy, sacerdotes de toda Suecia visitan el monasterio para hacer retiros y celebrar la Santa Misa. También acuden fieles en busca de silencio y recogimiento, una necesidad que, según las religiosas, crece en un mundo saturado de ruido y materialismo.

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Una fe contra la secularización
Según cuenta la hermana Amada, la realidad religiosa de Suecia es desoladora: «Mi sufrimiento es ver que en Suecia no hay conciencia de los sacramentos, especialmente en esta parte del país. Hay una pobreza espiritual, un alejamiento de Dios y de la Iglesia».
Es por eso que la misión de estas monjas es clara: «Rezar y ofrecer la vida a Dios, siguiendo el ejemplo de María, por la conversión de las almas, especialmente de los escandinavos, y por la reconstrucción y restauración de la Iglesia y la cultura católica».
En 2015, las hermanas obtuvieron el reconocimiento oficial como «asociación diocesana» y, según cuenta la hermana en el reportaje de 2020, ya cuentan con varias candidatas interesadas en unirse a la comunidad. Para ello, planean demoler la vieja escuela y construir un monasterio más tradicional con una capilla dedicada al Inmaculado Corazón de María, Reina de los Países Nórdicos.

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En 2016, la hermana Amada pidió a un sacerdote visitante que celebrara la Misa en la Forma Extraordinaria. Aquel fue un punto de inflexión: «Nos sentimos completamente en casa con ella y la amamos. Era majestuosa, silenciosa–el sentido del misterio estaba muy presente». Desde entonces, la liturgia en latín se ha convertido en el pilar espiritual de esta minúscula comunidad.
Amada explicó que, si todo salía según lo previsto, en mayo de aquel año [2020] llegaría un monje benedictino para establecerse con ellas. «Al igual que nosotras, [él] quiere vivir una vida contemplativa y eremítica, rezando el Oficio Divino en latín, celebrando la Misa en latín y ofreciendo su vida por la Iglesia y la salvación de las almas, que es precisamente nuestro carisma», aseveró la contemplativa.
En un continente donde la fe se desmorona, estas dos monjas resisten en el fin del mundo. Allí, en la blancura helada del Ártico, se aferran a la oración, la penitencia y la tradición. No tienen dinero, no tienen comodidades, pero siguen adelante. «Cada día, Dios nos ayuda a seguir con su Providencia», afirman. Y, por ahora, no tienen intención de rendirse.