¿Quién es mi prójimo?
No basta con rezar, con participar en celebraciones, ni con sentirse cerca de Dios en la intimidad de la oración. La auténtica cercanía a Dios se demuestra en cómo nos acercamos a los que más lo necesitan
En el Evangelio de Lucas que escucharemos mañana domingo, Jesús responde a la pregunta sobre quién es nuestro prójimo con una parábola inolvidable: la del buen samaritano. Un hombre herido queda tirado en el camino, ignorado por un sacerdote y un levita —hombres de prestigio por su profunda fe— y auxiliado, finalmente, por un samaritano, alguien marginado y despreciado por los judíos de su tiempo. La enseñanza de Jesús no es solo una llamada a la compasión, sino una advertencia: una fe que no se traduce en hechos concretos de misericordia no es verdadera fe.
No basta con rezar, con participar en celebraciones, ni con sentirse cerca de Dios en la intimidad de la oración. La auténtica cercanía a Dios se demuestra en cómo nos acercamos a los que más lo necesitan. El sacerdote y el levita pasaron de largo quizá pensando que su deber religioso era incompatible con mancharse las manos. Pero el samaritano, ajeno a los rituales del templo, encarna el corazón mismo del Evangelio: un amor que se detiene ante el sufrimiento y lo convierte en propio.
La vida de cada uno de nosotros está llena de oportunidades para vivir esta parábola. Todos hacemos planes, organizamos nuestras agendas y nos aferramos a nuestras pequeñas seguridades. Pero tarde o temprano surge alguien herido en nuestro camino. Puede ser un familiar que nos necesita más de lo que suponíamos, un compañero de trabajo atravesando un mal momento, un desconocido que pide nuestra ayuda. En esos momentos, nuestra fe es probada: ¿seremos capaces de interrumpir nuestros proyectos para servir? ¿Sabremos renunciar a nuestras comodidades para amar?
Jesús, además, nos enseña a no prejuzgar dónde puede habitar el bien. Nos sorprende descubrir bondad en personas que quizá no son «oficialmente» religiosas, que no pisan una iglesia, pero que tienen en su corazón la esencia del mensaje cristiano: misericordia, compasión, servicio. Esas personas nos recuerdan que la gracia de Dios sopla donde quiere, y que el Reino no está reservado a quienes cumplen unas normas externas, sino a quienes acogen, quizá inconscientemente, el amor de Dios.
Con esto, Jesús no quita importancia ni a la oración ni al cumplimiento de la Ley, sino quiere que sea algo auténtico y que nos lleve a actuar como prójimo del herido. Todos somos hoy llamados a escuchar la incitación del Maestro: «Ve, y haz tú lo mismo». Porque la fe que no se hace amor, la oración que no se convierte en manos tendidas, es solo ruido. Jesús, a través del buen samaritano, nos invita a vivir una fe que ama.
Jesús Higueras es el párroco de Santa María de Caná, en Pozuelo de Alarcón (Madrid)