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02 de mayo de 2024

Imelda Staunton, con las otras dos actrices que han interpretado a la Reina Isabel II: Olivia Colman (izquierda) y Claire Foy (derecha)

Imelda Staunton y las otras dos actrices que dieron vida a Isabel II: Olivia Colman (izquierda) y Claire Foy (derecha)Netflix

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El final de 'The Crown' y el sueño eterno de permanencia

Los últimos seis episodios de la serie ya se encuentran disponibles en Netflix

«La monarquía es algo que eres, no lo que haces. La Corona es un símbolo de permanencia. De estabilidad. De continuidad. Si abdicas, simbolizarás la inestabilidad y la falta de permanencia». En medio de un intenso momento de zozobra interior y vacilación ante la responsabilidad del futuro, un personaje recuerda esta advertencia de la Reina María a su nieta Isabel II. Es una Reina que ahora está asomándose al último otoño, conocedora de que el destino la obliga a preparar concienzudamente su propia posteridad. Su legado. Porque, como se remarca en esa cita crucial del último episodio, la corona es sobre todo un símbolo… y los símbolos trascienden emociones y personas, porque ostentan una vocación intemporal.
Siguiendo una tendencia cada vez más común para prolongar la conversación de un éxito, Netflix ha decidido partir en dos su última temporada de The Crown. Narrativa y dramáticamente, además, la decisión tiene sentido: en noviembre se cerró el arco de Diana de Gales y ahora, para estos seis últimos episodios que se acaban de estrenar, el énfasis se ha centrado en la juventud, entre triste y enérgica, de la tercera generación real (Guillermo y Harry), en la boda del Príncipe Carlos con Camilla Parker-Bowles y en la conciencia mortal de la Reina, encarnada en torno a su Jubileo de Oro (en 2002 cumplía 50 años de reinado).
Estas tres líneas narrativas han permitido un cierto repliegue interno del relato, recordando por qué se mueve mejor en pasillos nobles, estancias palaciegas y conversaciones de interior. Es una cadencia íntima que las dos últimas temporadas –entregas más paparazzi– ha resultado más difícil de acomodar. En esta temporada 6B han quedado rescoldos de esa dispersión: los capítulos menos afortunados han sido los que viajaban con grandilocuencia de flashback al Día de la Victoria en Europa (1945) o rememoraban el trajín poco saludable de la Princesa Margarita. Sin embargo, salvo esas excepciones, estos seis episodios han recuperado parte de los rasgos que hicieron que tantos espectadores se enamoraran de este recorrido histórico, emocional y aristocrático; incluso hay un par de nostálgicos cameos que harán las delicias de los más cafeteros.

The Crown y su homenaje a la Reina Isabel II

Por el relato pululan la Guerra de Irak, el Príncipe Guillermo convertido en fenómeno pop, la «torpeza nazi» de Harry o las dudas institucionales sobre el nuevo matrimonio de Carlos y Camilla. Sin embargo, lo mejor de esta entrega brota en los conflictos dramáticos de los personajes, en la dinámica familiar que los engarza y los espeja, y en los tiempos muertos en los que, sutilmente, los protagonistas van quitando capas a su cebolla. Ahí resuena el desamparo de dos hijos huérfanos y el reproche a su padre, regresa el peso centenario de la corona, merodea la culpa del linaje y emergen las ansias de redención. Todo ello desde la elegancia de quien ha de aceptar su destino regio, con fortaleza, entrega y reciedumbre, puesto que así está escrito desde la noche de los tiempos.
Por eso el título del último episodio es el de una bella melodía escocesa que suena en funerales. Se anticipa en pantalla y supone un momento magnífico en su puesta en escena: sencilla, hermosa, lírica. Peter Morgan, el creador de la serie, quiere así establecer un último vínculo entre la ficción, que acaba en 2005, y la realidad de una Isabel II cuya figura ha ocupado un siglo de vida británica. «Sleep, dearie, sleep» es el lamento que el gaitero real tocó en el funeral de septiembre de 2022. Es un ejemplo de la confluencia que con tanto ahínco ha logrado The Crown: realidad y ficción, sentimiento y nobleza, lo nacional y lo personal, la abadía de Westminster y el sueño eterno de un personaje más grande que la muerte. Porque la Corona, como nos recuerda este canto de amor monárquico que es The Crown, sigue siendo, a pesar de sus baches tan humanos, un símbolo de permanencia.

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