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08 de mayo de 2024

Orson Welles con Antonio Ordóñez en Pamplona (1961)

Orson Welles con Antonio Ordóñez en Pamplona (1961)CANO

¿Intentó ser torero el joven Orson Welles?

Durante su estancia en España, comenzó a chapurrear nuestro idioma y se aficionó al vino, el flamenco y los toros. Su apodo era 'El Americano'

Ser amigo de Luis Miguel Dominguín te permitía acceder a un mundo singularísimo. Mi padre lo era; por eso, acompañamos él y yo al torero durante el verano de 1959, el de su rivalidad con Antonio Ordóñez, su cuñado: lo que Hemingway novelizó en su libro El verano sangriento. Entonces pude yo conocer personalmente a Deborah Kerr y su marido, Peter Viertel, a Lauren Bacall, a Hemingway y Orson Welles… Me centro en este último.
Toreaba Luis Miguel en una plaza francesa (no recuerdo si era Bayona o Dax) y nos sentamos mi padre y yo, con él, en una terraza, antes de comer. Pronto se unió a nosotros Hemingway: imagínense la emoción de un joven aficionado a la literatura... Con 60 años, el escritor mostraba señales claras de decadencia, creía que lo perseguía la CIA. (Un par de años después, se suicidó).
Se incorporó luego al grupo Orson Welles, que se sentó a mi lado. «El Genio» –así le llamaban todos– tenía seis años menos que Hemingway y estaba en plena forma: pronto acaparó la conversación, con su brillantez.
En un momento dado, me enseñó una cicatriz que tenía en su brazo derecho y me contó que era de la cornada de un toro. Me aseguró que él, de joven, en Sevilla, había intentado ser torero, con el apodo El Americano.
Todo eso, ¿era verdad o una historia que se había inventado? Las dos cosas me parecieron perfectamente verosímiles. De un artista tan polifacético y tan enamorado del toreo, se podía esperar que lo hubiera intentado. A la vez, era muy posible que se tratara de una más de sus invenciones. Baste con recordar su película Question Mark (Fraude), donde desarrolla toda una teoría sobre el artista como un mentiroso y la ejemplifica con un brillante montaje, inventándose un romance de Picasso con la bellísima yugoslava Oja Kodar, su pareja.
Intenté luego documentar esas actuaciones taurinas del joven Orson Welles y no logré encontrar ningún dato fiable. Me quedé siempre con la duda.

El Americano

Evidentemente, no era yo el único a quien Orson Welles contó esa historia. Han sido muchos los que la han dado por buena, confiando en su testimonio. A partir de la documentada biografía de Bárbara Leaming (1985), se cree que, después de visitar Marruecos, fue a Sevilla en 1932, cuando tenía 17 años (seis antes del famoso programa de radio sobre La guerra de los mundos, que le hizo famoso). Suele repetirse que alquiló el piso superior de un prostíbulo, en Triana, y que se enamoró de Andalucía.
Orson Welles con gesto de sorpresa en Pamplona (1961)

Orson Welles con gesto de sorpresa en Pamplona (1961)CANO

En esa etapa pudo probar fortuna en los ruedos, anunciándose como El Americano. Suponen algunos que actuó como becerrista o novillero en cuatro festejos, en El Aljarafe; que pagó los gastos, no tuvo éxito y sufrió un pequeño percance: la cicatriz que él me enseñó, en el brazo. Añade alguno, novelescamente, que la herida fue en la cabeza y se la causó el botellazo de un airado espectador.
Sobre esta leyenda han escrito muchos y realizaron una película documental, titulada El Americano, los sevillanos Alberto Rojas Maza y Rodrigo Gómez Reina, con el alemán Leif Karpe. Añade Manuel Román el testimonio del actor José Nieto, que le dijo haber compartido cartel con Orson en algunas novilladas sin caballos, en la plaza madrileña de Tetuán de las Victorias.

«A very bad 'torerillo'»

En una entrevista, confirmó la historia el propio Orson Welles con una frase tajante: «I was a very bad torerillo». El hallazgo decisivo lo hizo mi amigo Fernando Iwasaki: localizó dos crónicas taurinas del ABC de Sevilla en las que se menciona a El Americano.
La primera se refiere a un festival que tuvo lugar en la Maestranza, el domingo 11 de diciembre de 1932, a beneficio de la Unión de Picadores y Banderilleros: lidiaron seis novillos los matadores Chicuelo, Perlacia, Maera y Angelillo de Triana, y los novilleros Diego de los Reyes y Paco Reina. No actuó El Americano como matador; tampoco como picador, en contra de lo que se ha dicho, pues no los hubo. El crítico Juan María Vázquez elogió la actuación de las cuadrillas: «Todos de infantería, pues el domingo no picó ni el sol… que trabajaron con laboriosidad y acierto». Entre ellos, se menciona a El Americano, sin más.
El siguiente festejo del que Iwasaki da noticia tuvo lugar en la Maestranza seis meses después, el domingo 2 de julio de 1933. Reaparecía en Sevilla el novillero Diego de los Reyes – que también había actuado en el festejo anterior–, junto a Ballesteros y Gitanillo III de Triana. El mismo crítico enjuicia a las cuadrillas: «Mejía banderilleó muy requetebién y El Americano, Rosalito y un peón de Ballesteros, cuyo nombre ignoramos, bregaron con eficacia». Eso es todo.
Por la coincidencia de fechas, es posible que este Americano fuera el jovencillo Orson Welles pero no es seguro: también pudo ser uno de los hispanoamericanos que, en Sevilla, aspiraban a ser toreros. En todo caso, no actuó como novillero, ni becerrista, ni picador, sino como banderillero: algo lógico, entonces, para un aprendiz de torero. Y no conozco yo referencia fiable de esas presuntas actuaciones suyas en el Aljarafe.

Cine y toros

Volvió muchas veces Orson Welles a España y a las plazas de toros, como espectador. Fue amigo de Luis Miguel Dominguín, gran amigo y seguidor de Antonio Ordóñez. Desde el cine, varias veces se acercó al mundo de los toros.
Rodó algunos documentales taurinos para la televisión italiana e inglesa. He podido ver uno de ellos: se le ve en la barrera de Las Ventas, con su pequeña cámara de cine en la mano, rodando una faena, a la vez que la va explicando a los espectadores anglosajones: les cuenta que el toro es un animal peligrosísimo, lo que añade heroísmo al torero. Para confirmarlo, vemos a un joven diestro que, después de unos lucidos muletazos, es herido, al entrar a matar, y lo llevan en brazos a la enfermería: reconozco a Manolo Vázquez.
También aparecen San Fermín y la Feria de Abril, dos de sus grandes aficiones, en su documental En la tierra de don Quijote (1964).
El documental 'En la tierra de don Quijote' (1964), de Orson Welles

El documental 'En la tierra de don Quijote' (1964), de Orson Welles

En los años 60, concibió el proyecto de una película larga que se iba a llamar The Sacred Monsters (Los monstruos sagrados). No trataría sobre los toreros sino sobre un aficionado, que vive para eso, fascinado por un diestro (al fondo, la figura de Hemingway, al que Welles estimaba poco). A Juan Cobos le contó que lo aplazaba porque los productores rechazaban un tema taurino, por el escaso éxito comercial de El momento de la verdad, la película de Francesco Rossi, con el torero Miguelín.
Muchos años después, eso acabó convirtiéndose en Al otro lado del viento (2018), su película póstuma, verdaderamente revolucionaria, por el fondo y por la forma, que he podido ver hace poco por televisión. La idea inicial se había trasladado del mundo taurino al cinematográfico: un viejo director, encarnado por John Huston, vuelve a Hollywood para rodar su última película, una profunda reflexión sobre el arte. Lo curioso es que ese ambiguo personaje alude, a la vez, a las debilidades de Hemingway y al propio Welles: sólo a él se le podía ocurrir algo semejante.
Añado una frase suya: «He visto grandes faenas de Manolete, pero no he conocido a ninguna persona que sea más grande como hombre que Manolete, y, si fuera español, estaría orgulloso de haber vivido en el mismo siglo que él».
Fotograma de 'Al otro lado del viento', la película póstuma de Orson Welles

Fotograma de 'Al otro lado del viento', la película póstuma de Orson Welles

Pasión por España

Es indiscutible la pasión de Orson Welles por España. (Lo cuentan pormenorizadamente, en sus libros, Esteve Riambau, Juan Cobos y Agustín Sánchez Vidal). Amó a nuestras gentes, nuestra historia, nuestra cultura, nuestras tierras: Madrid, Sevilla, Ronda, Jerez, Málaga, Pamplona, la Mancha; la comida y la bebida, el carácter del pueblo, el sentido de la amistad, el flamenco, las fiestas populares, los toros… Muchos políticos actuales podrían aprender de él.
En Castilla rodó la singular Mr. Arkadin; en Chinchón, convertida en Macao, la extraordinaria Una historia inmortal; en la Casa de Campo madrileña, la batalla de Campanadas a medianoche, la más emocionante versión cinematográfica de Shakespeare que yo conozco; en Ibiza, Fake (Fraude); a lo largo de toda su vida, su personalísimo Don Quijote
Ya mayor y muy grueso, cuentan que, para su satisfacción, le confundieron una vez con un picador, cuando acompañó al torero Andrés Vázquez a Villalpando, su pueblo.
Orson Welles con Antonio Bienvenida en Vista Alegre, 1966

Orson Welles con Antonio Bienvenida en Vista Alegre, 1966EFE

En España encontró Orson Welles su paraíso perdido (para él, el gran tema de toda la cultura occidental). Por eso, cumpliendo sus deseos, en 1987, su hija Beatriz viajó con sus cenizas desde Los Ángeles para enterrarlas en un pozo de la finca de Antonio Ordóñez, «El Recreo de San Cayetano», en Ronda. Allí reposan, como testimonio definitivo de su pasión por nuestro país.
No estoy seguro de si la cicatriz que él me enseñó, aquella mañana, se la hizo de verdad un toro bravo. Tampoco sé con certeza si intentó ser torero, de joven, en Sevilla. Lo que no me cabe duda es de que Orson Welles amó profundamente a España, el Quijote y el arte del toreo: para él, las tres cosas estuvieron siempre unidas.
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