Rosalía de Castro (1837-1885) continúa soñando, a pesar de todo
Es inexacta la imagen de Rosalía de Castro como una mujer sólo dulce, sentimental. Dentro de su obra, es importante la faceta de poeta social

Rostro de Rosalía de Castro en un cartel en Santiago
Tanto en gallego como en castellano, Rosalía de Castro escribe poemas de gran categoría. Es habitual compararla con Bécquer.
Por la cronología, los dos pertenecen al posromanticismo: escriben en la segunda mitad del siglo XIX. Por su estilo, los dos son plenamente románticos; más aún, son los más hondos poetas románticos españoles, los que han logrado liberarse de la retórica verbosa, en la que muchos de los anteriores escritores incurrían.
En 1863, Rosalía publica Cantares gallegos: la primera obra poética importante del renacimiento de esa lengua. Después, Follas novas (Hojas nuevas, 1880) y En las orillas del Sar (1884), en castellano, su obra más lograda. (Sus libros en prosa son interesantes, pero de menor importancia).
Conviene recordar un par de cosas evidentes, si el sectarismo político no las oculta. Ante todo, que el gallego y el catalán, dos grandes lenguas románicas, tuvieron un florecimiento literario importante durante la Edad Media.
En el Siglo de Oro, tal como resume en su libro Amado Alonso, el castellano se convirtió en la lengua común de todos los españoles: en nuestro idioma nacional, que es también uno de los más universales. Ante la fuerza expansiva del castellano, el gallego y el catalán quedaron relegados al habla cotidiana, con mínimo cultivo literario. A fines del siglo XIX, el nacionalismo cultural y político subraya los hechos diferenciales: las dos lenguas vuelven a tener una importante dimensión literaria.
Segunda advertencia: al escribir, todos expresamos nuestros deseos más íntimos, nuestra visión del mundo. Ninguna autoridad puede obligarnos a escribir (igual que a rezar) en una lengua o en otra. Los escritores bilingües eligen, en cada momento, qué lengua prefieren utilizar. Intentar interferirse en esto es un dislate total y absoluto. Como dice Pedro Salinas, al escritor hay que dejarlo en paz, porque él tiene ya su propia guerra interior. La literatura –como todas las artes– es el reino de la libertad.
Rosalía de Castro eligió la lengua gallega para escribir las dos obras citadas, igual que eligió el castellano para escribir la tercera. Esto último es lo que han hecho otros grandes escritores, tan gallegos como la Pardo Bazán, Valle-Inclán, Cela y Torrente Ballester. Cada uno eligió lo que quiso: no por eso es mejor o peor escritor.
En 1856, se trasladó Rosalía a Madrid. Dos años después, se casó con el historiador Manuel Murguía, que influyó mucho en su carrera literaria, pero el matrimonio no fue feliz.
En su primer libro de poemas, Rosalía glosa e inventa cantares populares, folclóricos, llenos de gracia o de saudade: es, quizá, el sector de su obra más conocido, pero no es el más importante.
Es inexacta la imagen de Rosalía de Castro como una mujer sólo dulce, sentimental. Dentro de su obra, es importante la faceta de poeta social: el que, haciéndose eco de su pueblo, nos habla del hambre, de la emigración, de los que esperan la vuelta de aquellos que se han marchado a buscar trabajo.
La vida de Rosalía estuvo marcada por muchas penalidades: problemas conyugales, de salud, económicos… Lo compensó refugiándose en sus sueños, en su soledad, en su literatura: igual que han hecho tantos grandes escritores.
En uno de sus poemas más populares, siente Rosalía que la persigue insistentemente una simbólica «negra sombra»:
- «Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pe dos meus cabezales
tornas, fazéndome mofa».
(Cuando pienso que has huido,
negra sombra que me asombras,
a los pies de mi cabecero
vuelves, haciéndome burla).
Opinan algunos que esto tiene una clave biográfica concreta: Rosalía era hija de un sacerdote. Pero el simbolismo de la «negra sombra» es muy amplio, emociona a muchísimos lectores. Paradójicamente, este poema, que refleja un dolor tan íntimo, ha acabado convirtiéndose en una especie de himno no oficial de los gallegos.
En un poema de Follas novas, compara Rosalía de Castro su dolor con un clavo, que ella lleva «clavado en el corazón». Como le hace sufrir tanto, pide a Dios que se lo arranque:
- «Unha vez tiven un cravo
cravado no corazón
i eu non me acordo xa se era aquel cravo
de ouro, de ferro ou de amor.
Soio sei que me fixo un mal tan fondo,
que tanto me atormentóu…».
(Una vez tuve un clavo
clavado en el corazón
y yo no me acuerdo ya de si era aquel clavo
de oro, de hierro o de amor.
Sólo sé que me hizo un mal tan hondo,
que tanto me atormentó…).
Sin embargo, cuando Dios accede a su súplica, ella descubre que echa de menos el sufrimiento que le causaba aquel clavo… Es una metáfora muy cercana a la de la espina de Antonio Machado, en una tarde melancólica:
«En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón».
Al caer la noche, el poeta comprende la verdad:
- «Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir,
en el corazón clavada».
El poema que he elegido pertenece al libro de madurez de Rosalía, En las orillas del Sar. Métricamente, son versos de 16 sílabas, divididos en dos hemistiquios (8 más 8), que riman en asonante. Se divide en tres partes desiguales, de 7, 5 y 2 versos; cada una, con su propia rima: á – o; á – a; é – o.
Desde Petrarca, es habitual en la poesía europea comparar, por armonía o por contraste, la naturaleza con los sentimientos del poeta. La voz que habla, que solemos identificar con la propia Rosalía, presenta aquí su soledad, su trágico aislamiento. En la primera parte, los elementos de la naturaleza son enemigos que la señalan, al pasar: «Ahí va la loca…». Como es propio de los románticos, ella se refugia en sus sueños. Ya lo proclamó Hölderlin: «El ser humano es un Dios cuando sueña».
En la segunda parte, ha pasado el tiempo, se ha cumplido la segura profecía: «Hay canas en mi cabeza». La naturaleza la acompaña, en armonía: «Hay en los prados escarcha». Pero ella sigue soñando «con la eterna primavera», aunque sepa que nunca existirá. Y lo justifica en la tercera parte, con una breve, lacónica conclusión: sin los sueños, no podríamos vivir.
Todo esto, tan tremendo, lo expresa Rosalía con sencillez, sin retóricas ni adornos solemnes. Por eso llega al lector más fácil y más profundamente.
¡Qué lejos queda esta Rosalía de las imágenes sentimentales, casi cursis, que veces se han dado de ella! Es una mujer sola, angustiada, acompañada únicamente por su dolor. No se trata de una pena concreta, sino del dolor de estar vivo; la angustia del ser que se siente abandonado, en un mundo que no comprende. Por eso, muchos críticos relacionan ahora a la escritora gallega con el existencialismo.
Aunque la experiencia le diga que es imposible, que es inútil, Rosalía de Castro continúa soñando. Igual que cualquiera de nosotros. Lo explica bien Benina, la protagonista de Misericordia, de Galdós: «Los sueños, los sueños, digan lo que quieran, son también de Dios».
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre, cuando yo paso,
de mí murmuran y exclaman: - Ahí va la loca, soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños:
sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?
Rosalía de Castro.
Otras lecciones de poesía:
- Valle-Inclán: Testamento.
- Baltasar del Alcázar: Cena jocosa.
- Pedro Salinas: La voz a ti debida.
- Rubén Darío: Lo fatal.
- Francisco de Quevedo: A una nariz.
- San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma.
- Esperando la Navidad: Magnificat / El canto de la Sibila.
- Lope de Vega: Soneto 126.
- Pedro Muñoz Seca: La venganza de don Mendo.
- Francisco de Quevedo: Soneto de amor.