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El cautivo acaba de estrenarse en los cines

'El Cautivo' acaba de estrenarse en los cinesBuena Vista Internacional (Disney)

El Debate de las Ideas

La ensoñación homosexual de Amenábar con Cervantes

El Cautivo da cuerpo a una teoría más fantasiosa que fundamentada y ofrece una visión suavemente romántica de una seducción entre amo y esclavo que hubiera permitido otras lecturas menos complacientes y amables

Las teorías sobre la presunta homosexualidad de Miguel de Cervantes Saavedra vienen de lejos, cabalgando a lomos de la especulación y la fabulación, pero sin datos ciertos que las respalden. Tampoco El cautivo, la última película de Alejandro Amenábar, aporta pruebas o indicios sólidos al respecto, pero, a cambio, gracias a la fuerza de las imágenes, contribuirá a instalar en el imaginario colectivo una certeza carente de fundamento.

De la vaguedad de las pretensiones homosexualistas da buena cuenta la hispanista italiana Rosa Rossi, una de las más conocidas defensoras de la tesis. En su libro Escuchar a Cervantes, de 1987, explica, respecto de las supuestas experiencias homosexuales del escritor: «Cuando se dice ‘experiencias homosexuales’ se trata de decir que en la vida de Miguel de Cervantes entró poderosamente una fantasía de homosexualidad, sin que se pretenda distinguir el nivel fantástico del físico, y sin afirmar que hubo, o no, una experiencia física». Esa fantasía se habría alimentado en el harén de Hassan Bajá durante sus años de cautiverio a manos de los turcos.

De modo que hablamos de una hipótesis basada en conjeturas que, a la postre, ni siquiera se atreve a asegurar que hubiera sexo real, como el que sí muestra Amenábar en su película. Por cierto, que la contención con la que lo muestra ha decepcionado a algunos comentaristas que, ya puestos, hubieran querido una vívida, carnal y sudorosa recreación de la Sodoma argelina en las carnes del celebrado autor de Don Quijote de la Mancha.

Pero, en fin, ¿cuáles son los indicios que han llevado a tantos a lanzarse por la pendiente de la fabulación? El principal de ellos es la experiencia de Cervantes en Argel, de ahí que sean justamente esos cinco años de cautiverio del escritor los que interesen a Amenábar. En ese tiempo, Cervantes protagonizó varios intentos de fuga fallidos y, aunque fue castigado por ellos, no fue víctima de la crueldad habitual de Hassan Bajá, su dueño y máxima autoridad en Argel, conocido por su homosexualidad. Otros supuestos indicios, también recogidos por la película, no cuentan con el crédito de los historiadores y sólo añaden fabulación a la fabulación. Me refiero a la teoría de Fernando Arrabal, según la cual el duelo protagonizado por Cervantes en Madrid, y cuyo desenlace, la muerte de su rival, le llevó a huir a Italia, habría sido motivado por unas acusaciones hacia su maestro de letras y las supuestas acusaciones de sodomía con sus alumnos.

De modo que aquí tenemos los dos únicos ingredientes ciertos que proporcionan la lanzadera para la especulación: un trato de favor recibido por un cautivo de la mano de un hombre cruel y notorio homosexual. A partir de ahí Amenábar construye una fabulación que podría ser en sí misma otra ensoñación. El principal problema de El cautivo es que la mitad de su película nos cuenta una historia –la de la seducción mutua entre Cervantes y Bajá, unidos ambos por su común amor a los relatos– sin más fundamento que la imaginación y, quizás, el deseo personal del realizador. Demasiada invención para una película que promete contarnos la mejor historia, la suya propia, de quien nos contó las más grandes historias, como proclama su tráiler.

Otras hipótesis alternativas para explicar el misterio, barajadas por los historiadores, pero tampoco acreditadas, no interesan a Amenábar. Pese a que una de ellas presenta a Cervantes como el posible protagonista de una misión diplomática secreta, en nombre de la Corona, lo que resultaría muy cinematográfico. O la posibilidad de que los intentos de fuga de Cervantes coincidieran con unas hipotéticas negociaciones entre España y el Bajá que no había que poner en riesgo. No cabe olvidar que el escritor contaba con una carta de reconocimiento por parte de Juan de Austria, con quien había batallado en Lepanto, que hizo que sus captores le vieran como un cautivo de especial valor.

Tampoco hay pruebas de estas hipótesis, que permiten asimismo rellenar los vacíos de Argel y que, de ser seguidas, hubieran dado pie a una película bien distinta, pero sin interés para el director.

Más allá del valor que se conceda a las especulaciones, y de su más que dudosa legitimidad artística cuando se aplican sobre figuras históricas, hay que dejar constancia de una inconsistencia importante en la historia de Amenábar, porque entra en contradicción con hechos que sí sabemos a ciencia cierta de aquellos años. Veamos. El cineasta ha construido una historia de naturaleza suavemente romántica y necesita creer que la fascinación que ha inventado entre Cervantes y el Bajá le debió llevar a dudar sobre la posibilidad de quedarse allí, en Árgel, pudiendo desarrollar unas tendencias sexuales que habría descubierto y que tendría vetadas en la reprimida España. Pero la persistencia del escritor en la búsqueda de la libertad durante todos esos años hace muy poco creíble esa hipótesis. Cervantes protagonizó cuatro intentos de fuga distintos, de muy laboriosa gestación, que acreditan un muy vivo deseo de volver a España. Un hecho incuestionable que El cautivo necesita poner en duda como parte de su romántica ensoñación homosexual.

Ese imperioso afán de libertad que la historia, y los testimonios de sus compañeros de fatigas acreditan, está presente en El cautivo, pero con un rol secundario respecto a lo que para Amenábar es lo esencial: desvelar la homosexualidad del escritor.

No puede decirse del director madrileño que no retrate el universo de los esclavos cristianos de Argel con sus penalidades y su vida gris sólo iluminada por la esperanza de poder ser rescatados por los frailes trinitarios. Como el de los renegados, que lo fueron la mayoría por supervivencia y conveniencia más que por convicción. Pero, nuevamente, lo que hubiera dado más juego como centro de la historia es tratado más bien como el contexto de lo que a Amenábar importa. Añadamos también en el ‘debe’ del film un equilibrista afán homogeneizador –nos hacen barbaridades, pero nosotros a ellos también– que ignora el hecho incuestionable de que no existía en la Cristiandad, ni en el resto del mundo, nada remotamente parecido al gigantesco mercado de esclavos que los turcos montaron en Argel a partir de las capturas humanas realizadas durante su actividad corsaria.

Y no podemos dejar de señalar un rabioso anacronismo de honda intencionalidad política. Cuando Cervantes, durante uno de los castigos, se ve morir, no invoca a Dios, como sería lo normal en un hombre de su tiempo –incluso si no era demasiado católico– sino que se aferra al recuerdo de «los pequeños placeres». Lo que evoca, no sólo la experiencia homosexual que la película ha inventado, sino también una visión de la vida hedonista que es muy de nuestro tiempo, pero mucho menos del siglo XVI. Y conste que esto no significa que nuestros antepasados fueran puritanos o recelosos del placer, como muestran con mucha claridad nuestras comedias clásicas del Siglo de Oro. Pero el marco mental entonces giraba en torno a la trascendencia, del mismo modo que el marco más extendido hoy es el rabioso materialismo hedonista del aquí y ahora y nada más.

Finalmente, es obligado hacerle a El cautivo otra objeción. El consentimiento sexual que el ‘Cervantes gay’ de Amenábar presta, ¿no debería considerarse viciado por el hecho de la radical distancia de poder que separa al amo del esclavo? ¿No podríamos pensar que, pese a las apariencias, lo que la película muestra de forma dulce y tierna no es sino una violación y un abuso de poder? No faltarían teóricos feministas posmodernos dispuestos a defenderlo si estuviéramos hablando de una relación entre hombre y mujer, entre amo y esclava. Pero las historias gay parecen exentas de este tipo de análisis y de crítica.

Amenábar parece consciente del escollo, y de la dificultad, de conciliar un Bajá público cruel y sanguinario con otro íntimo, delicado y exquisito. Y, en consecuencia, dedica muchos esfuerzos a crear un marco que presente como legítimo y hermoso lo que igualmente hubiera podido escenificarse como violento y sórdido. Sin duda, éste es el mayor logro de la película: esconder la contradicción de fondo que late en la historia de amor que Amenábar nos cuenta. Casi podríamos decir que dedica tantos esfuerzos a esto, que desatiende lo demás. Y el resultado es una película menos atractiva de lo habitual en el director y que, por momentos, resulta incluso aburrida. Lo que es casi una sorpresa mayor que la ensoñación de un Cervantes gay.

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