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26 de abril de 2024

Portada de «Horas de invierno» de Mary Oliver

Portada de «Horas de invierno» de Mary OliverErrata Naturae

'Horas de invierno': el bosque animado de Mary Oliver

Errata Naturae rescata este libro sencillo e inspirado en el que la que fuera poeta más popular de EE UU nos invita a pasear por una naturaleza con vida propia

Muchos supimos de la existencia de Mary Oliver prácticamente al tiempo de su muerte, ocurrida en 2019. Fuera de algún poemario bilingüe publicado por Valparaíso, nada se había editado en España de la que, según la necrológica de The New York Yimes, fue la poeta norteamericana más popular y leída de su tiempo. Sabemos, además, que ganó el National Book Award y el Pulitzer. Poca broma.
En 2021, Errata Naturae emprendió la tarea de divulgar en nuestro país su prosa con la publicación de La escritura indómita. Continúa ahora el trabajo con Horas de invierno y, por mi parte, una vez cerrado este último volumen, estoy convencido de que tarde o temprano (si las dos pilas que sostienen mi actividad lectora, la profesional y la particular, lo permiten) me haré con La escritura indómita.
A efectos de esta crítica, eso quiere decir que Horas de invierno es un librito altamente recomendable y Mary Oliver, una voz cercana y armónica que va buscando, más que lectores, compañeros de paseo.
Portada de «Horas de invierno» de Mary Oliver

errata naturae / 184 págs.

Horas de invierno

Mary Oliver

En esta edición se compilan ensayos breves y poemas, atravesados, como en toda la obra de Oliver, por la experiencia y la vivencia (más que la reflexión) de la naturaleza, así como la glosa brillante de algunos autores predilectos para la norteamericana, como Poe, Whitman o Frost. Una deliciosa miscelánea en la que descuella, por encima de lo que se dice, el tono sereno y confidente de la mujer. En el prefacio, Oliver ya declara su intención de que este libro sea «como partes de una conversación o una larga carta que llega despacio».
Pero, ¿qué dice esa carta? En realidad, poca cosa en el sentido mundano. Oliver espía durante días la puesta de huevos de una araña, describe aquella casita de jardín que levantó un verano con sus manos, o relata la gentrificación vintage del pequeño pueblo del Cabo Cod en el que vivió durante décadas con su pareja: «Ahora es un buen negocio tener un aspecto anticuado, con pasillos estrechos y tarros con etiquetas pintorescas».
Oliver observa, se implica pero no se posiciona, vive la naturaleza de un modo genuino, más natural que el militante Thoreau, menos ambiciosa que el visionario Whitman. No es ecologista ni especista ni ‘nada-ista’. No adopta una actitud ante la naturaleza, es parte de ella, se sumerge en ella y se confunde como Homer Simpson se va disolviendo en el seto en el popular gift. Eso hace más encantador y armónico este libro, publicado originalmente en 1999, con una candidez que tal vez sea imposible hoy en lo tocante a la naturaleza, teñida ahora de negro apocalíptico y transida de política. De hecho, la propia aventura nocturna de la autora en busca de huevos de tortuga que freír a la sartén sería hoy bastante cuestionada.

Mary Oliver es puro ASMR para el alma cansada, un baño de bosque sin cursiladas ni gurús que aguarden el aguinaldo

Este libro es a la vez animista y místico. La autora, como los primitivos americanos, dota de vida autónoma todo lo que está alrededor: una piña, una tormenta… «Soy de esas personas a la que no les cuesta imaginar que los árboles son conscientes de estar vivos». Más allá asegura que «una silla está viva».
De resultas de ello, Oliver siempre toma partido por el espíritu de cada cosa. Panteísmo y misticismo se dan la mano en ella sin afectación. El último ensayo de este volumen, el que da título a la obra, es un credo maravilloso en el que, partiendo de la observación del entorno, Oliver va desgranando su estética y sus creencias. «Veo y amo con locura lo manifiesto», declara en sintonía con el autor de Hojas de hierba. Estas páginas son inspiradas, pero junto al oficio de la poeta, sobresale una ingenuidad de niña que descubre por primera vez las cosas. Oliver no es nunca resabiada ni doctrinal. Sí, en cambio, una mujer abierta a la gracia cotidiana: «Y, si crees que cualquier día puedes recibir el secreto de la luz, ¿no tendrías preparado el hogar de tu mente». Sublime.
En resumen, Mary Oliver es puro ASMR para el alma cansada, un baño de bosque sin cursiladas ni gurús que aguarden el aguinaldo. Si uno cree de forma intuitiva en que todo es más sencillo de lo que aparenta y todo tiene, de algún modo que no sabemos, un sentido troncal, disfrutará sin duda de este paseo con la mejor de las compañías: una mujer que sabe y calla, que mira y anota, que celebra lo que descubre.
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