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30 de abril de 2024

Portada de «El muro de Adriano» de Adrian Goldsworthy

Portada de «El muro de Adriano» de Adrian GoldsworthyDesperta Ferro

'El muro de Adriano' al descubierto

El especialista británico en el ejército romano Adrian Goldsworthy realiza una magnífica disección de una de las construcciones militares más afamadas de la historia antigua

La primera vez que oí hablar del muro de Adriano tenía 12 años, y había ido al cine a ver la película El rey Arturo (King Arthur, 2004), dirigida por Antoine Fuqua. En esta película británica, llena de inexactitudes históricas y atravesada de una intencionalidad bastante sesgada, hay un elemento que llega a quitar protagonismo a los actores principales, nada más y nada menos que Clive Owen y Keira Knightley, además de otros muchos destacados en el reparto, y es el muro.
La imagen que se presenta de esta importante construcción defensiva se aleja bastante de la realidad: un lienzo de gigantesca muralla, más cercana a las descripciones homéricas de la muralla troyana que a otra cosa. Pero ciertamente se lanzaba una idea que no dejaba de resultar interesante a mi yo de 12 años, y que no dejaba de ser irreal: que los romanos construyeron esa inmensa muralla para mantener alejados a las «tribus bárbaras» del norte, como los pictos y caledonios, y estar seguros tras sus muros.
Esta misma lógica, sin ningún tipo de aditivo, es la que aplicaría el autor de fantasía George R. R. Martin en su Canción de hielo y fuego para crear El Muro, donde la Guardia de la Noche está en permanente vigilia con el objetivo de alejar los horrores que se encuentran más allá del muro. Pero por muy sugerente que parezca esta idea, ni el muro de Adriano tenía esas características ni su objetivo era mantener alejados a los enemigos para permanecer tranquilos intramuros. ¿Cómo era, y para que construyeron los romanos, el llamado «muro de Adriano»?
Portada de «El muro de Adriano» de Adrian Goldsworthy

Desperta Ferro / 160 págs.

El muro de Adriano

Adrian Goldsworthy

Para responder a estas y a otras pertinentes preguntas llega el esclarecedor libro El muro de Adriano (Desperta Ferro, 2023). Su autor, Adrian Goldsworthy, es un reconocido experto en la historia del ejército romano, y entre sus publicaciones destacan biografías como las de César y Augusto, y muy especialmente el volumen The Roman Army at War, 100 BC-AD 200, de obligada consulta para aquellos interesados en el ejército romano. Así pues, lo primero que podemos decir siguiendo a Goldsworthy es que el muro de Adriano nunca recibió dicha denominación.
Como afirma el autor «la estructura pudo bautizarse en honor al emperador que ordenó su construcción, si bien recurriendo a su nombre de familia, Elio, en lugar de a «Adriano». Al parecer, el Vallum Aelium o «muro de Elio» solo fue denominado de esta forma durante una generación, después pasó a ser conocido sencillamente como el Vallum». Teniendo en cuenta esta información, el lector habrá de desterrar muchos tópicos e informaciones erróneas sobre el muro, que Goldsworthy, bien apoyado en las fuentes clásicas y arqueológicas va desarrollando. Por ejemplo, la idea de que el poder romano levantó esta construcción (o, mejor dicho, esta «serie de construcciones») para defenderse de los habitantes al norte del muro, pero nada más lejos.
La premisa central de Goldsworthy, y esto es importante, «es que el muro de Adriano y todas las instalaciones vinculadas con este se edificaron para respaldar al Ejército romano en las diversas tareas que sus integrantes desempeñaban en el norte de Britania. Los soldados, en definitiva, no estaban allí al servicio del muro, sino que era el muro el que estaba a su disposición». Quien conozca bien a los romanos sabrá que la defensa no era una estrategia popular entre estos (que se lo pregunten a Quinto Fabio Cunctator), como ocurre en el caso del famoso scutum desde el punto de vista táctico, que servía para atacar más que para defenderse. De la misma manera el muro del norte de Britania era otro elemento dentro de la estrategia general de control territorial por parte de Roma hacia el norte de la isla.
Otro de los mitos que seguramente venga a desmontar este libro sea el de la imagen de una especie de «tierra de nadie» en torno al muro, una «zona militarizada» que diríamos hoy: nada tan lejos de la realidad. En otra película de coproducción angloestadounidense titulada La legión del águila (The Eagle, 2011), dirigida por Kevin Macdonald, todo lo que rodea al muro está desierto: no hay población, ni civiles, ni comercio… Solo un desierto que posee ciertos tintes a una No man´s land propia de la Gran Guerra. Lo cierto es que las distintas instalaciones que salpicaban el muro rebosaban vida y bullicio, y no solo por parte de los soldados romanos, sino de toda la población civil que estaba relacionada con estos: «generaciones enteras –señala Goldsworthy– de soldados y civiles, provinciales y comunidades locales pasaron la vida en el muro y sus inmediaciones, o bien en la extensa zona militar generada en torno a él». El muro fue un enorme centro de intercambio urbano más que una separación inerte y baldía entre dos realidades civilizacionales totalmente hostiles y enfrentadas.
Y por supuesto, ¿cómo era el muro? Para empezar no era únicamente muro, también contaba con foso y berma (plantada de obstáculos) hacia el exterior, así como el vallum propiamente dicho hacia el interior. Tomando la información aportada por el monje anglosajón Beda el Venerable, quien vio el muro en el siglo VIII, de ocho pies de ancho y doce de alto, Goldsworthy estima que «la construcción oscilaría, generalmente, entre los 12 y los 15 pies de alto (3,6-4,5 m)» y que «parece poco probable que el propio muro se edificara con una altura uniforme en todo su trazado» debido a los accidentes geográficos, especialmente en el sector central.
Especial mención merece una de las principales fuentes utilizadas por Goldsworthy, esenciales para conocer la vida cotidiana de los soldados romanos destinados a los fuertes y campamentos del muro: las tablillas de Vindolanda. A través de ellas podemos asomarnos a la realidad de la vida cotidiana de cuerpos como la cohors I Tungrorum o la cohors VIIII Batavorum. El volumen incluye un completo aparato gráfico con mapas, reconstrucciones de las fortificaciones, así como fotografías de epígrafes y de los yacimientos en la actualidad, tanto aéreas como sobre el terreno. En definitiva, un volumen imperdible para los amantes de la historia del ejército romano.
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