
Bandera de España
España como ilusión
La ilusión es genuinamente española porque en español aparece un sentido positivo de la palabra. Nuestra realidad no es «ilusoria», sino «ilusionada»
Fue Julián Marías, uno de los más lúcidos pensadores de la realidad española, quien en 1984 publicó uno de los ensayos más reveladores sobre los secretos escondidos de la lengua española: Breve tratado de la ilusión. En él, reveló que los españoles tenemos una posibilidad genuinamente española, única y no repetida en ninguna otra nación: ser un pueblo ilusionado. Así, resulta pertinente, en estos tiempos en los que nuestra historia parece volver a ser la más triste de las historias y los españoles volvemos a estar hartos de luchar contra nuestros demonios, detener la mirada sobre esta posibilidad que nuestra lengua nos ofrece y aferrarnos a la llamada a la esperanza que también encontramos en el poema de Gil de Biedma: y a menudo he pensado en otra historia / distinta y menos simple, en otra España / en donde sí que importa un mal gobierno [...] / que es tiempo aún para cambiar su historia / antes de que se la lleven los demonios.
La ilusión es genuinamente española porque en español aparece un sentido positivo de la palabra. Nuestra realidad no es «ilusoria», sino «ilusionada». Bien distinto es «ser un iluso» que «estar ilusionado». Nada tiene que ver «hacerse ilusiones» con «estar lleno de ilusión». Así, sucede que, mientras que en otras lenguas ha sido sólo el significado burlesco el que ha pervivido, en español perdura otro bien distinto cuyos orígenes se remontan a hace ya dos siglos. En Espronceda encontramos: en tu ilusión embebida, / feliz te finges, y sientes / mis caricias (Serenata) u hojas del árbol caídas / juguetes del viento son: / las ilusiones perdidas (El estudiante de Salamanca). También en Zorrilla: pasaron, niña, los días, / con ellos las ilusiones (A una mujer) o venid a mí, brillantes ilusiones, / que engalanáis la juventud ardiente... (Canción). Y, por último, Calderón: ¿Qué es la vida? – Un frenesí. / ¿Qué es la vida? – Una ilusión, / una sombra, una ficción, / que el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños sueños son (La vida es sueño).
De este modo, nuestra realidad está enriquecida por las posibilidades lingüísticas del español. La realidad española es potencialmente ilusionada, pues la primera interpretación de la realidad está en nombrarla, y a la nuestra la hemos nombrado con la palabra ilusión. No es que los españoles vivamos necesariamente ilusionados, pero sí es cierto que contamos con la posibilidad de vivir ilusionados. ¿No es acaso revelador en este sentido el poema de Gil de Biedma antes citado? Sí, existe la desilusión que es también propia de nuestra lengua: a menudo he pensado en esos hombres, / a menudo he pensado en la pobreza, / de este país de todos los demonios. Pero, como el absurdo en el sentido o la falsedad en la verdad, la desilusión se funda en la ilusión: y a menudo he pensado en otra historia / distinta y menos simple, en otra España / en donde sí que importa un mal gobierno. Ahora bien, lo relevante es que esta condición personal del español puede ser también condición nacional de España.
Es Marías quien, referido al hombre, nos pone de manifiesto su condición futuriza, proyectada hacia el futuro, lo cual es también predicable de España. Esta condición futuriza se revela fundamental por cuanto excluye toda vida reactiva y posibilita una vida electiva y libre. Además, lo futurizo exige anticipación, proyecto, mirada hacia adelante, donde se encuentran siempre las posibilidades más insospechadas de un país. Con todo, en cada ilusión acecha la desilusión porque el objeto de ésta puede fallar. Es aquí donde la persistencia y la continuidad deben mantener el carácter programático y proyectivo de la ilusión. Cuando la desilusión se presenta debemos recordar que España no está dada, sino que la realidad es siempre emergente y que la robustez de la ilusión depende de lo conscientes que seamos de la emergencia de la realidad. Ahora bien, de que España sea un «por hacer» se desprende lo dramático e inseguro que caracteriza a lo futurizo, lo que compele fundamentalmente a nuestra imaginación, nota que se encuentra allá donde la ilusión habita.
Debemos también detenernos en la ilusión desde el punto de vista temporal. Es crucial precisar que, pese a que la mirada ilusionada debe estar puesta en el futuro, no se puede nutrir de él porque éste es sólo una proyección. Por ello, la ilusión se nutre del pasado y del recuerdo, para imaginar algo que vuelve de manera nueva. De ello resulta lo inadmisible de falsear nuestra historia pasada, pues nos impide afrontar la que nos resta. También aquí se manifiesta el carácter efímero del cumplimiento de las ilusiones. La vida no para y la historia nos revela que los acontecimientos que el pueblo español vivió con más ilusión fueron seguidos de nuevas realidades que exigían la renovación de esa ilusión. En palabras de Marías, ese regusto de eternidad que tiene la ilusión cumplida no puede encubrir la temporalidad efectiva de la vida. Por eso hay que saber integrar y fundar la ilusión momentánea en la duradera, hacer que ésta gravite hacia el futuro y poner el énfasis no en el «ya», sino en el «todavía».
De lo que antecede se desprende la imperiosa necesidad de recuperar la ilusión como motor con el que alimentar nuestra realidad nacional y política. Alejar el enfrentamiento y renovar el ilusionante y sugestivo proyecto de vida en común que debe ser España es una tarea que nuestra generación debe afrontar sin demora. Son ya demasiados los años transcurridos desde que los españoles miramos por última vez nuestra realidad, nuestro futuro, ilusionadamente. No debemos dejar que lo espurio y falsario del enfrentamiento de nuestra clase política cale en nuestra sociedad y acabe con lo que, por derecho propio, pues nos lo otorga nuestra lengua, es nuestro: ser un pueblo ilusionado.
Aunque mucho más se puede decir sobre la ilusión (lo que se puede decir sobre ella en el mundo personal está todo dicho en Breve tratado de la ilusión), debemos concluir deteniéndonos en su verbo: desvivirse; en verso, vivir sin vivir en mí, que sintetiza todo cuanto vive la persona ilusionada. Este verbo, correlato indispensable del término ilusión, refleja la total proyección de la persona hacia la realidad que le ilusiona, con todas sus potencias y sin reserva alguna. Por tanto, ilusionarse por España es vivir proyectado hacia ella. Ahora bien, lo más relevante es que desvivirse no es una posibilidad, sino una exigencia de la vida: es la condición de que la vida, sin más restricción, valga la pena de ser vivida. Sólo cabe responder afirmativamente al interrogante final de Marías, ¿no ocurrirá que el que no se desvive no vive tampoco?