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04 de mayo de 2024

LOS RIDÍCULOS DE LA EDUCACIÓNJosé víctor orón semper

¡Tengo que dar el programa!

Los errores que pueden acontecer al asumir acríticamente la transmisión del conocimiento es que esta es una cosa objetiva y que puede hacerse sin necesidad de integrarla con otros procesos educativos

Actualizada 04:30

Es fácil encontrar profesores que se muestran preocupados porque no llegan a trabajar todo el programa. Esto no es preceptivo de bachillerato, que mira a los exámenes de cara a la Universidad o de la misma Universidad. Esto se oye hasta en Infantil, que si no han dado los colores, o que si se va lento con la iniciación a la lectoescritura...
El verbo que se suele usar es «dar»: «no he dado», «me falta por dar»... Pero resulta que a un profesor le pagan por enseñar, no por dar. Y se descubre que nadie enseña si nadie aprende, luego quedarse en el dar podría significar que uno en clase hace algo parecido a lo que hace un charlatán y no propiamente su labor docente.
Veamos lo que la buena educación requiere del profesor. Hay una expresión que forma parte de la tradición educativa y es la de la «transmisión del conocimiento». No se niega la bondad de la expresión, pues ninguna sociedad nace hoy sino que se inserta en la vida de una sociedad mayor de la que recibe un camino recorrido, una cultura, que ciertamente vale la pena aprovechar no solo por las ventajas que representa saber todo lo que ellos han ganado, sino sobre todo porque es una forma de acoger su regalo y tener conciencia de una comunión que supera los límites de un tiempo concreto.
Sin negar, pues, dicha bondad, sí que cabe descubrir ciertos errores que pueden darse y lógicamente se corresponden con el error de querer «dar la materia». Los errores que pueden acontecer al asumir acríticamente la transmisión del conocimiento es que esta es una cosa objetiva y que puede hacerse sin necesidad de integrarla con otros procesos educativos.
Para transmitir con objetividad el conocimiento tiene que mostrarse la subjetividad del mismo, pues a ningún conocimiento se llega de forma meramente objetiva, sino gracias a muchos procesos subjetivos. Esto es cierto hasta para disciplinas que podrían verse como muy objetivas, como las matemáticas. Por un lado, ninguna disciplina es autosuficiente, sino que parte de presupuestos que no vienen de la misma disciplina y, por otro lado, el interés en las matemáticas no reside en las matemáticas en sí, sino en el sentido humano de las matemáticas. No estudiamos matemáticas por estudiarlas sin más, sino porque pueden ser un instrumento de humanización de este mundo.
Si entramos en materias de ciencias naturales aún se evidencia más la relación con el día a día de la vida humana, y una forma muy interesante de hacerlo es conocer al descubridor junto con el descubrimiento. Conocer qué se preguntaba, qué buscaba, sus sufrimientos y alegrías.
Si se trata de materias de ciencias sociales, como podría ser la historia, se descubre como muy importante conocer junto con el relato la mentalidad del relator, pues la historia para nada es monolítica y hay tantos significados como personas que forman parte de la historia.
Si pensamos en las distintas asignaturas del lenguaje, se descubre que el sentido del lenguaje es dar cauce a la interioridad de la persona y, por tanto, resulta extremadamente fácil evidenciar cómo la singularidad del lenguaje permite poner ante el otro un detalle de la singularidad.
De forma natural el conocimiento está preñado de subjetividad, y si además somos conscientes de que dicha transmisión del conocimiento acontece en un acto educativo, podemos recordar la frase de Rassam: «se educa por lo que se es, más que por lo que se dice. Se enseña también lo que se es más que lo que se sabe. El poder del educador o del profesor depende menos de sus palabras que de la presencia silenciosa y total - que los alumnos disciernen más fácilmente de lo que se cree - del hombre detrás del maestro y del posible amigo detrás del hombre».
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Es decir, no puede pensarse que por un lado hay que transmitir el conocimiento y por otro lado hay que promover la creatividad, la libertad, el espíritu crítico o la cooperación entre otros. El trabajo del docente no es fácil, pues requiere que todo lo que se quiera promover a nivel personal se trabaje simultáneamente o al menos no de forma contradictoria. Eso quiere decir que la transmisión del conocimiento además debe ser plataforma para promover creatividad, libertad, etcétera.
Si esto se tiene claro, ya no se caerá en en ese «dar la materia», sino que se pensará en educar. Dar la materia es algo para lo que el profesor no hace mucha falta y puede ser sustituido por muchos recursos que existen y se irán viendo por la IA. Pero enseñar y aprender en el ámbito educativo solo una persona lo puede hacer. Vale la pena saber que a ningún docente se le contrata para que dé la materia, sino para enseñar. Y nadie enseña si nadie aprende y nadie aprende si no hay una relación interpersonal, que es donde se significa la información con la que se trabaja.

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