La universidad y la libertad de pensamiento: un binomio indivisible
El episodio con Iván Espinosa de los Monteros no es un hecho aislado, forma parte de un problema mayor que está erosionando gravemente la universidad pública

Lo sucedido este jueves en la Universidad Complutense es un síntoma cronificado en el tiempo de una enfermedad que amenaza con asfixiar el propósito mismo de la academia: el libre intercambio de ideas buscando la verdad. Que un grupo de intolerantes boicotee una conferencia y acalle a un ponente no es un acto de valentía ni de justicia; es la imposición del pensamiento único, el triunfo de la censura sobre la razón.
No se trata de quién era el ponente ni de lo que defendía. Se trata de algo mucho más grave: la degradación de la institución universitaria. La universidad es lugar donde aprender con los debates más inteligentes, la universidad es la escuela de formación de las élites intelectuales, la universidad es el faro de conocimiento y pensamiento crítico de toda sociedad. Sin embargo, se está convirtiendo en un espacio donde cualquier disidencia es castigada. Y lo que es aún peor, esta situación de intolerancia se está normalizando curso a curso y ya no hay año sin noticias de situaciones de tensión y amenazas contra algún ponente.
La degradación de la universidad pública
La universidad pública es, o al menos debería ser, el mayor espacio de pluralidad y encuentro de ideas. Sin embargo, con cada acto de censura, con cada boicot violento a conferencias o eventos académicos, se degrada su esencia y su función social. La universidad no puede ser un lugar donde solo se toleren determinadas opiniones y se silencien aquellas que resultan incómodas a ciertos sectores.
Esta falta de libertad y respeto por la discrepancia está teniendo consecuencias graves. Cada vez más estudiantes, pero también profesores, optan por las universidades privadas, donde, a diferencia de lo que ocurre en algunas públicas, estos hechos vergonzosos no se producen. Allí, el debate sigue siendo una herramienta para el aprendizaje, no una excusa para la exclusión y la cancelación de nadie. Es un fenómeno que debería alarmarnos: ¿qué futuro le espera a una universidad pública que expulsa el pensamiento crítico y que se convierte en un ecosistema de dogmas inamovibles?

Nada más contrario a la ciencia que la cancelación del debate
La universidad es una institución inventada por la Iglesia Católica, donde la razón y la fe debaten, en busca de la verdad. La universidad no fue concebida para el monólogo de una única ideología o corriente de pensamiento. Es, por definición, un espacio donde las ideas deben contrastarse, donde las teorías deben debatirse y donde la verdad se busca, no se impone. El conocimiento no avanza con censura ni con persecuciones ideológicas, sino con el contraste de puntos de vista, con la discusión académica y con el análisis racional de los hechos.
Nada hay más contrario al avance del conocimiento que la prohibición de pensar distinto. Nada más opuesto al método científico que la inquisición del planteamiento único. La universidad ha sido, desde su nacimiento, el espacio donde las preguntas desafían a las respuestas establecidas. El conocimiento humano ha progresado gracias a la duda, a la confrontación de hipótesis y a la evolución de teorías que fueron desmontadas o mejoradas a través del debate. ¿Qué ocurre cuando eliminamos ese proceso? Ocurre que la universidad deja de ser un espacio de saber para convertirse en un refugio de certezas incuestionables. Y cuando se pierde la capacidad de cuestionar, la universidad pierde su sentido.
La intolerancia disfrazada de virtud
El problema de fondo es que algunos han convertido la intolerancia en una supuesta virtud. Creen que silenciar a quienes piensan distinto es una muestra de compromiso con la justicia, cuando en realidad es una muestra de debilidad intelectual. ¿Qué clase de convicciones se defienden con gritos y con violencia en lugar de con argumentos? Quienes impiden que alguien hable en una universidad no están defendiendo nada noble; están simplemente reconociendo que temen el debate, que no confían en la fuerza de sus propias ideas.
La verdadera tolerancia no consiste en aceptar solo lo que nos gusta escuchar. Implica convivir con lo que nos incomoda, con lo que desafía nuestras ideas y con lo que nos obliga a pensar. Solo desde esa confrontación intelectual pueden crecer la sociedad y la democracia. Lo contrario es la construcción de un pensamiento dogmático y rígido, donde los «buenos» deciden qué se puede decir y qué no. La historia nos ha enseñado adónde conducen esos caminos.
La crisis de la universidad pública
Estos episodios no son aislados. Forman parte de un problema mayor que está erosionando gravemente la universidad pública. Cuando una institución académica deja de ser un espacio de libertad y se convierte en un lugar de exclusión ideológica, pierde su credibilidad. Y la consecuencia es clara: los estudiantes que buscan un entorno donde realmente puedan formarse libremente terminan huyendo a las universidades privadas.
Mientras tanto, en muchas universidades públicas, el ambiente se vuelve cada vez más sectario. Profesores que temen hablar libremente, alumnos que evitan expresar su opinión para no ser señalados, investigadores que ven cómo ciertos temas quedan fuera del debate porque pueden ser «incómodos». Y así, la universidad pública, que debería ser un pilar del pensamiento libre y del avance del conocimiento, se convierte en un ecosistema de pensamiento homogéneo, donde cualquier desviación es castigada con la cancelación.
No podemos permitirlo. La universidad pública es demasiado importante para que caiga en manos de quienes creen que acallar al otro es sinónimo de tener razón.

espinosa
Es la libertad de expresión la que ha sido expulsada del aula
Lo ocurrido este jueves en la Universidad Complutense no es un hecho anecdótico. Es un síntoma de una crisis mayor que afecta a la educación y a la sociedad en su conjunto. La pregunta clave es: ¿cómo evitarlo?
Hoy han impedido una conferencia. Mañana, si no lo frenamos, será la propia universidad pública la que deje de ser un espacio de conocimiento para convertirse en un templo del dogma. Y en ese escenario, no es extraño que cada vez más estudiantes busquen su formación en entornos donde la pluralidad aún se respeta.
Es hora de recuperar la universidad como lo que siempre debió ser: un espacio de debate, no de imposición. Un espacio de razón, no de censura. Un espacio donde el conocimiento se construya con la pluralidad, no con la exclusión. Porque sin eso, la universidad pública perderá su esencia, y con ella, perderemos todos.
- Ricardo Díaz Martín es decano del Consejo General de Colegios Oficiales de Químicos de España