Sobre la incompetencia matemática
En muchos centros escolares se ha prescindido de enseñar las tablas de multiplicar y dividir, y la mayoría de los chavales son incapaces de calcular, así, de memoria, operaciones como 7x8 o 27/3
Basta con echar un vistazo a los libros de texto de Matemáticas de las últimas décadas, para ver cómo, poco a poco, se han ido eliminando contenidos. En principio, se afirma —mentirosamente— que ahora los chavales tienen la oportunidad de «comprender» mejor la asignatura, pero lo cierto es que, con las inevitables excepciones de siempre, casi se podría hablar de una nueva materia: las matemáticas comatosas.
Por regla general, cuando entras en una clase de la ESO, incluso Bachillerato, lo habitual es encontrar gente que domina poco las matemáticas. Más allá de las carencias lectoras que impiden a muchos entender los enunciados, los estudiantes tienen también grandes lagunas a la hora de entender el lenguaje aritmético, los conceptos algebraicos, los asuntos geométricos. No es que sean incapaces de realizar cualquier sencilla demostración o ignoren, por ejemplo, el significado geométrico de la derivada, es que apenas tienen una mínima base.
El ejemplo más claro es el del simple cálculo. En muchos centros escolares se ha prescindido de enseñar las tablas de multiplicar y dividir, y la mayoría de los chavales son incapaces de calcular, así, de memoria, operaciones como 7x8 o 27/3. Después de todo, tienen la calculadora para hacer el trabajo por ellos. Aún me sorprende que en un examen pierdan tiempo calculando sumas sencillas como 7+6 o 13+25. Todo tiene que pasar por el filtro de la maquinita —ya comenté lo que nos espera con el dichoso ChatGPT—.
Este asunto en particular, el de la omnipresente calculadora, se traduce en una situación más que habitual: pongamos que el chaval va a sumar 7+5, pero se equivoca y le da al 6; así, el resultado le da 13; cuando le haces ver que no puede ser, porque al sumar dos números impares no puede dar otro impar, te miran como si les estuvieses hablando en otro idioma. Ni siquiera son capaces de entender un concepto tan básico. Y ponen en duda tu versión, porque la máquina siempre tiene razón, ¿no? Por mucho que sea un error, en principio, evidente.
Aparte, podría mencionar un sinfín de ejemplos que demuestran una preocupante impericia matemática, desde la incapacidad de enfrentarse a un sencillito problema de enunciado hasta la dificultad para diferenciar los sólidos geométricos más típicos, pasando por la impotencia de entender el concepto de logaritmo o de la aplicación práctica más simple de una media aritmética.
Insisto en que hay alumnos supercapaces de entender las matemáticas. Pero hay un gran porcentaje de chavales que aprueban sin entender una materia que se ha puesto al alcance de casi cualquiera y que, aun así, suspenden muchos. Por eso mismo, cuando entro en clase y, yo doy Letras, veo una operación en la pizarra y, como se divide en 100, corro la coma un par de espacios, me miran como si fuese el mejor mago de todos los tiempos. Y alucinan cuando les explicas lo que es una regla de 3.
De verdad que el asunto es tremebundo. El estado de la educación es preocupante. En las matemáticas concretamente, calamitoso. Y ahí tenemos el Decreto 217/2022, que desarrolló el currículo de la ESO, afirmando que «Las líneas principales en la definición de las competencias específicas de matemáticas son la resolución de problemas y las destrezas socioafectivas». Estas se refieren sobre todo a luchar contra los prejuicios de algunos alumnos contra las matemáticas, a promover la vocación de las alumnas por las carreras STEM y, también aunque menos, a hablar de las aportaciones de las mujeres a las matemáticas —nadie habla de Euclides ni de Arquímedes ni de Eratóstenes, pero toca mencionar a Hipatia—.
Siempre ha habido alumnos a los que «se les han dado mal las matemáticas». Los había en los 80, y los hay en algunas novelas decimonónicas. Ya hace unos cuantos lustros hablaba del analfabetismo matemático de un número creciente de alumnos. Y ahora, ya a punto de cambiar de cuarto de siglo, nos enfrentamos a un problema de absoluta incompetencia matemática por parte de un gran porcentaje del estudiantado.
Pero no hay que preocuparse porque, al final, pasarán de curso, obtendrán el título de la ESO y, si perseveran, el de Bachillerato. Es la gran ventaja de un sistema que proscribe el rigor y la excelencia: al final todo es posible… incluso la cuadratura del círculo.