Piensa en positivo
La búsqueda de lo positivo puede, no tiene por qué, encerrar la búsqueda del bienestar que es otra patología de hoy en día
El consejo «piensa en positivo» no es que tenga mala intención y suele pretender generar una buena disposición ante los acontecimientos. Donde una puerta se cierra otra se abre. De todo se aprende. Aquello lo perdiste, pero tienes esto otro… Ciertamente, todas estas afirmaciones tienen su parte de interés, pero, si no se usan en el momento y forma adecuada puede ser otro ridículo. Si se el tiempo y la forma no es la adecuada se cree estar atendiendo la realidad de la vida cuando, en verdad, se podría estar cayendo en un ensimismamiento que distancia de la realidad y aísla a la persona.
Actualmente, en educación, este consejo de «piensa en positivo» se usa mucho e, insisto que frente a miradas derrotistas tiene su valor porque pueden ayudar a abrir la mirada. Pero dicha apertura de la mirada puede transformarse en cerrazón de la mirada pues se acaba viviendo más de la mirada que de la relación con la realidad.
El pensamiento es generado por uno mismo y en su virtud puede estar su peligro. Estaríamos alimentando a un yo, una persona, que crea su mundo en paralelo a la realidad con la que nunca contacta y subido a la atalaya de su pensamiento juzga lo que no encaja en su pensamiento.
Además, hay veces en las que el consejo «piensa en positivo» se presenta casi como una obligación moral que puede acabar en reproche: si no piensas en positivo es porque tu no quieres. De este modo, se ignora que puede haber situaciones de las personas que no le permitan pensar en positivo o que pensar así es como pedirle: «no te fijes en eso que te da dolor, sino en aquella idea bonita». Pero, en ese caso, por huir del dolor se huye de la propia vida ¿y si uno lo que necesita es entender su dolor y no huir de él?
Algo así es lo que nos propone hoy el Mindfulness cuando su propuesta implica encerrarnos en nuestro propio pensamiento. Hace años asistí a un congreso en Copenhague donde una ponente alemana compartía que ella todos los días hacía «el arco de la protección». Se sentaba y trazaba siete veces primero con la mano derecha y luego con la izquierda un arco sobre su persona diciendo la frase «estoy protegida del mundo». No era una advenediza quien lo proponía, sino una académica que sabía argumentar la bondad y la investigación sobre el tema. Durante la comida, cosas que ocurren, resulta que me toco sentarme al lado de ella y le pregunté ¿por qué dices «estoy protegida del mundo»? ¿no podrías decir «estoy abierta al mundo»? Su cara adelantó la consternación de la que luego estuvimos hablando.
Aunque pensar en positivo no implica de por sí, llegar a este encerramiento la realidad es que también puede promoverlo. Solo se crece desde la realidad y lo que no ayude a acoger la realidad de la vida de uno lleva a la parálisis, el ensimismamiento y la incapacidad de lidiar con la vida.
Por ello, no interesa tanto pensar en positivo, sino encontrar lo positivo en el caos. Si no se sale a la realidad a buscar lo ciertamente positivo entonces el pensamiento positivo deviene en ensimismamiento. Cuando se descubre que no se puede explicar el dolor sin el amor entonces uno descubrirá algo bueno en su dolor que vale la pena hacer crecer. No es extraño que el dolor vivido en una familia no pueda comprenderse si no es porque de alguna forma se ama a quien hace daño. De ahí que, en ese caso, evitar sin más el dolor es renunciar al amor. No es lo mismo evitar el dolor, que buscar una nueva forma de poder amar.
Así, cuando uno se lanza a semejante búsqueda descubre que el elemento positivo no se encuentra fundamentalmente en cosas o circunstancias, sino en la misma persona con la que tal vez se tuvo la desavenencia, si fuera el caso. Si el educador no descubre el bien en la persona que hace mal no podrá acompañarla tampoco. Tanto el que sufre como el que causa el dolor necesita encontrar algo más que el dolor causado o recibido. De lo contrario, la búsqueda de lo positivo acabará siendo un recurso para protegerse del otro y entonces dicho pensamiento positivo encerrará a la persona en su atalaya de juicios hacia los demás.
La búsqueda de lo positivo puede, no tiene por qué, encerrar la búsqueda del bienestar que es otra patología de hoy en día. La persona no necesita estar bien, sino encontrar el sentido de su vida. Y si encuentra el sentido de su vida sabrá aprovechar su estar bien o su estar mal como plataforma de crecimiento personal.
Quedarse en el «piensa en positivo» es inflar el globo de un autoengaño que la realidad reventará.
Por otro lado, decíamos que este tipo de pensamiento puede alejar la mirada de lo que la persona necesita atender y transformarse en un modo de compensación. «Si no eres bueno en matemáticas, al menos, eres bueno en fútbol». Y es estupendo que en el fútbol tenga experiencias alternativas a las que tiene con las matemáticas, pero lo que se necesita comprender es por qué las matemáticas resultan problemáticas. En tal caso pensar en positivo se convierte en un modo de compensación que tiene una forma de huida de la realidad.
Más profundo que «pensar en positivo» es «encontrar lo positivo» uno distancia de la realidad, otro profundiza en la realidad. Lo positivo siempre está si hablamos de personas, pues por muy caótica que sea la situación la persona siempre es novedad. Descubrir al otro como persona, o mi propia realidad personal es lo que abre las puertas a que podamos introducir novedad en cualquier circunstancia en este mundo. Ayudar a los niños a vivir como personas y, por tanto, a ser persona con las otras personas, es la mejor forma de que por caótica que resulte la experiencia, la última palabra no está dicha, porque la persona puede introducir novedad hasta en el dolor.
Vivir como persona ayuda a que uno no tenga que ir a la búsqueda de cosas positivas al margen del dolor, sino que puede descubrir que hay una realidad mayor que el dolor vivido y es cómo en ese dolor se puede introducir novedad.
V. Frankl, psiquiatra austriaco que experimentó los campos de concentración, pudo ver esto cuando ante la cámara de gas la salida no era «bueno, al menos, pasará pronto», sino que era posible poder introducir amor en la realidad del dolor. Si eso es posible en situaciones tan extremas, ¿por qué no ayudar ante desavenencias mucho menores a experimentar que lo positivo es que podemos introducir o descubrir la novedad que uno u otro puede aportar?
José Víctor Orón dirige Acompañando el Crecimiento y es asesor educativo de la UFV