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Óleo de Isaac Asknazy, Vanidad de Vanidades. Rusia

Óleo de Isaac Asknazy, Vanidad de Vanidades

Gastronomía

La mesa y los banquetes en la corte del rey Salomón

Cada jornada transitaban ante las puertas del palacio treinta cargas de flor de harina y sesenta de harina corriente, diez bueyes cebados, veinte toros de pasto y cien ovejas

Salomón es el rey bíblico más célebre y mencionado en toda la historia. Tuvo un largo reinado de casi cuarenta años y fue un gran diplomático y gobernante. Junto a la reina de Saba forman un perfecto tándem de amor y lujo, al que las escrituras sagradas mencionan disculpando todas sus debilidades humanas, quizás por la grandeza y el misterio de su relación.

Al contrario que David, su padre, el rey Salomón disfrutó de un reinado bastante pacífico, con sus tierras asentadas y las gentes en paz. Estos periodos históricos significan casi siempre una sensible mejora en las condiciones de la vida cotidiana. Y podemos imaginar una gastronomía afín a un reinado largo, rico y próspero, en el que hasta la demografía aumentó. Como dice el libro de Reyes: «Judá e Israel eran tan numerosos como las arenas de la orilla del mar. Comían, bebían y eran felices». El pueblo disfrutaba del lujo de la paz mientras fructificaban parras e higueras, y con ellos, vino, uvas pasas, tortas de higos, higos secos y pasteles endulzados con ambos ingredientes y miel. Abundancia y felicidad.

Óleo de Isaac Asknazy, Vanidad de Vanidades. Rusia

Óleo de Isaac Asknazy, Vanidad de Vanidades. Rusia

El palacio del rey estaba aprovisionado en consonancia con sus riquezas y esplendor: había creado un monopolio comercial sobre varios productos, organizado los tributos acorde con la riqueza que florecía y la numerosa corte necesitaba comer cada día. Pero no de cualquier forma, no, disponían de los medios para disfrutar de la abundancia y el refinamiento. Así que cada jornada transitaban ante las puertas del palacio treinta cargas de flor de harina y sesenta de harina corriente, diez bueyes cebados, veinte toros de pasto y cien ovejas. Además de gacelas, gansos y aves de corral en lo que era una impresionante procesión cotidiana de alimentos que se completaba con porteadores, pastores, carniceros, cocineros, pasteleros y todo tipo de ayudantes. La mismísima reina de Saba quedó impresionada cuando vio las riquezas de la mesa del rey más sabio de la tierra y probablemente de la historia.

Las bodegas estaban a la altura de la mesa, eran amplias y generosas en contenido, en ellas se elaboraban coupages según la categoría de los invitados. Y la mesa se adornaba con vajillas de oro, de forma que platos, vasos y fuentes estaban realizados en el noble metal. Durante todo el banquete se podían encontrar panecillos en multitud de variedades, desde los flexibles y planos propios de la antiquísima tradición hebrea, pero elaborados con las mejores harinas, hasta otros fermentados y enriquecidos con almendras, pasas e higos. Los platos principales consistían en grandes asados, las carnes (y estas asadas) eran la representación de las festividades y las grandes ocasiones. Y durante todo el banquete se ofrecían bocaditos endulzados con miel y con espesos vinos dulces, condimentados con las entonces carísimas especias, canela y clavo, que llegaban en lentas caravanas desde la India o con especias mediterráneas como sésamo y alcaravea. Y en su temporada granadas salpicando todo con el rojo sangre de sus granos.

Alimentos para el gozo del cuerpo tanto como para nutrir el espíritu, como dice el Cantar de los Cantares: «Confortadme con tortas de pasas, reanimadme con manzanas». Ya era bien conocido que comer bien es la semilla del bienestar. La sabiduría del rey hizo honor a todos los aspectos de su vida, también a una buena mesa, bien nutrida, con platos basados en la sencilla tradición hebrea, pero enriquecidos hasta representar con majestuosa dignidad su opulento reinado.

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