
La doctora en Comunicación y experta en análisis de series infantiles, Elena Cebrián
Elena Cebrián, experta en análisis de programas infantiles
«En casi la mitad de las series infantiles que se emiten en España, los niños no viven en una familia»
Los contenidos que nos llegan a través de las series y las redes impactan en niño y adultos para alterar nuestra visión de la realidad, de la familia y de la paternidad. Algo que tiene muchas derivadas «y todas muy peligrosas», dice Elena Cebrián, experta en el análisis de series, en la revista La Antorcha
«La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de 'intelectuales orgánicos' infiltrados en todos los medios de comunicación». La cita es de Antonio Gramsci, cuyo marxismo práctico, su comunismo violento y su ateísmo militante son de sobra conocidos. Tenga o no razón su premisa, sus seguidores actuales, hoy embozados en las banderas del universo woke, la siguen a pies juntillas, y no pierden ocasión de colar sus mensajes en las series, películas, programas y contenido viral que se cuelan en nuestros hogares a través de las diferentes pantallas que en ellos reinan.
Pero, ¿qué impacto tienen los contenidos que hoy se vierten en las plataformas como Netflix, YouTube o Twitch para conformar –o deformar– la visión que niños, jóvenes y adultos tenemos de la paternidad y de la familia? Lo responde una persona que lleva años analizando la visión de la familia y de la paternidad que trasladan los programas infantiles emitidos por las televisiones públicas de España: Elena Cebrián, doctora en Comunicación, Máster en Humanidades, profesora de Teoría de la Comunicación en la Universidad CEU San Pablo e investigadora del Instituto CEU de Estudios de la Familia. Que ha respondido en la revista La Antorcha, la publicación gratuita que edita la Asociación Católica de Propagandistas, y que ya cuenta con más de 15.000 suscriptores.
–¿Qué efectos tienen los contenidos de ocio en la percepción que los jóvenes tienen de la vida familiar y de la paternidad?
–Pasar tanto tiempo delante de una pantalla influye en adolescentes y niños de varias formas. Es cierto que la que más presente se tiene es la adicción que mencionas, pero a mí me parece que también es muy relevante la forma en la que afecta a cómo entendemos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea, con la realidad. Cosa que, por cierto, no les afecta sólo a los menores, sino que también nos influye mucho a los adultos.
Te lo explico: estamos hablando de pasar una cuarta parte del día delante de una pantalla. Si de un día descontamos las seis horas que refieres, el tiempo que pasan en el colegio y en las actividades extraescolares y el tiempo que duermen, queda realmente muy poco para convivir en familia, para hablar con los abuelos o para mirar y pensar sobre lo que ocurre en su entorno. Quiero decir que lo primero que están haciendo las pantallas es ocupar tiempo e impedir la relación con lo que me rodea. Y hay otro factor importante.
–¿Cuál?
–Pues que, que los dispositivos ocupen nuestro tiempo supone que una parte muy importante de las cosas que conocemos –y sobre las que tenemos una opinión– las conocemos a través de una pantalla y según la pantalla nos las enseña. Usando una imagen diría que, además de ocupar mi tiempo, coloniza mis ideas…
Que los dispositivos ocupen nuestro tiempo supone que una parte muy importante de las cosas sobre las que tenemos una opinión las conocemos según nos las enseña la pantalla
Conocemos más cosas a través de una pantalla que viviéndolas en persona; y eso supone que no tengo experiencias previas, diferentes a las de las pantallas, con qué contrastar lo que me otros me dicen a través del móvil, la tableta, la televisión o el ordenador.
–Es decir, que los mensajes que llegan a través de los dispositivos impactan en la forma de comprender el mundo, y ejercen una función casi más relevante que los padres...
–Exacto. Y si a estas dos cosas añades la hiperemotividad que caracteriza a nuestra sociedad, el cóctel molotov está servido: las imágenes y las historias que me ofrecen las pantallas me hacen sentir, y las valoro a partir de esos sentimientos. Además, como casi todo lo conozco a través de una pantalla, no tengo experiencias previas que sean una alternativa a eso que me enseñan y que me hace sentir que es bueno, y por lo tanto me lo creo.
Asumo que el orden de las cosas es el que me dice la pantalla y aspiro a vivir así. Por eso mismo, la clave para evitar esta influencia es, desde luego, menos tiempo de pantallas, pero también más tiempo de experiencias reales en familia. Introducir las pantallas en la vida de los menores lo más tarde posible, sí, pero también evitar que se conviertan en el centro del tiempo libre o de la comunicación. Es mejor jugar a juegos no digitales, conversar en familia, visitar a los abuelos y que nos cuenten cosas, o llamar por teléfono y hablar en lugar de wasapear.
–¿Qué mensajes sobre la paternidad y las relaciones afectivas, subliminales o implícitos, se están transmitiendo en las series y programas de entretenimiento más populares hoy: pódcasts, YouTube, Twitch, Netflix…?
–Esta pregunta no tiene una respuesta sencilla. El tipo de mensajes sobre familia, amor o relaciones afectivas depende del tipo de contenido que se consuma y no tanto del canal. Una misma plataforma o red social te ofrece contenidos que presentan modelos muy diferentes, e incluso incompatibles, y no sólo en cuestiones de paternidad, familia o afectos.
Una misma plataforma te ofrece contenidos que presentan modelos muy diferentes, e incluso incompatibles, en cuestiones de paternidad, familia o afectos
Un ejemplo que me parece muy elocuente es el del tratamiento de lo religioso en Netflix: la percepción social generalizada es que esta plataforma no es amistosa con la religión, que lo frecuente es que en sus narrativas maltrate el fenómeno de la fe –cualquiera, no sólo la cristiana– y a sus creyentes. Pero en el caso del judaísmo jaredí, en el catálogo de Netflix convivieron Unorthodox y Shtisel. En Unorthodox, la práctica religiosa del judaísmo jasídico es una cárcel para la protagonista que sólo puede ser feliz escapando de su comunidad, de su fe y de su familia.
Mientras que en el caso de Shtisel el judaísmo ortodoxo es una circunstancia que, con sus peculiaridades, permite amar, ser feliz, desarrollarse, afrontar conflictos e incluso perdonar. Es decir, que A y NoA en el mismo sitio…
–¿Y si nos enfocamos en el ámbito familiar?
–También diría que los mensajes sobre familia o relaciones afectivas es mejor analizarlos por contenidos concretos: programas, series... Y también diría que hay que ampliar la mirada e incluir el mercado en la reflexión sobre la ideología de los contenidos.
–¿A qué se refiere?
–En Netflix convivían dos series con valores opuestos, porque las dos tenían audiencia. No tengo claro que Disney esté abandonando el woke por «una caída del caballo», diría más bien que se debe a que su público natural –las familias de toda la vida, que siguen siendo la mayoría– estaban dejando de ver sus películas y series.
Disney no está abandonando lo woke por «una caída del caballo», sino que su público natural –las familias de toda la vida, que siguen siendo la mayoría– estaban dejando de ver sus películas y series
En las redes sociales, el algoritmo me enseña lo más popular, lo más visto –siempre en el campo de mis intereses, es cierto– pero siempre lo más popular. Así que quizá la clave es dejar de ver ciertos contenidos, no acceder a ellos.
–Entonces, ¿qué impacto tiene la representación de modelos familiares imbuidos de la ideología de género –padres homosexuales, parejas «poliamorosas», bisexualidad y transexualidad, promiscuidad… – en la percepción que los jóvenes tienen sobre el matrimonio, la paternidad y la familia?
–Esto tiene relación con lo que comentábamos antes, con la valoración sentimental de las cosas y con la falta de otros referentes, porque las pantallas han ocupado el espacio y lo han colonizado. Viene a ser esa lucha por el relato de la que tanto hablan los políticos estos días.
Aunque en este punto de los modelos familiares hay una cosa que, sin ser exactamente lo que me preguntas, me parece interesante, y que podría llevar el asunto mucho más allá de la visibilidad de «modelos familiares» alineados con la ideología de género o con el LGTBIQ+. Es un dato que nos sorprendió encontrar en un análisis sobre los modelos familiares en las series infantiles emitidas en las cadenas públicas españolas, que estamos a punto de publicar las doctoras Teresa Barceló, Berta García y yo, que somos profesoras todas en la Universidad CEU San Pablo.
–¿Y qué han encontrado en ese estudio?
–Lo que queríamos analizar era la representación y las funciones de la familia en las series para niños de hasta seis años. Un aspecto concreto que queríamos examinar era la proporción en que aparecían distintos modelos familiares, y también si esa proporción reflejaba la realidad de la sociedad española o estaba proponiendo modelos alternativos.
Lo que nos sorprendió fue encontrar que en casi la mitad de las series –el 47%, e insisto en que para niños menores de seis años– los niños protagonistas no vivían en familia, sino en un grupo de iguales, como en la serie Friends, para que me entiendas. Y en algunos casos, muy pocos, vivían directamente solos. Vuelvo a insistir en que eran series para niños de hasta seis años, no adolescentes que en su proceso de maduración están creando su personalidad individualizándose, sino niños muy pequeños para los que el cuidado y el afecto familiar es clave.
A niños muy pequeños, para los que el cuidado y el afecto familiar es clave, las series les muestran muchos niños que viven estupendamente sin vínculos familiares
Pues a ellos, las series les muestran muchos niños que viven estupendamente sin vínculos familiares. Yo diría que aquí también se están tocando los cimientos del valor social de la familia y de los propios padres: las series que revisamos no proponen «otras familias» porque todas las familias que aparecían eran las de toda la vida, pero sí se dice que sin familia se puede vivir estupendamente.
–¿Existen hoy series o programas de entretenimiento que fomenten una imagen positiva de la vida familiar? ¿Y cuáles, por el contrario, deberían ser evitados?
–En el caso de las series o programas actuales, me cuesta dar nombres concretos. La introducción inesperada de tramas o temas problemáticos ocurre en muchas series. Quizá recomendaría recuperar cine clásico o series antiguas, que planteen temas importantes sin los riesgos del mercado o de lo woke, porque son de otra época de la televisión. Series de otras culturas, más cuidadosas con la intimidad, pueden ser una alternativa a la hipersexualización de los contenidos europeos o norteamericanos. Una especialista en discurso literario que conozco ve con sus hijas series coreanas, porque encuentra que las relaciones sentimentales se desarrollan con respeto.
–¿Qué recomendaciones daría a los padres para elegir espacios de ocio audiovisual (no sólo de televisión, también streamers, podcasteros, youtuberos, series de plataformas…) que refuercen los valores que desean inculcar en sus hijos?
–Lo que tiene que ver con los contenidos en redes sociales es mucho más complicado. Para empezar, es difícil ese visionado compartido del que hablamos: el móvil es un dispositivo que se usa individualmente, por ejemplo. Aquí, la clave es haber formado criterio antes, proporcionar el dispositivo lo más tarde posible y buscar el diálogo con los hijos sobre lo que ven, tanto como se pueda. Que en el caso de adolescentes suele ser poco… Yo encuentro que el contenido en las redes sociales –incluso el que podría parecernos bueno– plantea otro problema: el de la transparencia social, la hipervisibilidad.
Como en las redes podemos ver cualquier cosa –una foto del plato que me han puesto, una coreografía, un viaje que estoy haciendo, una escena bonita de la familia, o la lucha contra una enfermedad– asumimos que todo es visible y publicable. Es decir, estamos diluyendo los límites entre las cosas que son íntimas, las que son privadas y las que son públicas. De hecho, desde hace algunos años, a mis alumnos de primer curso en la facultad, les cuesta distinguir esos tres ámbitos. Entienden que, si tú no tienes inconveniente en publicarlo, todo es público. Son incapaces de no mirar, y eso tiene muchas derivadas y todas muy peligrosas.
–¿Y cómo se contrarresta?
–Insisto en que es fundamental ofrecer alternativas a las pantallas, y a esa relación con la realidad a través de las pantallas. Alternativas que nos conecten con la realidad y con otras personas: hablar cara a cara, jugar con un tablero, construir juntos, mirar a los ojos al otro y entender qué piensa o qué quiere. Eso ayuda a construir personas más completas y más libres, y con ellas, familias sólidas que harán mejor la sociedad.