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06 de mayo de 2024

Vista de los fuegos artificiales e iluminaciones, en el río Támesis, mayo de 1749

Vista de los fuegos artificiales e iluminaciones, en el río Támesis, en mayo de 1749

Picotazos de historia

Las diversiones del Londres de 1746: entre cañones, juicios y apedreamientos

Ningún londinense se perdía un juicio público, fusilamiento o humillación de alguna pobre alma. Eran motivo de expectación y festividad en esa época

El 14 de abril de 1746 lord Bury llegó a Londres con las noticias de la victoria del duque de Cumberland, el obeso hijo del rey Jorge II, sobre los rebeldes escoceses en Culloden. Tras comunicarlo oficialmente al rey recibió mil guineas como albricias por ser portador de tan gratas nuevas y se ordenó que los cañones de la Torre de Londres dispararan salvas para dar a conocer la victoria. Días después el London Magazine describía el efecto de las nuevas:
«...la mera noticia de la victoria no era suficiente para entretener a la masa pero Londres, ciudad de diversiones, no les defraudó... Fueron a Tyburn para presenciar el ahorcamiento de un joven y guapo lacayo condenado por el asesinato de su ama, lady Dalrymple. Un acontecimiento social con las gradas repletas de caballeros que habían conocido bien a la dama y damas que habían conocido bien al lacayo. El joven, a pesar de la audiencia, pareció no entrar en el espíritu de tan glorioso día. Pateó y gimoteó, dando tan lamentable espectáculo que, tras su final, la turba hubiera asaltado la carreta del verdugo y hecho trizas el cadalso si no fuera por que, por una feliz casualidad, las gradas vencieron dando con tierra a la buena sociedad presente.
«...continuaron en St. James Park donde la Guardia Real iba a proceder al fusilamiento de cinco sargentos convictos de deserción. Murieron con tanta dignidad que la multitud estuvo casi un minuto en silencio... Llegaron hasta Charing Cross donde un pobre desgraciado, debido a algún ignoto delito, había sido condenado al escarnio público en la picota. Con desenfado, el gentío, se entretuvo lanzándole todo tipo de inmundas, e incluso piedras, hasta que su falta de reacción les movió a trasladarse a la ciudad donde iba a ser públicamente azotada otra triste alma».
Por supuesto que todos los espectáculos contenían un alto espíritu moral, social y pedagógico.
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