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28 de abril de 2024

Juliano II de Médicis' por Rafael de Urbino

Juliano II de Médicis por Rafael de Urbino

Picotazos de historia

Juliano de Médicis, el casi Rey de Florencia que se codeó con los artistas más importantes del Renacimiento italiano

Lorenzo de Médicis decía de sus tres hijos que: el mayor era un insensato, el siguiente era sagaz y el tercero era bueno

Lorenzo de Médicis, conocido en su tiempo con el apelativo de «el Magnifico», tuvo tres hijos varones. De ellos comentó: «el mayor es un insensato, el siguiente es sagaz y el tercero es bueno».
Piero, el mayor de los hijos, recibió la educación de un príncipe y no le aprovechó nada. Demostró ser un individuo carente de toda cualidad necesaria para gobernar Florencia, agravado por un carácter arrogante, caprichoso e indisciplinado. Su estupidez le costaría el exilio de Florencia a él y a toda la familia Médicis. Moriría ahogado intentando alcanzar un barco francés durante la retirada del ejercito de Carlos VIII de Francia.
El segundo hijo –Juan– fue destinado a la iglesia. Lorenzo invirtió grandes cantidades de dinero, esfuerzos e influencia en asegurarse una buena carrera para el joven Juan, quien con solo ocho años de edad fue nombrado abad del importante monasterio de Montecassino, cabeza de la orden benedictina. El niño creció y se espabiló y con el tiempo, en 1513, logró el sueño de su padre y fue coronado como el 217º Pontífice de la Iglesia Católica con el nombre de León X. Y aquí, por primera vez aparece el bueno de Giuliano, el pequeño.
El joven Giuliano –a partir de ahora Juliano– recibió ese nombre en recuerdo de un hermano de su padre asesinado por la familia rival de los Pazzi. Juliano había tenido una vida cómoda y tranquila, destacando por su inteligencia, afabilidad, cultura, educación y buenas maneras. Durante su infancia tuvo como tutor al poeta y filosofo Agnolo Poliziano. Miguel Ángel le dio alguna clase de dibujo, con poco aprovechamiento, al parecer. Cuando vivió exiliado, primero en Venecia y después en Roma, sus buenas modales y encanto fueron muy útiles en los salones y poco más. En 1503, tras la muerte de su hermano Piero y por imposibilidad de su hermano, que era cardenal de la Iglesia, se encontró como señor de Florencia de iure. Es en año, de 1513, en que su hermano se convirtió en Papa, cuando se le restituyó el gobierno de facto de la ciudad.
La estatua de Giuliano en la Capilla de los Medici , creada por Miguel Ángel

La estatua de Giuliano en la Capilla de los Medici , creada por Miguel ÁngelWikimedia Commons

Fueron unos breves pero gloriosos años para Juliano. Primero fue nombrado Vicario de Soragna y noble romano; gobernador perpetuo de Parma, Piacenza, Reggio Emilia y Módena y Capitán General de la Santa Iglesia. Se le envió a Francia para ciertas gestiones, Francisco I le nombró duque de Nemours y arreglaron su boda con Filiberta, hija del duque Felipe II de Saboya (verdadero motivo de su viaje). Pero cuando le estaban preparando para ser el siguiente Rey de Nápoles y el primero de su linaje en el trono, va y se muere.
Lo que me pone malo de Juliano no es esa ducha de títulos y honores –muy inmerecidos– si no los individuos con los que trató. Como he mencionado fue alumno del poeta y filósofo Poliziano y Miguel Ángel le dio alguna clase de dibujo. De adulto trabó amistad con el cardenal, gramático, humanista y poeta Pietro Bembo, quien lo puso como ejemplo de conversador culto y elegante. Baltasar de Castiglione en su El Cortesano lo describe como paradigma. Ludovico Ariosto –una de las cimas de la poesía italiana– lo trató de amigo, lo mismo que el dramaturgo y cardenal Bernardo Dovizi de Bibbiena. Pero lo que me pone enfermo de envidia es que este tipo pagaba el alquiler de la vivienda en Roma de Leonardo Da Vinci - ¡y no le visitaba! -, Rafael Sanzio le pintó un maravilloso retrato que pueden admirar en el Metropolitan Museum de Nueva York y, cuando se muere, el propio Miguel Ángel Buonarroti decoró su tumba: esculpió una escultura de tamaño natural de Juliano como general romano y adornó el nicho con dos esculturas (maravillosas) representando el día y la noche. Lo dicho, me pone malo de envidia.
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