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'San Jorge' dePpaolo Ucello

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Dragones, santos, rosas y libros: la verdadera historia del 23 de abril

La historia de Jorge es, cuando menos, dudosa, pero no por ello lo es su existencia histórica, ya que su culto sí que está constatado desde el siglo IV

Sant Jordi en Cataluña, Saint George en el mundo anglosajón, San Xurde en el norte de España, Mar Djíries para los árabes cristianos o, sin ir más lejos, San Jorge en castellano, son sólo algunos de los cientos de nombres que recibe esta misteriosa figura a lo largo y ancho del mundo. Ante la evocación de estos títulos, nos inunda la mente una marea de rosas rojas, dragones despiadados, caballeros con armaduras impolutas, princesas en apuros, iconos bizantinos, banderas inglesas, ferias de libros y un largo etcétera. Una cosa está clara: no se trata de un santo al uso. Pero ¿qué se celebra exactamente el 23 de abril? Y, sobre todo, ¿quién o qué es San Jorge?

Para responder a estas cuestiones, debemos, en primer lugar, separar la figura histórica o hagiográfica de la tradición folclórica local que la acompaña. Y, en segundo lugar, hemos de acudir a las fuentes. La más antigua conservada es la Passio Georgii, redactada originalmente en griego, en el siglo V d.C., cuyo texto se perdió casi por completo (exceptuando un palimpsesto en la Biblioteca Nacional de Viena), pero del que se conservaron algunas copias latinas. Este texto fue considerado apócrifo ya antes del siglo VI, cuando el Papa Gelasio I indicase que Jorge era uno de aquellos «cuyos nombres son justamente reverenciados entre los hombres, pero cuyos actos sólo Dios conoce»; es decir, la Iglesia consideraba que los datos recogidos en su historia no tenían visos de verosimilitud. Y ¿cuáles era estos datos?

De acuerdo con la leyenda, Jorge era un romano de origen griego, hijo de un oficial, que vivió en el siglo IV y que fue instruido en la fe cristiana por su madre, en su ciudad natal, Lod (Israel). Al cumplir la mayoría de edad se enroló en el ejército; tras una brillante carrera, habría recibido el encargo del Emperador Diocleciano de perseguir a los cristianos en Nicomedia (Anatolia) y, tras su negativa (de perseguir y de apostatar de su propia fe) habría sido torturado y, finalmente, martirizado. Se le decapitó en Nicomedia el 23 de abril del 303 y su cuerpo fue sepultado en Lod, donde pronto comenzó a ser venerado. Tal y como ya indicase Gelasio en el 494, la historia de Jorge es, cuando menos, dudosa, pero no por ello lo es su existencia histórica, ya que su culto sí que está constatado desde el siglo IV.

¿Realidad o leyenda?

Historiadores como Michael Collins consideran su existencia real, aunque ven altamente improbable su ejecución a manos de Diocleciano. Es posible que la tradición en torno a san Jorge emergiese en la propia Lod; se trataría de un personaje de origen nubio, probablemente asesinado por un gobernador local de Palestina, quizá bajo el mandato de Decio, hacia el 250 d.C. o antes. La causa de su condena a muerte habría venido a consecuencia de su negativa a llevar a cabo el juramento y/o el sacrificio pagano, y, quizá, también como resultado de un acto vandálico contra alguna estatua votiva, como era común en la época.

Tenemos a un individuo histórico que probablemente vivió en el siglo III, momento en que tuvieron lugar los hechos relevantes para su historia como es el caso de su martirio

La otra gran fuente que menciona la historia de san Jorge es la Leyenda áurea de Santiago de la Vorágine. Se trata de una compilación en la que este arzobispo dominico italiano recogió, a mediados del siglo XIII, toda una serie de leyendas en torno a vidas de santos más o menos míticos. En el caso de san Jorge, la versión de De la Vorágine ya incluye su aventura dracúlea, que se había elaborado en torno al siglo XI.

Es decir: tenemos a un individuo histórico que probablemente vivió en el siglo III, momento en que tuvieron lugar los hechos relevantes para su historia como es el caso de su martirio. Posteriormente, en el siglo IV, su lugar de reposo comienza a ser objeto de veneración. Para finales del siglo V, las autoridades eclesiásticas advierten de la falta de historicidad que padece la narrativa que se ha popularizado de su biografía. Llegados al siglo XI, podemos comprobar que esta advertencia ha sido ignorada, puesto que la leyenda no sólo ha continuado circulando, sino que ha sido enormemente enriquecida, y esta versión se pone por escrito ya en el siglo XIII.

Desde Palestina a Cataluña

Se trata de un interesantísimo proceso de folclorización de un elemento real. Y aunque Jorge tiene versiones diferentes en cada territorio en el que es venerado (desde Palestina hasta Inglaterra, de la que es patrón, y donde adquirió su máxima popularidad en época Tudor), merece la pena detenernos a conocer un poco mejor la tradición más próxima a nosotros, es decir, la de Sant Jordi, celebrado sobre todo en Cataluña, pero en toda la Corona de Aragón.

Cuenta la leyenda que la localidad tarraconense de Montblanc vivía aterrorizada por un gran dragón, feroz y sanguinario, que exigía un tributo a cambio de respetar la vida de los habitantes. Decidieron ofrecerle cada día un animal para mantenerlo apaciguado, hasta que, finalmente, se acabaron los animales. Ante la perspectiva de ser masacrados, los habitantes de Montblanc, animados por su rey, se pusieron de acuerdo en sortear a quién le tocaría acudir, cada día, a ser devorado por el monstruo.

El Rey tuvo que aceptar, consternado, cómo fue su hija, la princesa, la primera víctima elegida por la suerte. Cuando la joven se acercaba a la morada de la bestia, decidida a cumplir su destino, apareció de pronto, cabalgando, un caballero de armadura impoluta. Se trataba de Sant Jordi: se enfrentó al dragón y tras un largo combate acabó con su vida; de la herida del costado brotó un rosal de rosas rojas, una de las cuales fue entregada a la princesa por parte del caballero. Al enterarse de las noticias, los habitantes de Montblanc hicieron una gran fiesta. El Rey ofreció a Sant Jordi la mano de su hija, aunque este, halagado, declinó la oferta, pues debía seguir vagando por el mundo ayudando a otros.

Como se ha señalado, se trata de un interesantísimo proceso de folclorización, en el que se adapta la historia –real u apócrifa– de un santo a las tradiciones del lugar en el que se acoge su veneración. El gran folclorista Joan Amades, en su Costumari Català, recoge otra versión en la que Sant Jordi doma al dragón, no lo mata, y se lo entrega a la princesa; un episodio que podría interpretarse como la adaptación de un entorno agreste (el dragón) a la civilización (Montblanc), coherente con la identidad de Sant Jordi, también, como patrón del cereal, y con las demás festividades agrícolas populares en las mismas fechas.

Ya en el siglo XX, a la arraigadísima festividad de Sant Jordi vendría a sumarse una nueva tradición: el día del libro. Este, fijado con base en el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes (realmente el día 22 de abril) y de William Shakespeare (realmente el 3 de mayo en el calendario gregoriano, ya que la Inglaterra isabelina usaba el calendario juliano), es el responsable de que este penúltimo domingo de mes celebremos la vida con rosas y libros.

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