Un nuevo 'Constantino': la política devocional carlista frente a la secularización republicana
Las consagraciones de Alfonso Carlos I al Sagrado Corazón se usaron para aumentar el apoyo político a los carlistas, en una coyuntura marcada por el enfrentamiento entre las políticas secularizadoras republicanas y las defensivas católicas
A comienzos de 1932, el padre Leonardo Gassó, un misionero jesuita destinado en América, escribió una serie de cartas al pretendiente carlista, Alfonso Carlos I. En ellas, mostró su deseo de convencerle para que se convirtiera en la persona regia que las profecías de la madre Ana María Rafols, fundadora de las hermanas de la caridad de Santa Ana, y Santa Margarita de Alacoque señalaban como aquel que cumpliría los «tres divinos deseos» del Sagrado Corazón de Jesús. Se trataba de consagrar oficialmente un templo, España y las insignias oficiales, como la bandera.
El Rey Luis XVI, encarcelado por los jacobinos, había realizado solo dos votos y la consagración efectuada por Alfonso XIII en 1919 en el cerro de los Ángeles había sido, en opinión del padre Gassó, un acto político. La realización del primer voto, además, resultaba muy sencilla pues el templo construido se encontraba en la basílica barcelonesa del Tibidabo, y lo único que debía hacer Alfonso Carlos I era declararla bajo su protección, otorgándole el título de «Real Templo Nacional Expiatorio».
Y, de esta manera, el 3 de junio de 1932, ante una asamblea de fieles carlistas en Mondonville, en Tolouse, el exiliado pretendiente carlista Alfonso Carlos I de Borbón prometió solemnemente que –si lograba sentarse en el trono de sus antepasados– la imagen del Sagrado Corazón de Jesús sería entronizada en el escudo nacional, siendo colocada sobre las flores de lis y entre los cuarteles de Castilla y de León, bajo la corona real, «seguro de interpretar los sentimientos religiosos del pueblo español». El voto fue impreso y divulgado en España, ya que los carlistas intentaron mostrar que era el primer monarca en realizar los tres deseos del Sagrado Corazón y, de esa manera, convertir a su pretendiente claramente en un instrumento de Dios, en un nuevo Constantino, en tiempos de persecución religiosa durante la Segunda República Española.
Durante ese año y el siguiente, la prensa carlista animó a sus lectores a celebrar solemnemente las fiestas de Cristo Rey y del Sagrado Corazón, engalanando los balcones de sus casas con las tradicionales colgaduras, con las imágenes cordícolas adornadas con flores y guirnaldas, siguiendo un decreto regio. La asistencia fue multitudinaria a los templos, pero se registraron algunos incidentes como el apedreamiento de ventanas y galerías con colgaduras, amenazas e insultos por parte de republicanos anticlericales, lo que motivó la intervención de la policía, prohibiendo, en algunas ocasiones, las iluminaciones nocturnas previstas. La izquierda radical laicista, durante 1933 –II Centenario de la Gran Promesa– se mostró muy sensible ante las manifestaciones públicas de una devoción que consideró una auténtica provocación de las fuerzas reaccionarias. Así, socialistas y republicanos exigieron, en algunas ciudades, la retirada de monumentos e imágenes del Sagrado Corazón en espacios públicos.
La importancia del solemne voto realizado por el Pretendiente y sus consejeros –de cara a la opinión pública católica española– motivó la renovación del mismo el 8 de junio de 1934. La élite carlista volvió a impulsar un acto destinado a demostrar su fidelidad absoluta a los designios divinos y al Papa, mostrando a sus príncipes como paladines de la Causa Católica, como auténticos lugartenientes de Dios, al reafirmar mediante estas ceremonias que Él era el único soberano en España. Si Alfonso Carlos I había sido comparado con el emperador Constantino por su institución de la fiesta de la Santa Cruz, estos votos significaron un paso más en la construcción política del nuevo protector de la Iglesia en tiempos de persecución, como en el siglo IV. De esta manera, se intentó aumentar el apoyo social a la causa de la Comunión Tradicionalista Carlista.
El impacto político de estas actuaciones político-religiosas de Alfonso Carlos I entre otros partidos católicos, resultó innegable. Los dirigentes de Acción Popular también animaron a sus votantes a participar en las fiestas de Cristo Rey y del Sagrado Corazón, pero sin ningún carácter especialmente político, recalcando su prensa el carácter espiritual que el papa no había dejado de manifestar en los últimos años. En cambio, los monárquicos de Renovación Española, fieles a la línea dinástica de Alfonso XIII, trataron de atraer apoyos y simpatías a su causa a través de estas devociones. De ahí que intentaran que el infante don Juan realizara una consagración pública y solemne al Sagrado Corazón, ocasión que pareció propiciarse con el anuncio de su boda, momento en que un numeroso grupo de monárquicos intentó que el heredero de Alfonso XIII proclamase su adhesión a los principios doctrinales integristas. La iniciativa partió de Eugenio Vegas Latapié, quien se desplazó a Roma. Se llegó a escribir un discurso pero, finalmente, don Juan no realizó la consagración por consejo de su padre.
Un mes antes del estallido de la Guerra Civil, el pretendiente carlista volvió a renovar el cumplimiento de los tres deseos, designando públicamente el templo expiatorio del Tibidabo, en Barcelona como lugar donde se debía reverdecer anualmente el voto nacional al Sagrado Corazón. De esta manera, nuevamente, se perpetuó una ceremonia identitaria carlista, ya que el 16 de junio de 1875, en Orduña, el pretendiente Carlos VII había consagrado sus soldados en el frente del Norte a esta devoción durante la Tercera Guerra Carlista. Y, desgraciadamente, 1936 también se constituyó en tiempo de espadas.