Agosto de 1936: el convoy de la Victoria o el osado acierto de Franco
El convoy nacional llegó a Algeciras, logrando su objetivo, el cual fue utilizado como un elemento para elevar la moral de las tropas nacionales, hundir la del enemigo, aumentar la propaganda exterior sobre la eficacia y disciplina de las fuerzas alzadas sobre las caóticas revolucionarias
A comienzos del mes de agosto de 1936, el general Francisco Franco se planteó el traslado de más fuerzas militares organizadas en el Protectorado español de Marruecos a la Península Ibérica, concretamente al puerto de Algeciras. La vía marítima presentaba la ventaja de que la distancia era corta, pero el inconveniente de que la mayor parte de la flota se encontraba en manos del Frente Popular debido a la acción de un telegrafista, Benjamín Balboa.
El mismo se había encontrado de guardia en el Centro de Comunicaciones de la Armada en el barrio madrileño de Ciudad Lineal el 18 de julio, cuando se recibió el telegrama de Franco desde Canarias saludando al ejército de África, previo a su desplazamiento para ponerse al frente del alzamiento. Balboa no transmitió dicho mensaje y, previa detención de su superior y en comunicación con el Ministerio de Marina, se puso en contacto directo con sus compañeros radiotelegrafistas radicados en los barcos, instándolos a sublevarse contra sus superiores del Cuerpo General de la Armada. El llamamiento tuvo éxito y las tripulaciones se hicieron cargo de los buques, produciéndose una masacre de oficiales y de aquellos marinos sospechosos de favorecer a los alzados.
Los nacionales contaban con el cañonero Eduardo Dato, el guardacostas Uad Kert y el viejo torpedero T-19 para proteger el traslado marítimo de las unidades. Frente a ellos, los frentepopulistas podían movilizar el acorazado Jaime I, los cruceros Cervantes y Libertad, los destructores Sánchez Barcaiztegui, Almirante Ferrándiz, José Luis Díez, Churruca, Lepanto, Alcalá Galiano y Lazaga, cinco submarinos y algunos patrulleros de poco valor militar similares al guardacostas Uad-Kert. Ante esta situación fue necesario utilizar la aviación como defensa del convoy militar frente a los barcos enemigos. Concretamente, dos hidroaviones, dos cazas y tres bombarderos trimotor.
Las noticias de las matanzas y detenciones de oficiales de la Armada por la marinería cimentaron la idea de que la falta de esos mandos expertos provocaría una escasa eficacia en los buques republicanos. Además, se decía que los mismos navegaban quebrando los segmentos en dos líneas paralelas irregulares, huyendo en cuanto eran atacados. No obstante, todas las precauciones fueron pocas y el embarque de la tropa se produjo en la noche del 4 al 5 de agosto.
Medio centenar de regulares embarcaron en el remolcador Arango; otros 350 en el Ciudad de Ceuta, con 100 toneladas de explosivos y de municiones, además de seis cañones de 105 mm y dos ambulancias. Finalmente, en el Ciudad de Algeciras se embarcaron a 1.200 legionarios. Todas estas veteranas y selectas fuerzas sumaron 1.600 hombres.
Aviones nacionales que despegaron del aeropuerto de Tetuán avisaron de la localización de los barcos republicanos que intentaban impedir la salida del convoy. Por la mañana, informaron a sus mandos que se encontraban tan alejados que no les daría tiempo para poder atacar si salían en esos momentos. Sin embargo, por razones mayores no se dio la orden de zarpar hasta las 17.50 horas de la tarde.
Diez minutos más tarde salieron los buques de Ceuta, pero, al poco tiempo, el transporte Benot tuvo que virar en redondo, pues no aguantaba la fuerte marejada. A este incidente se sumó que las motonaves avanzaban muy rápido, por lo que el convoy se rehízo. Así, en la vanguardia se encontraban el Ciudad de Algeciras y Ciudad de Ceuta, de mayor velocidad, seguidas del cañonero «Eduardo Dato»; en retaguardia quedaron el mercante «Arango» y el guardacostas «Uad-Kert».
A las 19.00 horas, el destructor republicano Alcalá Galiano –que no había sido detectado por los aviones de vigilancia, intentó cortar el traslado naval, pero tuvo que rectificar su rumbo para evitar el fuego de las baterías de la costa de Ceuta. El cañonero Eduardo Dato, que se encontraba a unas cinco millas de Punta Carnero, al oír los disparos de las baterías de costa, detectó el barco enemigo que, avanzando, había comenzó a disparar con sus cañones de 120 mm de proa sobre el buque Ciudad de Algeciras, que encabezaba la expedición, aunque sin conseguir su objetivo.
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Girando a babor, el Eduardo Dato pudo maniobrar e interponerse entre ambos, al tiempo que abría fuego con sus piezas artilleras. Paralelamente, una batería costera republicana disparó dos obuses sobre el mismo sin lograr tampoco tocarle ni hundirle. Entre varias maniobras y disparos, el fuego abierto por el Eduardo Dato se fue haciendo, progresivamente, más preciso y certero, al acortarse las distancias, y aunque el Alcalá Galiano parecía que tenía la intención de entrar en la bahía de Algeciras, tras sufrir algún impacto, dos aviones nacionales lanzaron al destructor dieciocho bombas lo que impidió esa maniobra. Al verse entre varios fuegos, el destructor republicano dejo de disparar y huyó hacia el puerto de Málaga.
El convoy nacional llegó a Algeciras, logrando su objetivo, el cual fue utilizado como un elemento para elevar la moral de las tropas nacionales, hundir la del enemigo, aumentar la propaganda exterior sobre la eficacia y disciplina de las fuerzas alzadas sobre las caóticas revolucionarias. Al mismo tiempo, se puso de manifiesto el poder del arma aérea sobre el poder marítimo, dando mayor protagonismo a los aviones que hasta la fecha habían gozado las Marinas de las grandes potencias.