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04 de mayo de 2024

Retrato fotográfico del General Weyler

Retrato fotográfico del General Weyler

Picotazos de historia

El día que casi echan a Valeriano Weyler, ministro de Guerra, del Senado

El estrafalario personaje completaba su indumentaria con un chaleco de otras eras y un sombrero prehistórico. «¿A dónde va usted?», le espetaron. «Soy el ministro de la Guerra», respondió, lo que provocó la carcajada general de los ujieres

Claudio Sánchez Albornoz (1893 - 1984) –en adelante don Claudio– fue un notable historiador y político español. La obra que nos dejó don Claudio es abundante y siempre de interés y que pocas personas han ahondado tanto en la esencia del Ser de España. Sobre este punto es conocida la disputa que mantuvo con el ensayista Américo Castro. Antagonismo que se hizo famoso al encontrarse durante unos actos académicos en una universidad de Estados Unidos...
Un estudiante a otro: «Mira, ahí está don Claudio. Vamos a presentarle a su compatriota, el señor Castro», propuso el primero. «¿Estás loco? ¡Ni de broma! Están a matar entre ellos», indicó el otro. «Ah, claro. Por el tema de Franco, ¿no?», preguntó el primero. «No. Por Chindasvinto», contestó su interlocutor.

Irrupción en el Senado

En 1972 publicó don Claudio un delicioso librito titulado Anecdotario Político en el que narraba las anécdotas que había escuchado y las que había vivido. En el libro cuenta que, allá por el año 1905, un buen día, un ciudadano atravesó las puertas del Senado y avanzó hasta la Cámara. Nadie pareció sorprenderse o percatarse siquiera de la presencia de este individuo ya que el noble edificio tenía intenso tráfico de todo tipo de personas de diferente pelaje y condición.
Debía de ser una jornada tranquila. El Senado sesteaba. En la tribuna un orador poco conocido peroraba sobre un presupuesto muy menor para la Marina. De pronto los adormilados próceres fueron fijándose en la figura que descendía los escalones y se instalaba –¡tan Pancho el tío!– en la bancada del Gobierno. No lejos del ministro de Marina –Eduardo Cobian Roffignac– que mira con asombro al fulano.
El presidente frunció el ceño. El secretario, que estaba hablando con un ujier para que llevara a una distinguida dama, que se encontraba entre los asistentes, una caja de caramelos de «La Pajarita», se quedó helado. Resultó ser un pobre loco que fue sacado –no sin esfuerzo– del ilustre edificio.
¡Gran escándalo! Al día siguiente el Presidente abroncó al Oficial mayor quien, a su vez, hizo lo propio con los ujieres por la metedura de pata debido a su falta de celo. Los funcionarios, escocidos por la reprimenda, redoblaron su atención. Entretanto se produjo una crisis ministerial. Un viejo soldado fue llamado, otra vez, a ocupar un puesto en los consejos de la Corona.

«Soy el ministro de Guerra»

Sobre el 24 de julio de 1905, un día común y corriente en el devenir de la historia, por la tarde, un individuo intentó atravesar las puertas del Senado. Se trataba de un personaje bien extraño. Era un anciano, muy bajito que vestía una antediluviana levita –deshilachada por muchos sitios y llena de brillos por el continuo roce– arrugados pantalones que caían sobre unas botas que habían sido testigos de muchos veranos en este definitivo invierno de su existencia. Completaba la indumentaria, el estrafalario personaje, con un chaleco de otras eras y un sombrero prehistórico.
«¿A dónde va usted?», le espetaron. «Soy el ministro de la Guerra», respondió, lo que provocó la carcajada general de los ujieres convertidos en cancerberos. «Otro loco. Venga. Fuera, fuera», exigieron al estrafalario personaje. Sin embargo, no se trataba de un pobre orate que intentara saltar la seguridad del edificio, si no de Valeriano Weyler, duque de Rubí y marqués de Tenerife. El viejo general era famoso por lo austero de su vivir –¡Vamos que era más agarrado que un chotis!– y por lo descuidado de su persona e indumentaria.
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