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Franco y Roosevelt

Franco y Roosevelt

Espías nazis, wolframio y petróleo: así fue la guerra diplomática entre Franco y Roosevelt

Los norteamericanos exigieron a España que expulsara a los espías alemanes de Tánger, que estaba bajo control español desde 1940

Aunque oficialmente España no entró en la Segunda Guerra Mundial, el régimen de Franco mostró una política diplomática de tres frentes, en los que se posicionó a favor o en contra de unos y otros según sus propios intereses. Y aunque no entró en guerra, en territorio nacional convivieron espías de uno y otro bando, diplomáticos españoles salvaron a cientos de judíos y la División Azul se enfrentó al Ejército Rojo junto a los nazis en Stalingrado. En este contexto, la España de Franco también tuvo serios problemas diplomáticos con Estados Unidos por una carta enviada a Filipinas.

Antes de situarnos en el conflicto diplomático, es importante aclarar que Franco difundió una peculiar e interesada tesis sobre tres guerras simultaneas que se estaban produciendo en el mundo: el nuevo régimen español era claramente opuesto al comunismo y, por lo tanto, su posición política era pro-nazi en la guerra que sostuvo Hitler con la URSS, estrictamente neutral en la guerra entre Alemania y las potencias occidentales en Europa y África, y proaliada en la guerra que entre Estados Unidos y Japón en el Pacífico, en la que Franco veía necesario derrotar a los japoneses, a los que definía como «bárbaros».

Estas posturas fueron evolucionando a lo largo del conflicto, pero parte de esta idea en favor de los norteamericanos en el Pacífico viene justificado por la masacre de españoles en Manila tras la ocupación japonesa y lo que sucedió a finales de 1943. En octubre de ese año, el ministro de Asuntos Exteriores español, Francisco Gómez-Jordana, envió un telegrama de felicitación al nuevo presidente de Filipinas, José Paciano Laurel y García, que acababa de ocupar el poder con el beneplácito de Japón, que ocuparon el archipiélago desde junio de 1942, tras derrotar a los estadounidenses.

Tanto el mensaje de la dictadura franquista como el del III Reich alemán, fueron celebrados por la propaganda japonesa, pero Estados Unidos interpretó la misiva de Franco como un reconocimiento de facto del gobierno de Laurel y exigió explicaciones al régimen.

El ministro de Exteriores español «pudo ser forzado a cometer esta grave torpeza por los oficiales partidarios del Eje, incluido Doussinague, o bien Franco o él debieron creer que era un modo astuto de apaciguar al Eje, sin pensar en sus implicaciones ofensivas para los aliados», aseguró el historiador británico Paul Preston.

Este gesto aparentemente inofensivo fue utilizado por la prensa y el gobierno de Estados Unidos para obligar a España a colaborar con los aliados –o dejar de ayudar al Eje–, al exigir la expulsión de los espías alemanes de Tánger, que desde 1940 estaba bajo control español. El gobierno norteamericano advirtió a España de que su afinidad con los alemanes tendría consecuencias.

Exigieron el cese de las exportaciones de wolframio (tungsteno) que el régimen de Franco enviada a las fábricas de armas alemanas, pero también querían acabar con el espionaje falangista, una red secreta que realizaba actividades subversivas en territorio norteamericano. Sin respuesta por parte de Franco, el gobierno de Estados Unidos embargó el petróleo y el wolframio.

Las consecuencias económicas fueron catastróficas para España, la escasez de petróleo se sumó a otras penurias ya existentes por el aislamiento internacional. No obstante, a partir de noviembre de 1942 se percibe en España que el conflicto da un giro, tras la victoria británica en la Batalla de El Alamein, el desembarco aliado en Marruecos y Argelia, y la batalla de Stalingrado. Es entonces cuando la dictadura practicó una neutralidad cada vez más estricta, incluso permitiendo ciertas ventajas militares a los aliados, semejantes a las que había ofrecido a los alemanes.

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